Entrevista al profesor, periodista y filósofo, que ha publicado ‘La perplexitat’ (Destino), un libro de memorias y ensayo a la vez
Jordi Graupera (1981) ha escrito ‘La perplejidad’ (Destino), un libro de memorias y ensayo a la vez. Escrito como quien habla, de prosa pensada para ser dicha en voz alta, esta obra del profesor, periodista y filósofo tiene 400 páginas, de las cuales la mitad son de análisis político, sobre todo americano, y la otra mitad es una introspección biográfica interesante: se explica cómo Graupera quedó huérfano de padre y madre de joven, sus años de adición a la marihuana, la experiencia de ser un niño, como quien dice, de dieciocho años, de veinte, con una columna de opinión en el diario Avui; el día a día de una familia convergente, cristiana y arruinada que acaba saliendo adelante hasta que dos cánceres se llevan a sus padres. Libro de crecimiento, el lector ve cómo un Graupera joven llega a Estados Unidos para doctorarse en la New School y se toma en serio la vida, las lecturas y a él mismo como nunca lo había hecho. Graupera, padre de tres niñas, recibe a VilaWeb bajo el bar de su casa, en la calle de Borrell de Barcelona, la ciudad donde volvió para hacer política y donde parece que no descarta seguir intentándolo.
– Frase del libro: “Nosotros nos habíamos arruinado”.
— Mis padres, cuando se casaron, abrieron una tienda de lámparas en Consell de Cent con Borrell. Y la tuvieron unos doce años. Se arruinaron quiere decir que cerraron la tienda, endeudados hasta las cejas, nos marchamos de casa y fuimos a vivir a casa de mi abuelo, rehipotecaron el piso, que creo que estuvo a punto de salir a subasta. Yo tenía seis, siete años. Mis padres rehicieron su vida como pudieron, lo que significa que mi padre cogió un trabajo como comercial a comisión. Empresas de maquinaria cárnica o revestimientos. Mi madre se sacó el nivel ‘C’ de catalán, ganó las oposiciones de inspectora de residencias geriátricas del Departamento de Bienestar Social y fue funcionaria de la Generalitat.
— Al padre lo dibuja derrotado: cae al suelo, tiene deudas, tiene barriga.
— Creo que mi padre pertenece a una generación de catalanes derrotados, y que había somatizado esa derrota siendo una persona simpática, que debía caer bien a todo el mundo. Todo el mundo quería mucho a mi padre. Mi madre tenía fama de prepotente y soberbia, dura. Algo que ella sufría, y le sabía mal. Mi padre era un agente comercial, una persona que al segundo café ya le habías comprado material. En mi casa entraban tres diarios: La Vanguardia para mi abuelo, el Avui para mi madre y El Periódico para mi padre. De mi padre, hablo menos que de mi madre, y sí es verdad que mi madre es una de las personas más inteligentes que he conocido, una cabeza muy poderosa. Y mi padre, también inteligente, era el plato emocional de la balanza.
— Idea del libro: vengo del corazón de la bestia convergente.
— Digo, literalmente, que caí en la marmita convergente, soy el Obelix de Convergencia, pero yo no puedo tomar más poción a riesgo de morir, como Obelix. Con la diferencia de que la poción convergente te hace más débil y la del Panoramix te hace más fuerte. Mi madre era una militante entregada totalmente a la causa. Nunca hizo carrera sólida porque, decía, no quería competir con malas artes por un cargo o un puesto en listas. Pero el día que murió, de hecho, vino toda la plana mayor del govern y del partido.
— Y en el funeral vivió en la mentira, dice. Recitó un poema que era copia de Auden. Vivir en la mentira también aparece cuando explica que en clase hacía ver que los deberes estaban hechos. Y no. Salía a la pizarra, hacía ver que copiaba en la pizarra los deberes hechos, cuando en realidad los hacía en directo.
— Y explico que a mí me generaba una mezcla de placer y culpa. El placer de conseguir vender una imagen de ti mismo que sabes que es falsa. Y la culpa del malestar, de saber que el corazón genuino de tu personalidad no está en el mundo. Todos, no sólo yo, podemos tener la sensación de fraude respecto a las cosas que hacemos, y estamos en el espacio público respecto al privado. Y no está claro cuál dos de los gestos es más genuino. Y cuál es más falso.
— ¿Cuando está en Portugal, joven, y vuelve a mentir enviando una crónica sobre el Prestige que no ha visto, ni vivido, que escribe en pijama, es usted el falso, o su cabeza, la que medio le obliga medio le convence de hacerla? Los falsos son ellos, no usted.
— Pero soy yo quien dice que sí. Hay momentos en la vida que debes saber decir que no. El libro explica ambas cosas: una persona que tiene unos dilemas interiores sobre la autenticidad. Y un mundo, el nuestro, el mundo político y periodístico, que acaba corrompiendo a la gente joven inteligente que podría hacer algo por el país. Porque es poco exigente con el talento y mucho con las lealtades. Y, como en ‘La República’ de Platón, hace que los jóvenes encuentren el aplauso repitiendo, haciendo de espejo. Es lo que me ocurrió cuando hice articulismo de joven. Pero me gusta mucho el periodismo. Y vivo en esa paradoja: en el mundo académico, soy el periodista. Y en el periodístico, el académico pedante.
— Idea del libro: hola, me llamo Jordi Graupera y soy adicto a la marihuana.
— Ahora ya no. Pero lo he sido, sí. Mucha gente tiene su droga. Yo, por ejemplo, no bebo alcohol. Pero en su día la marihuana fue mi droga. Me interesaba explicar cuál era la reacción que la ingesta me provocaba en la cabeza o el corazón. El libro parte de una premisa lingüística: yo vivía obsesionado porque las palabras significaran lo que sale en el diccionario. Escribir bien era esto. Cuanto más preciso, mejor. Hasta la jerga ridícula. Y algo que me ocurre en Estados Unidos es que las palabras significan, sobre todo, lo que has vivido. Andreu, si yo te digo poesía, ¿piensas en tu hermano Biel? Si digo periodismo, ¿en tu padre Ramon? ¿Si digo excursión, en tu hermano Ton? Más: ¿si yo digo que alguien no me aguanta ni nueve segundos? ¿Piensas en octubre de 2017? Hay un sobreentendido. El libro explica el conflicto político, pero también el conflicto entre el cuerpo y la mente. Y yo no puedo contarte la relación con el cuerpo si no te cuento mi relación con el cuerpo. Qué he vivido con el cuerpo. Y mi cuerpo es mi cuerpo reaccionando a la marihuana cuando hace dos años que fumo veinte el día. O el cuerpo enfermo de mis padres, o el de mi esposa en determinadas circunstancias.
— Los cuerpos del libro son muy doloridos: el corazón del abuelo moribundo, el cuerpo de la madre con cáncer, el cuerpo del padre también con cáncer, las cicatrices en el cuerpo de la mujer después de haber sufrido un aborto. He visto el cuerpo de Jesús lleno de llagas.
— Bien visto. No me había dado cuenta. Quizá sea porque tengo una mala relación con mi cuerpo. Torpe, no sé vestirme. Tengo una relación espiritual con el mundo y el cuerpo me molesta. Cuando intento hablar de ello se me manifiesta en su verdad más mórbida.
— Habla poco, casi nada, de sexo. ¿Por qué?
— Porque todavía no sé hablar bien del mismo. No sé hablar de forma sincera.
— Escena con su madre moribunda. Le dice, “madre, cuanto más leo sobre religión”, y ella le corta, “más fe tienes”, pero lo que quería decir era lo contrario: “menos creo”. ¿Por qué cree menos?
— Porque yo soy tan creyente como un filósofo, y tan filosófico como pueda ser un creyente. Soy el creyente entre los ateos y el agnóstico entre los creyentes. Los cristianos tienen una palabra que los no cristianos utilizan de forma diferente: carisma. Carisma es lo que te ha dado Dios para que despliegues. Tu talento. A mis amigos más creyentes les digo que mi carisma es la duda. Si Dios me ha dado algún talento, es la capacidad de dudar. Pero si soy sincero, al final, al final, al final, no puedo decir que no soy creyente. Mentiría. Pero mi religiosidad no sirve para hacer apologética, ni evangelismo. No puedo ser modelo de nada, ni de vida cristiana, ni de fe transformadora.
— He leído un libro de crecimiento de un niño que pasa a joven que se queda huérfano y que llega a Estados Unidos y allí se toma en serio a sí mismo. Los libros, a fondo. El periodismo, a fondo. Dejaré de mentir como hacía en casa. Crece.
— No es que no leyera libros antes. Pero le bastaba con leer pocos para que pareciera que leía muchos. Esto ocurre en este país. También en el mundo académico. Y allí, el acto de profundizar en algo es pensado para que sea placentero, premiado. Tú ibas a una clase, el profesor decía no sé qué sobre Platón, un alumno levantaba la mano y le contradecía. Esto no es verdad. Y citaba las fuentes. Y aquel alumno era quien se llevaba la beca. Una semana después de haber llegado me llaman al despacho. Un profesor ruso. Y pienso, ya la he pifiado. Y no. El hombre me dice, escucha, he sabido que eres de Barcelona. Estoy leyendo a Ramon Llull en versión original. ¿Verdad que es catalán? Porque veo que hay gente que dice ser mallorquín. Pero esto es catalán, ¿no? Lo habría morreado allí mismo si no fuera por el puritanismo. Y última anécdota de la que aprendo en Estados Unidos: yo tenía allí un amigo que acabó siendo dirigente de Podemos. Muy amigos. Me llama y me dice: hice el examen final de doctorado y el examen decía que podía llevar unas tarjetas con apuntes por si te perdías. Tarjetas de 13×8. Y él llevó de 17×10. Algo mayores. Le fue mal el examen oral, se peleó con la examinadora, aunque él tenía razón, y acabaron suspendiéndolo con el argumento de las tarjetas. ¿Tú qué harías?, me dice. Y yo, Obélix de Convergencia, le digo… ¿Estás preparado? Le digo: “Sé parte de la solución y no del problema”.
—¡Ja!
—Le digo, vete al jefe del departamento y dile que estás dispuesto a repetir el examen. Unos segundos de silencio al otro lado del teléfono. Y por último, me dice: ¡estás como una cabra! Fue al despacho, armó un cacao descomunal y le aprobaron. Porque tenía razón. Y en el proceso de crecimiento que dices esto, aprender qué significa tener un conflicto, es importante. Explica, en el fondo, la evolución de un cerebro desde dentro.
— En Estados Unidos se le nota empático con la izquierda norteamericana.
— La New School es la universidad más de izquierdas de Occidente. De Estados Unidos, seguro. Todos mis amigos estadounidenses son de ultraizquierda. Y me ha contaminado mucho. Mucha gente va a Estados Unidos y vuelve siendo de derechas. Yo me fui a Estados Unidos siendo un liberal retrasado, y volví siendo un pragmatista estadounidense, que allí es ideología de izquierdas. Y aquí digo que soy de izquierdas y de derechas. Soy un pluralista. La teoría de la alienación de Marx. Hay pocas cosas que comparta tan profundamente como ésta.
— Leyéndole, le escuchaba. ¡Gran prosa, ha hecho Graupera! Bravo. Una prosa muy oral. Sería un gran audiolibro este. Tiene la música.
— Me alegra, que lo hayas notado. Hay un cambio en mi forma de escribir que empieza con el libro ‘La soberbia’ (Fragmenta). Y en los últimos dos, tres años, he hecho una reflexión sobre cómo escribir. Leí a Orwell, que me dio una buena bofetada. ‘Politics and the English Language’ y también ‘The Road to Wigan Pier’, que es un reportaje sobre mineros en Inglaterra. Y otros, a medio camino entre el periodismo y el pensamiento, como Joan Didion. Y me pongo a estudiar retórica, y a dar clases en un curso en la sala Beckett. La credibilidad parte de la genuinidad. Y este proceso de reflexión me lleva a escribir, por primera vez, bastante mejor que antes. Y que se vea cómo pienso. Cómo la lengua pasa por mi cabeza.
— Explique por qué decide volver a Cataluña después de diez años en Estados Unidos cuando Trump gana. ¿Por qué?
— Sara [su mujer] y yo habíamos invertido una década en Estados Unidos. Capital humano, intelectual, vida en Estados Unidos. Habíamos llegado al máximo de nuestra inversión: yo me doctoraría, trabajo nuevo en la Universidad, y mi mujer, que había entrado de ‘freelance’ en un medio de comunicación, era editora de informativos en el canal 24 horas de Nueva York. Si queríamos dar el siguiente paso, eran diez años más. Esto quería decir hijos allá y la pensión allí. Y nos entró la duda. Y cuando ganó Trump vi que eso iba a llegar aquí. Las ideas, los modos, contaminarían todos los discursos. Y si de los discursos de Obama sale Podemos, si Obama es el cinismo de la esperanza (procesismo, temporada 1), Trump es el cinismo del miedo (procesismo, temporada 2). La semana después del Primero de Octubre, TV3 era un 24 horas de policías moliéndonos a porrazos. Y una concepción de la identidad pensada para encerrarse, y no para abrirse. Y no digo que sean trumpistas. No. Pero estamos contaminados por el imperio. Nos llega. Somos periferia. Por tanto, yo he querido hacer política, siempre he querido hacer política, incluso cuando no he querido hacer política he querido hacerlo, si soy sincero, y de alguna manera, consciente o inconscientemente, me he preparado para hacer este trabajo de una u otra forma. También recibí un correo de una chica que había llegado al Departamento de Estado. Había sido estudiante mía y me agradecía las clases, que creía le habían ayudado a llegar a donde estaba. Y pensé: ¿qué estoy haciendo? Estoy formando los cuadros dirigentes de un país que quiero mucho, pero que no es el mío. ¿Por qué no hago lo mismo con la gente que quiere estudiar esto en Cataluña? Y también volví porque ya tenía una hija, esperábamos una segunda, y queríamos que fueran catalanas. Y la noche de la victoria de Trump es cuando digo, debo volver a casa.
— Y sí, vuelve, pero no a formar cuadros. Vuelva a ser el candidato del póster. ¿Por qué no forma a la gente del departamento de estado catalán? Sería un gran Arzalluz. Y Arzalluz no salía en el póster. Pero la influencia sobre su partido, y su país, es enorme. ¿Por qué no hace este papel de influir desde dentro, con ideas, pensamiento, y hace de candidato?
— Hostia, no lo sé. Porque yo creía que sería un buen alcalde. Y porque me parecía que yo era la persona que podía hacerlo. Pero la cuestión importante no es esa. Que yo no lo lograra no quiere decir que no sea posible. Y es relevante que no funcione como una negación de la posibilidad de que aparezca un movimiento político que, sin ser ni el cinismo de la esperanza ni el del miedo, sea capaz de ejercer el poder de una forma que lleve a la independencia de Cataluña. Esto es posible. Yo no lo logré. Quizá lo consiga si alguna vez lo vuelvo a probar. O quizás lo deba probar otra persona, u otro tipo de gente. Pero el hueco está ahí. La necesidad está ahí.
— Ahora está con Clara Ponsatí. ¿Qué trabajo hace?
— Estoy desde diciembre. Todos los europarlamentarios tienen derecho a tener a una persona trabajando en el país donde fueron escogidos. La idea es comandar la oficina local y ponerlos en contacto con su electorado. La función es ésta en casos normal. En mi caso, estoy en su labor política. Clara ha dicho que quiere ayudar a que haya una generación de líderes políticos que no cometan los errores de 2017 ni tengan el tipo de mentalidad que tienen quienes los cometieron.
— ¿Se necesitan nuevos líderes?
— Hay una serie de gente en Cataluña, no sólo políticos, también periodistas, intelectuales, urbanistas, mandarines diversos, que deben entender que su dominio del espacio público es un problema y no una solución. Las mochilas que cargan. Cada vez que aparece la posibilidad de un impulso, quienes tienen trabajo tratan de ahogarlo, y los demás, todos a correr a ver si les toca el momento. Ahora ha llegado el momento de que entiendan, por favor, que si lo hacen por patriotismo, y no por interés, lo que deben hacer es retirarse fuera de los focos y poner recursos al servicio de quien sea que está por venir. Dinero, si tienen dinero. Si tienen tiempo, escriban libros explicando sus errores, para que la siguiente generación los tenga por escrito. Es el momento, como dice ella, de poner el capital político que tengas, lo que sea, al servicio de quien deba venir. Y no pretender redimirse a través de los demás. Dejar que la gente nueva, sea joven o mayor, diga cosas nuevas. Ahora: si alguien en cinco, diez, quince años, es capaz de poner las ideas fuerza sobre la mesa para plantear una insurrección en clave nacional que libere al país, lo normal es que lo haga sin que nadie le haya dejado paso. Pero dado que hay tanta profesión de fe de patriotismo, para ser precisos, el patriotismo pide ponerse al servicio del futuro, en vez de intentar retener o reescribir el pasado.
— Vota en Barcelona. ¿Qué votará?
— No lo tengo del todo claro. O me abstendré, o votaré a Primarias. De momento estoy aquí.
— ¿Nada que añadir?
— El libro está escrito en un momento que pensaba que nunca haría política. Es lo primero que escribo en la vida pensando que no voy a ser político. Pasando el tiempo, ya he pasado este duelo. Es un libro sin el cálculo de muchas de las cosas que había escrito antes, consciente o inconscientemente, pensar que podría tener una carrera política. El libro está escrito en el momento más bajo de mi vocación política. Un libro en el que abrazas que tu vida es conflicto en cualquiera de sus vertientes.
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