Haberlo pensado antes

En materia de corrupción, los titulares de prensa y el Ministerio del Interior le hacen daño a Artur Mas, pero la oposición no. Una vez más, Mas ha dado la cara en el Parlamento sobre el tema y una vez más ha salido del conflicto sin un solo rasguño. Un servidor ya no sabe qué pensar: o los adversarios de Mas son muy flojos, o es que él el que está muy por encima de la media. O quizás son las dos cosas a la vez. La evidente superioridad en el intercambio de golpes, sin embargo, no debería hacer pensar a Mas que no tiene un problema, porque lo tiene, y grave: tan grave como que la percepción de corrupción en torno a CDC está a punto de costarle la presidencia.

Desde este punto de vista su intervención ante la diputación permanente del Parlamento resulta decepcionante. Mas es capaz de demostrar con mucha solvencia que bajo su mandato los mecanismos de la contratación pública de la Generalitat se han convertido en más transparentes y neutrales que nunca, pero no es capaz, por ejemplo, de prometer que una de las primeras leyes del Parlamento constituyente será para prohibir que empresas que trabajan para la administración financien a la vez a los partidos, ya sea a través de sus fundaciones o de cualquier otro mecanismo.

Porque, Presidente, será tan legal y tan transparente como usted quiera que las constructoras pongan dinero en la Catdem, e incluso estamos dispuestos a creer, creyentes como somos, que las aportaciones de estas empresas no tienen nada que ver con sus intereses como contratistas públicos sino a una pura complicidad ideológica y política. Pero es feo. Y es sospechoso. Y no con los signos de los tiempos. Y hace daño a CDC y a la política en general y a la confianza de la gente.

Y prohibirlo, además, no afectaría al núcleo duro de la visión liberal del mundo que tiene CDC. Creo, en este sentido, que ERC desde dentro de JxS y la CUP desde fuera deberían forzar a Mas a compromisos muy concretos y muy inmediatos. Comentario aparte merece la forma en que la CUP se aferra al tema de la corrupción por no investir a Mas, o cómo ERC se aferraba a lo mismo para negarse a la lista conjunta durante tantos meses. Tanto a los unos como a los otros yo les diría: haberlo pensado antes. Hacer el proceso ahora significaba hacerlo con Convergencia, un partido fundador del régimen constitucional monárquico del 78.

No era muy difícil de imaginar que un partido del sistema, un guardián del orden durante tres décadas, habría participado de una u otra manera de los grandes vicios del sistema. Y no era muy difícil de imaginar que si este partido de orden se saltaba el guión y se apuntaba a las filas del desorden, el Estado haría aflorar la mierda. La mierda de verdad y también la falsa, como la cuenta en Suiza de Trias o la de Liechtenstein de Mas. De hecho, no tengo ninguna duda de que si en vez de CDC hubiera sido el PSC el partido converso al independentismo, hoy quien estaría compareciendo por corrupción sería Miquel Iceta, y la guardia civil se haría hacer fotos en la puerta de la calle Nicaragua en lugar de en la calle Córcega.

Decía Quim Arrufat esta semana en una tertulia radiofónica: “La vinculación argumentativa y en cierto sentido irracional que se ha hecho de la construcción mediática contra el proceso hace que en mi bloque de pisos de trabajadores en Vilanova y la Geltrú los abuelos estén convencidos de que Mas es corrupto, que el proceso se hace por la corrupción y que les sea mucho más fácil votar contra la independencia porque piensan que votan no a la corrupción. En este país hay un dique de contención contra el proceso soberanista facilitado por ello”.

Probablemente Arrufat tiene razón, pero el dirigente de la CUP sabe mejor que nadie que, una vez eliminado Mas, al Estado le será facilísimo (el Estado no tiene manías) cambiar de “vinculación argumentativa” y convencer a sus vecinos del bloque de pisos de trabajadores de Vilanova que la CUP es poco menos que una organización terrorista. Los vínculos políticos históricos y concretos entre la izquierda independentista catalana y la izquierda abertzale, también mientras ETA se despachaba con disparos en la nuca y coches bomba, son el material ideal para construir una imagen de la CUP que puede hacer mucho daño al proceso dentro de Cataluña y también en Europa, y más ahora que sus 10 diputados son absolutamente imprescindibles.

Y ya sé que la CUP está orgullosa de estos vínculos políticos -subrayo: políticos¬ y que no ve ningún problema en ello, pero también sé que para la mayoría de ciudadanos es mucho peor una percepción de complicidad con el terrorismo que una percepción de corrupción. Espero que cuando el Estado abra esta carpeta sin ningún escrúpulo, que estoy seguro de que lo hará, tanto ERC como CDC cierren filas con los cupaires. Y si no lo hacen se lo reprochan en un artículo que ya puedo avanzar como se titulará: “Haberlo pensado antes”.

EL MÓN