Keynes contra los clásicos: Segundo round

El economista John Maynard Keynes escribió La teoría general del  empleo, el interés y el dinero (1936) para “concientizar a mis compañeros economistas sobre nuestras profundas divergencias de opinión, que solamente han deteriorado la influencia práctica de la teoría económica”. Setenta años después, los economistas más influyentes todavía se siguen atacando casi en los mismos términos que en los años 1930.

En la pelea estelar más reciente figuran el nuevo campeón del keynesianismo, Paul Krugman, de la Universidad de Princeton, y el nuevo campeón clásico, John Cochrane, de la Universidad de Chicago. Recientemente Krugman publicó un artículo periodístico intitulado “¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?” No había nada en las corrientes principales de la economía, escribió Krugman, “que sugiriera la posibilidad de un colapso como el del año pasado.”

La razón fue que “los economistas, como grupo, confundieron la belleza, disfrazada de matemáticas atractivas, con la verdad.” Difundieron una “visión idealizada de una economía en la que los sujetos racionales interactuaban en mercados perfectos.” Desafortunadamente, “esta visión aséptica de la economía hizo que gran parte de los economistas ignoraran todas las cosas que podían salir mal.” Por tanto, ahora los economistas tendrán que aceptar “la importancia de los comportamientos irracionales y a menudo impredecibles; admitir las imperfecciones frecuentemente idiosincrásicas de los mercados y aceptar que una elegante ‘teoría económica de todo’ está muy lejos todavía.”

La golpiza que Krugman dio a la teoría económica de la Escuela de Chicago incitó a Cochrane, profesor de Finanzas, a lanzar un contraataque malhumorado en el sitio Web de la universidad, que en mucho consistió en ataques personales a la integridad científica de Krugman. Cuando aborda la economía, Cochrane dirige sus golpes a dos objetivos: el ataque de Krugman a la “teoría de los mercados eficientes” y su defensa del “estímulo fiscal” para las economías en recesión.

Cochrane acusa a Krugman de engañar a sus lectores sobre la teoría de los mercados eficientes, que afirma que dada la información disponible, los mercados financieros siempre aciertan en lo que refiere a los precios de los activos. En lugar de defender esta teoría, Cochrane acepta que “los precios de los activos se mueven más que las previsiones razonables de los flujos de liquidez futuros.” Por desgracia, “en estos momentos no hay ninguna teoría que sea particularmente buena para eso.”

No obstante, es nihilismo teórico, Cochrane señala, atribuir estas fluctuaciones excesivas a los comportamientos “irracionales” como hace Krugman. Lo que realmente persigue Krugman (“aunque no puede decirlo así”) es que el gobierno “se haga cargo de las asignaciones de capital.” Y una cosa que sí sabemos es que por muy mal que se comporten los mercados de activos, el control gubernamental “siempre ha sido mucho peor.”

Cochrane  reserva sus golpes más duros para el respaldo de Krugman a los estímulos fiscales del presidente Barack Obama. Invoca el venerable “teorema de equivalencia ricardiana”, que reavivó el economista de Harvard, Robert Barro, quien señala que “el gasto financiado con deuda no puede tener ningún efecto porque las personas, al ver que en el futuro  los impuestos necesarios para pagar la deuda aumentarán, simplemente ahorrarán más. Comprarán la nueva deuda del gobierno y no alterarán las decisiones de gasto.”

En suma, Krugman “no tiene la menor idea sobre lo que causó el desplome, las políticas que podrían haberlo evitado y las políticas que deberíamos adoptar en el futuro” – salvo que ahora el gobierno debería gastar dinero a manos llenas. A los economistas no les sobran las matemáticas, necesitan más para “conservar la lógica.”

Sin embargo, en cuanto al estímulo, Krugman asestó un golpe de knock-out. La opinión de que un gasto gubernamental adicional desplaza una cantidad equivalente de gasto privado, de tal forma que el efecto neto de estímulo es cero, sería cierta solamente si en la economía hubiera pleno empleo. En efecto, la Escuela de Chicago supone tácitamente  que en las economías siempre hay pleno empleo. No les afecta el hecho de que la economía de los Estados Unidos se haya contraído un 4% el año pasado y que más de 6 millones de personas se hayan sumado a las listas de desempleados.

Para los economistas de Chicago, un aumento de los trabajadores inactivos representa una elección voluntaria de ocio. En nombre del sentido común, conceden que las personas pueden cometer errores y que en esa medida un estímulo puede ser benéfico. Pero insisten en que el único estímulo que funcionará es imprimir dinero. Esto hará que disminuyan las tasas de interés y conducirá a un repunte de la economía.

En contra de esta opinión, Keynes señaló que las reducciones en las tasas de interés podrían no resolver las cosas porque a tasas cero o cercanas a cero, los inversionistas acumulan el efectivo en lugar de prestarlo. De ahí que, como lo dijo en 1932, tal vez “no podamos escapar de las depresiones prolongadas y quizá interminables salvo a través de una intervención directa del Estado para promover y subsidiar nuevas inversiones” –que es lo que acertadamente está haciendo la administración Obama.

El debate está más equilibrado en cuanto a la pregunta de qué causó el desplome. Krugman está limitado debido a que él lo atribuye a los comportamientos “irracionales”, que, como señala Cochrane, no es una teoría.

Esto se debe a que Krugman no quiere tomar en serio la distinción fundamental que hace Keynes entre el riesgo y la incertidumbre. En mi opinión, la principal contribución de Keynes a la teoría económica fue hacer hincapié en “la extrema precariedad de la base de conocimiento sobre la que nuestras estimaciones de rendimiento potencial tienen que hacerse.” Su ignorancia obliga a los inversionistas a refugiarse en ciertas convenciones, de las cuales las más importantes son que el presente continuará en el futuro, que los precios existentes de las acciones resumen las perspectivas futuras, y que si la mayoría de las personas creen en algo, es porque deben tener razón.

Esto contribuye a una estabilidad considerable en los mercados en la medida en que las convenciones sigan siendo válidas. No obstante, pueden quedar anuladas repentinamente en vista de malas noticias pasajeras, porque “no hay una base de convicciones firmes para mantenerlas constantes.” Es lo que pasa en una sala repleta de personas, si alguien grita “¡Fuego!”. Todos se apresuran a la salida. Esta no es una conducta “irracional”. Es una conducta razonable en un contexto de incertidumbre. En esencia, esto es lo que sucedió el otoño pasado.

La teoría económica de la Escuela de Chicago nunca ha sido tan vulnerable como ahora –y merecidamente. Sin embargo, los ataques contra ella nunca fructificarán a menos que los keynesianos como Krugman estén dispuestos a solucionar las implicaciones de la incertidumbre irreducible de la teoría económica.

Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de economía política en la Universidad de Warwick, autor de una biografía del economista John Maynard Keynes que ha sido premiada y miembro de la junta directiva de la Escuela de Estudios Políticos de Moscú.

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