Indignados y españolísimos

El otro día, al ver a los ocupantes de la plaza de Catalunya coreando consignas (en español, por supuesto) y con las manos pintadas de blanco, evoqué otro espacio de indignación: el concierto de la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, la tarde del 10 de septiembre del año 1997. ¿Se acuerdan? En julio, ETA había asesinado a un concejal del PP de una forma especialmente cruel, y la gente dijo basta. El cantante Raimon acudió al concierto para protestar contra aquella salvajada. Cuando empezó a entonar ‘País Basc’, la inmensa mayoría de la gente -no cuatro gatos- silbó y lo insultó. Su delito fue utilizar el catalán. Aquel día de finales de verano del 97 las cosas quedaron claras. Irreversiblemente claras.

Los más jóvenes de la cuadrilla quizás no se acuerden de todo aquello. Quizá por eso actúan tan servilmente ante la media docena de pinchitos que ahora controlan las asambleas de la plaza de Catalunya. El día 22 de mayo, a las 3:09, uno de estos pinchitos colgó en el muro “oficial” de Facebook el siguiente mensaje: “Recordamos a los ciudadanxs que el idioma no es el motivo de lucha de las acampadas. Aquí se trata de difundir y legar al máximo de personas posible, ¡así que dejad los nacionalismos aparcados!” Esto de los “ciudadanxs” no es ningún error, sino puro dialecto alternativo. Lo hablan los que el reportaje propagandístico de 30 minutos del pasado domingo ocultó púdicamente. No escribirían nunca “ciudadanos y ciudadanas” ni tampoco el genérico fascista-patriarcal-opresor-capitalista “ciudadanos”, sino exactamente “ciudadanxs”. De esta manera llegarán “al máximo de personas posible”. Las personas, como es sabido, sólo hablan en español.

Si el objetivo real es difundir las propuestas que hacen los acampados, sería lógico pensar que se harían públicas en inglés. Los más viejos del grupo -¡hasta qué punto estamos escaldados los más viejos del grupo!- sabemos que esta es la excusa de siempre para mantener el catalán en una situación de ‘patois’ molesto, y para imponer el castellano en cualquier ámbito y circunstancia. Los pinchitos que controlan las asambleas de la plaza de Catalunya no son imperialistas ultraderechistas ni nada por el estilo. La imposición de su lengua, que ha acabado triunfando en la plaza, obedece más bien a lo que algunos sociólogos llaman “el nacionalismo banal”. Consiste básicamente en transformar determinadas ideas y sentimientos inducidos discretamente por el Estado mediante cosas tan diferentes como la escuela o la selección de fútbol en algo tan natural que llega a pasar desapercibido. Es como aquel primer capítulo de una conocida historia del arte: Altamira, los albores del arte español. Esta tontería histórica puede parecer inocente, pero su efecto colectivo es impresionante. De hecho, conozco muchas personas que encontrarían este título perfectamente plausible.

La otra característica definidora del nacionalismo banal es la incapacidad de reconocerse a sí mismo como tal. “¡Dejad los nacionalismos aparcados!”, dice el pinchito de Facebook. Pero no lo dice en la lengua más hablada del mundo, que es el mandarín, o en inglés. No, no, no: lo dice justamente con la lengua que considera que se debe emplear en la plaza de Catalunya de Barcelona, innegociablemente. No me puedo imaginar que este tipo dijera lo mismo en Londres, en Tokio o en Honolulu. Sabe que aquello no es suyo y, en consecuencia, no puede imponerse. Pero estamos hablando de la plaza de Catalunya, el centro de Barcelona. Eso sí que es suyo. Repito que no se trata de ningún ultraderechista enloquecido ni nada por el estilo: esta es la misma mentalidad de los miles y miles de personas que silbaron a Raimon porque lo identifican con una anomalía que, por su parte, está oscuramente relacionada con el terrorismo. No se trata, en definitiva, de una actitud ideológica meditada sino de una especie de resorte. Y es que el nacionalismo banal es quizás eso: un resorte mental.

Una de las cosas que pone de manifiesto esta mentalidad es el hecho de ser muy vehementes con determinadas abstracciones metafísicas como “el sistema”, y en cambio ser acríticamente indiferentes con cosas concretísimas, cercanas e incluso cuantificables, como el trato fiscal que el Estado español da a Cataluña. Es muy sencillo y complaciente dar cuatro manotazos al aire haciendo ver que se lucha contra el invisible “sistema”. En cambio, parece que no viene tan a gusto constatar que hay un problema más próximo, justo delante de sus piercings nasales, y no es ninguna abstracción evanescente. Mirad, compañerxs: aquí hay problemas como en todas partes, porque la crisis económica es mundial, pero algunos son absolutamente específicos. Que yo sepa, España no tiene un trato fiscal abusivo con Islandia o con Grecia, pero sí con Cataluña. Si vosotros vais repitiendo lo del “¡Dejad los nacionalismos aparcados!” es sencillamente porque este abuso ya os viene bien.

Seamos honestos: durante los mandatos de Clos y Hereu Barcelona se ha convertido en un polo de atracción de un tipo de personal muy concreto. Si en las protestas de Bolonia se hacían pasar por estudiantes, el Uno de Mayo se hacían pasar por metalúrgicos, etc. Ahora tratan de apoderarse de un movimiento que, en sí mismo, es legítimo y tiene su razón de ser. Sin los compañerxs de siempre, podría transformarse en algo constructivo e incluso propositivo. Con ellos es imposible: no aspiran, ni han aspirado nunca, a construir ni a proponer nada. Bueno, nada, nada, no: tienen muy claro que en la plaza de Cataluña sólo hay que hablar en español.

 

 

Publicado por Avui – El Punt-k argitaratua