El nomenclátor, memoria y referente

Creo que sería un grave error dedicar nombres de calles a personajes estrafalarios que no han aportado nada especial a la ciudad y cuya memoria no va más allá de los pocos que vieron su extravagancia.

Desde mi punto de vista, que Terrassa dedicara alguna calle a personajes como la llamada ‘Matraca’ o a ‘la Molinillos’ –como parece haberse propuesto a la llamada que hizo el Diari– sería un ejercicio de frivolidad y, sobre todo, de un populismo ya caducado antes de llegar a figurar en una placa callejera. ¿Qué tipo de referentes serían para las futuras generaciones? ¿Qué diría la placa en cuestión: “Hacía molinillos de viento de papel y escupía a quien no los compraba”? ¿»Era una persona excéntrica»? Como ocurrencias, está bien. En serio, es una tontería.

Otra cosa distinta sería dedicar futuros nombres de calle a personas que realmente han dejado un legado perenne y una memoria que sirva de referente para generaciones futuras. Un artista como Floreal Soriguera o inventores como Lluís Ferré o Joan Gunfaus, de acuerdo. O como sugerí hace unas semanas, tendría mucho sentido tener un recuerdo –podría ser colectivo– a los curas “rojos” que vinieron a trabajar a los nuevos barrios terrassenses de inmigración en los años sesenta y setenta. O recordar a aquellos que, en pleno franquismo, consiguieron que la ciudad no perdiera la memoria de su catalanidad, como fueron los hermanos Joaquim y Oriol Badia, Jaume Canyameres, Raimon Escudé, Salvador Alavedra, y tantos otros.

No hace falta decir –o mejor, es un escándalo tener que decirlo–, sería de justicia dedicar una buena calle al historiador Francesc Torrella i Niubó. Nadie puede discutirle la dedicación a la ciudad, con investigaciones y publicaciones de primer nivel, pero también con una intensa actividad organizativa en el terreno de la cultura el general. Y, muy especialmente, con su iniciativa –tan mal comprendida de entrada– impulsar la creación del Centro Cultural de Caixa de Terrassa, ahora LaFACT. El contexto político de los años de su compromiso con la ciudad podría haber creado alguna incomodidad, pero el balance de su contribución positiva es indiscutible.

Un nomenclátor es una declaración de principios y es lógico que cada época deje marcas de lo que fueron sus referentes culturales. Como también he sostenido en estas páginas, soy poco partidario de querer borrar estas marcas temporales que, gusten o no, han forjado la ciudad que ahora tenemos. Incluso las que muestran un pasado –y un presente– de “colonización” española. Habría algunas excepciones, simplemente porque no tienen mucho que ver con nosotros. Por ejemplo, ¿debe haber una calle dedicada al General Milans del Bosch (que quiero pensar que se trata de Joaquín nacido en Mallorca, y no de Jaime de ingrata memoria por su papel en el 23F de 1981)?

En todo caso, a la hora de realizar una revisión a fondo del nomenclátor y ampliarlo, yo propondría tres criterios básicos. Primero, no aprovecharlo para ajustar cuentas con el pasado o para esconderlo, más allá de resolver alguna anomalía clara y extrema. Segundo, evitar tentaciones populistas de perspectiva corta, que dibujarían nuestro presente como un tiempo de frivolidad (aunque ya lo sea un poco o bastante…). Y tercero: pensar bien cuál es el pasado reciente que quiere homenajearse –el más honorable, el más sólido, el más ejemplar, el más compartido– para fundamentar mejor el presente y el futuro de la ciudad que está en construcción.

DIARI DE TERRASSA

https://www.diarideterrassa.com/opinion/2024/04/06/el-nomenclator-memoria-i-referent/