La identidad y sus razones


Cero: Una sala de conferencias. La referencia política de la gente que llena la sala es el socialismo y la catalanidad. Los ponentes reflexionan sobre el estado actual de Cataluña; uno de ellos pone de relieve la debilidad del sentido de identidad de la comunidad que vive en Cataluña y lo vincula con la propia fragilidad del catalanismo. En el turno de preguntas, un destacado dirigente político interpela: “¿Alguien me puede explicar qué es eso de la identidad?” Un día después, una sala de cine: El Gran Torino, la última película de Clint Eastwood, se introduce en la cuestión que atraviesa tanto la dimensión privada como la pública de la sociedad actual: la cuestión de la identidad de los individuos y de las comunidades humanas. Habla de ciudadanos que no tienen ningún sentido de pertinencia, que no son de ninguna parte, desafectos, indiferentes, desconfiados, desesperados, desarraigados, socialmente impotentes, incordiados. Eastwood habla de identidad y habla de América. Podría hablar de Cataluña, de España, de Europa o de cualquiera otro lugar del mundo.

Uno: No mantengamos el equívoco. La cuestión de la identidad no es una obsesión exclusiva de los catalanes, no es una enfermedad propia de la catalanidad, no es una monomania de los prólogos de naciones como Cataluña, no es una patología de las naciones que no consiguen que el Estado les resulte pertinente. No. La identidad de las personas, de las comunidades, de los pueblos y de las naciones es la cuestión central de nuestro tiempo. Barack Obama ganó la presidencia preguntando a sus compatriotas cuáles son los valores esenciales que, como americanos, tienen en común. La identidad tiene que ver con las cosas en común, las cosas compartidas, las memorias colectivas, los pactos de convivencia, el valor de las costumbres, el respeto por la norma, la voluntad de construir el futuro, el respeto hacia las otras identidades, la aceptación de la libertad de cada individuo.

Dos: Por consiguiente, La pregunta -¿qué es la identidad?-, hecha desde la política, tiene valor de síntoma. Pone de relieve la distancia entre la política y los sentimientos reales de los ciudadanos. La identidad tiene a ver con lo que somos, lo que queremos ser, el respeto que tenemos por los otros, qué país queremos construir, qué valores compartimos. Sin identidad no hay sujetos, no hay ciudadanos, no hay sentido de comunidad y todavía menos sentido de nación. Sin identidad, las políticas públicas de proximidad y de cohesión son retórica banal. La política ha pasado más de un cuarto de siglo equivocándose respecto a la identidad y ahora estamos pagando las consecuencias. Los unos pusieron el acento en una idea de identidad cerrada y romántica, más hecha desde los símbolos y banderas que desde los valores y los hitos colectivos, más de exclusión que no de integración. Los otros fueron incapaces de hacer otra cosa que esconder la cabeza bajo el ala, dejarse arrebatar el campo de la identidad y finalmente ignorarla. Con el tiempo, todos, unos y otros, fueron dejando de pensar. Para unos la identidad de los catalanes ya estaba construida. Para los otros, la identidad era una cosa de la que era mejor hablar poco. El resultado es obvio. Los ciudadanos, la gente de carne y hueso, no acaba de saber donde vive, no comparte ningún imaginario, no tiene claras cuáles son las reglas del juego, nadie entiende a dónde va colectivamente. Por eso la gente se percibe, más incluso ahora en tiempos de crisis global, socialmente dislocada, frágil e incierta.

Tres: La prenetrante incomodidad social que expresan los catalanes -los viejos y los nuevos- se fundamenta en la debilidad de los vínculos de identidad que comparten. Es débil la memoria compartida, el contrato de convivencia que los religa está difuminado, el relato del futuro está desnutrido. Memoria compartida, contrato cívico y proyecto común son los principales nutrientes de la identidad. Y de eso va el catalanismo. De cómo construir una memoria plural, no unívoca, no dogmática, múltiple. De cómo afrontar el reto de la memoria múltiple y fragmentada que implica el mundo global. De cómo establecer un nuevo contrato social que permita compartir valores y democratitzar los conocimientos de que disponemos. De cómo se produce convivencia, progreso y libertad. De cómo organizamos un sólido proyecto común de futuro.

Noticia publicada al diario AVUI, página 25. Martes, 21 de abril del 2009

Publicado por Avui-k argitaratua