Una makila de un siglo en la comisaría

Un control en el valle de Baztan en 2017 acabó por arrebatar a la familia Iturrioz uno de sus bienes más preciados. Se trata de la makila que su abuelo, el guipuzcoano Manuel Iturrioz, dejó en herencia y que la policía considera un arma prohibida.

Andoni Iturrioz. (Foto: Javier Bergasa)

La noche cayó a plomo sobre la familia Iturrioz en pleno mediodía del 3 de septiembre de 2017 en el valle de Baztan. Andoni René Iturrioz Lenglart, un músico de gran reconocimiento en Francia y el pequeño de una saga histórica -su abuelo, el guipuzcoano Manuel Iturrioz Malkorra, fue la viva encarnación de los mugalaris vascos, combatiente en todos los frentes contra Franco y preso y huido hasta media docena de veces de los penales por los que pasó- regresaba a París tras haber pasado el verano en una borda que posee en la localidad de Amaiur. Allí, entre otras cosas, se dedicó a trasladar una makila centenaria que pertenecía a su abuelo y que pasaba por ser uno de los ornamentos más preciados de la casa familiar.

Llevó el bastón a los artesanos Alberdi, de Irun, para que la desgastada empuñadura de cuero la pudieran dejar como si fuera nueva. La makila es una piedra preciosa para los Iturrioz y, como tal, la montó de vuelta en la furgoneta de regreso a la capital francesa. Cargado de los enseres propios que se amontonan en una mudanza estival, Iturrioz circulaba por el puerto de Otsondo aquel 3 de septiembre de 2017 cuando la Policía Foral le dio el alto a su vehículo. Uno de los agentes le hizo abrir el portón y descubrió entre todo ese cúmulo de herramientas y equipaje la nombrada makila. “Esto es un arma”, le dijo. “No la puede llevar encima. Es un arma prohibida”, enfatizó el policía foral, que la decomisó al considerarla un instrumento peligroso por contener en su interior, al desenroscarlo, un estoque de 17 centímetros en forma de aguijón. Conviene recordar que las makilas se identifican como el tradicional bastón o vara de los vascos pero que también servía hace años, lo que ocurre es que ese uso se ha perdido, para azuzar al ganado, entre otros cometidos. E igualmente, no está de más referirse a que grandes personalidades (el Papa, Juan Carlos II o incluso Winston Churchill) recibieron makilas en su día y autoridades actuales como Urkullu o Barkos se las intercambian como reconocimiento.

ESCRITOS SIN ÉXITOLa makila de los Iturrioz permanece desde entonces en la comisaría de la Policía Foral de Elizondo y la autoridad competente hace oídos sordos a los requerimientos de la familia para que se les devuelva lo que ellos consideran un símbolo. Ningún éxito han tenido hasta ahora, año y medio después, las intensas gestiones realizadas en Pamplona por Javier Yaben y Juan Ramón Larratxe, amigos de la familia, y cuyos escritos en la Delegación del Gobierno de Navarra reciben como respuesta que para la Guardia Civil se considera un arma prohibida. Aun así, ante las dudas interpretativas del Reglamento de Armas y debido a la labor documental realizada por Yaben, que ha aportado incluso un informe del Gobierno Vasco que considera que las makilas no pueden tener tal catalogación, la Delegación consultará la cuestión a la Comisión Interministerial Permanente de Armas y Explosivos, órgano consultivo dependiente del Ministerio del Interior. Entre las funciones de este órgano se encuentra la de interpretar la reglamentación vigente en la materia y promover su actualización permanente. Sea como fuere, deben tener mucha tarea por resetear puesto que aún no ha habido respuesta a la consulta. Esta se efectuó en septiembre de 2018.

A pesar de que los demandantes insistieron en sus solicitudes y, de hecho, echaron el resto acompañando las mismas de sólidos argumentos a favor de la reglamentación de las makilas, la Delegación del Gobierno en Navarra considera que “no se puede proceder a la devolución del arma solicitada, ya que sigue prevaleciendo el criterio que consta en el informe de la Intervención de Armas y Explosivos de la Guardia Civil en Pamplona, en diciembre de 2017”. Este considera que la makila decomisada constituye “a simple vista una vara con empuñadura, pero que con un examen más detallado, camuflado bajo la empuñadura mediante el desenroscado, oculta un punzón metálico de 17 centímetros de longitud”. Entonces, ya se le advirtió a los Iturrioz que en caso de que el informe ministerial determine que la makila no es considerada un arma prohibida se procederá a la devolución de la misma a su propietario.

Andoni Iturrioz está harto de este entuerto y cree que ya está bien de que le tomen el pelo. “Me siento como si fuera la pelota en un juego de ping pong en el que nadie me da una respuesta. Ni el Gobierno de Navarra ni la Delegación me dicen qué tengo que hacer para recuperar la makila. ¿Pero es que nadie puede entender que para nosotros es muy valiosa, tiene unos grabados preciosos y siempre había sido un ornamento de nuestra casa? Era de mi padre y tiene más de un siglo de antigüedad”, denuncia.

“Es un símbolo cultural y de respeto, que incluso se comercializa, está a la venta de cualquiera y es un regalo que autoridades se pueden intercambiar. Y por si no es suficiente todo lo que decimos, y que hay que tener también en cuenta el contexto del control en el que se incautó la makila puesto que mi hijo estaba en pleno traslado y la makila había sido recién restaurada, nos hemos ofrecido además a cortarle el aguijón al bastón si es que radica ahí el problema. Pero no. El problema es que no tenemos respuesta de nadie. Es una injusticia terrible porque es una herencia, algo simbólico, y parece además que hay una doble vara de medirnos a la gente del pueblo y a las personas que ocupan los puestos de autoridades”, insiste.

el houdini de los mugalarisEl que fuera propietario de la makila, Manuel Iturrioz, nació en el municipio guipuzcoano de Orexa en 1902 y falleció a los 89 años de edad. Su historia de lucha le llevó a sobrevivir a los penales franquistas, la persecución de los nazis, los combates en el Bidasoa, las heridas de guerra o el contrabando en la muga.

Le llamaban el Houdini de los mugalaris vascos, ya que fue uno de los primeros pasadores de la histórica red Comète, que ponía a salvo de los nazis a combatientes aliados por el Bidasoa. Lo del escapismo de Houddini se lo ganó Iturrioz por su habilidad para escapar de las rejas de prisión, que visitó en varias ocasiones.

Lo curioso de la historia de Iturrioz es que nunca dio demasiada importancia a sus hazañas. Al morir, en 1991, un familiar le facilitó a su hijo Andoni Iturrioz una colección de notas autobiográficas que Manuel dejó escritas en dos cuadernos. Cotejó la vida de su padre tras cuatro años buceando en los archivos del Gobierno Vasco, en Salamanca, Madrid, Londres, Bruselas y hasta Washington. Y era tal cual la había dejado. Sin opiniones ni hazañas de héroes. El libro está publicado por la editorial Alberdania: Manuel Iturrioz. Borrokalari baten bizipenak (Vivencias de un luchador).

Manuel, que primero fue sirviente y luego pastor, aprendió castellano a los 22 años, estudió para ser mikelete (policía de Gipuzkoa) y, al estallar la Guerra Civil, empezó a luchar contra Franco en Intxorta, cayó herido en Lemoa, llegó a Asturias y estuvo preso dos meses. Se escapó, huyó hasta Sara, y reapareció en combate en Barcelona, ascendiendo a capitán.

Al perder la guerra, cayó en el campo de concentración Argeles-Sur-Mer, de donde huyó a la semana para refugiarse con la ayuda del Gobierno Vasco de Perpignan. Tras reparar las heridas en el hospital de Bidart, empezó a trabajar en una fábrica de armas de Tarbes, pero fue atrapado por los nazis de quienes también se fugó hasta llegar a Donibane Lohizune.

Allí, buscando ayuda en los caseríos, se convirtió en el pionero de la red Comète. En abril de 1942 fue de nuevo apresado por el sanguinario Melitón Manzanas, quien lo torturó durante tres días en la comisaría de Irun. Pero Iturrioz se escapó y, tras vagar dos meses y medio por una cueva de Artikutza, se refugió en un caserío cercano, donde encontró a la mujer de su vida. Por ello, Andoni recuerda que él le debe “la vida a Melitón Manzanas”, que permitió que sus padres se conocieran.

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