Unidad, hegemonía y sentido de Estado

Uno de los factores que determinará el éxito del proceso político catalán será la voluntad que tengan los partidos políticos soberanistas, y muy especialmente sus líderes, de plasmar un equilibrio virtuoso entre la necesidad de forjar altos niveles de unidad y la predisposición legítima de cada uno a imponer su hegemonía.

Al final del juego entre capacidad unitaria y voluntad hegemónica resulta la calidad un tanto etérea que llamamos tener sentido de Estado. En la política catalana, por razones obvias, justamente por la notable distancia del Estado en la que se mueve, nunca ha sobrado sentido de Estado. Más bien al contrario, siempre se lo ha echado de menos, especialmente cuando ha habido momentos especialmente delicados en nuestra vida colectiva, y habría sido necesario un especial esfuerzo de unidad, una generosa renuncia a la lucha por la hegemonía política.

Tengo claro que también ahora, en las actuales circunstancias de Cataluña, es necesario que nuestros dirigentes políticos agudicen al máximo su sentido de Estado. Un sentido de Estado ciertamente ‘avant la lettre’ pero no menos decisivo. De hecho, estoy convencido de que es la llave maestra que dará paso al éxito o al fracaso de esta etapa decisiva de la política catalana.

Fijémonos en el caso español. Unidad política contra la independencia de Cataluña y sentido de Estado están injertados de manera milimétrica. Todos los partidos luchan por la hegemonía, pero especialmente los partidos nucleares del sistema, no flaquean a la hora de defender de manera unitaria su imperativo primario: mantener a toda costa la unidad del Estado.

En el caso catalán, aún está por ver cuál es el imperativo inmediato de las formaciones políticas que se declaran soberanistas. ¿Es conseguir un Estado? ¿O es conseguir la hegemonía entre las propias formaciones políticas catalanas?

Ambas posiciones son legítimas. Es evidente que poco o mucho van siempre entremezcladas. Pero es obvio que hoy no son igual de oportunas.

No hace muchos días un politólogo madrileño insistía en conocer mi opinión sobre tres cuestiones que él considera claves. Estaba interesado en saber cuánto tiempo aguantará unida la candidatura de Juntos por el Sí. Quería conocer hasta cuándo se mantendrá el acuerdo de Juntos por el Sí con la CUP. Y tenía un enorme interés en ratificar su información que ponía de relieve dificultades en la Asamblea Nacional Catalana como consecuencia del tacticismo que han introducido determinados partidos políticos.

Mi interlocutor estaba convencido de que aún ahora, los partidos españoles, a pesar de las desavenencias para sacar adelante la legislatura, basan su estrategia hacia Cataluña en la paciente espera de las bofetadas que están seguros tarde o temprano llegarán entre los partidos catalanes soberanistas y que finalmente liquidarán el movimiento soberanista catalán. Dan por hecho que no será la habilidad de Rajoy o de Sánchez la que desactivará el proceso, están seguros de que será el propio movimiento político catalán el que se romperá. En una mezcla de prejuicios y medias informaciones, dan por hecho que la pugna por la hegemonía entre los partidos políticos soberanistas liquidará el proceso. Todavía, ahora, se muestran agradablemente sorprendidos de cómo la propia política catalana ha liquidado -así es como lo expresen- al Presidente Mas.

Como has podido constatar -me dice- es una opinión bastante extendida de que los partidos políticos catalanes, y el propio ejecutivo catalán, se consumirán en sus propias contradicciones. Es cuestión, piensan, de seguir bloqueando todos los caminos. Decir no a todo. Mantener la gobernabilidad cotidiana en dificultades. Negar el referéndum. Bloquear toda salida. Tribunales a raudales. Obviamente, ante el callejón sin salida, la política catalana no resistirá y el proceso terminará rompiéndose. Las contradicciones sociales acabarán liquidando el eje nacional.

En cambio, hay algo que les preocupa. Es la fuerza de las entidades cívicas y su capacidad para movilizar a la gente. Esto les asusta. No saben cómo colocarse ante ello. Aunque la ocultación que hacen los medios de comunicación estatales, las movilizaciones cívicas les impresionan. Les cuesta entender de donde sale tanta gente. Les cuesta comprender que entidades con las que no contaban, como Òmnium, la Asamblea y la Asociación de Municipios por la Independencia, tengan tanta capacidad de movilización.

Es lo que verdaderamente les preocupa aunque ciertamente tienen la impresión de que también en este sentido la movilización va a la baja. Los rumores sobre las dificultades internas son intensos. No creen que se puedan volver a repetir las grandes manifestaciones de los últimos años. Parece evidente que el próximo paso de las élites estatales será tratar de condicionar la actividad de las entidades cívicas.

En el contexto de esta conversación me vino a la cabeza una vieja sentencia del presidente Tarradellas. La hizo en la sesión constitutiva del primer ayuntamiento democrático de la capital de Cataluña, el 19 de abril de 1979: «Nuestra obstinada voluntad de unidad ha triunfado».

La obstinada voluntad de unidad ha sido un lugar común del catalanismo. «La unidad nos ha permitido vencer». Aquella afirmación tenía un doble sentido. Por un lado daba por hecho que los catalanes habían vencido, que la parte difícil de la historia había terminado. Cosa que como es evidente no era cierta. Por otra parte indicaba que el triunfo se había conseguido por la voluntad unitaria de los catalanes.

EL MÓN