PIE DE IMAGEN: «Los cruceros simbolizan hoy el hundimiento de la ciudad. Camino hasta el puente de la Academia y de repente al fondo, tras la Salute, asoma una mole altiva que rompe cualquier proporción pictórica, una bestia blanca que avanza y acaba ocupando todo el horizonte del Gran Canal»
¿Sólo se hunde Venecia? ¿O también Italia, Europa, los Estados Unidos? También España, y con ella Cataluña? ¿Y Barcelona? Me preguntaba hace unos días volviendo de la ciudad de Tintoretto, el pintor de la Serenísima antes de que la ciudad entrara en decadencia. En el Palacio Ducal se puede ver ahora, a raíz de los 500 años de su nacimiento, una selección de sus obras maestras. Entré pocos días después de la inauguración sin tener que hacer cola, una señal más que algo se tambalea. La plaza de San Marcos estaba llena a rebosar, un mar de hormigas humanas haciéndose ‘selfies’; en la exposición, en cambio, podías pasear cómodamente y en las pinturas encontrabas hombres y mujeres más reales, los venecianos pintados por Tintoretto en el siglo XVI, seres dotados de una extraordinaria fuerza interior tras el dinámico estallido de color, luz y musculatura. De nuevo fuera, ¿Dónde estaban los venecianos? ¿Dónde se esconden de la adocenada marabunta turística?
Venecia fue durante siglos una república atípica y poderosa gracias a una aristocracia comercial: más que las tierras, les interesaban el dinero y las mercancías. Los aristócratas hacían de burgueses, y sólo tardíamente probaron el feudalismo. Entonces, poco a poco, todo se fue al traste. Los ‘barnabotti’, nobles empobrecidos y enquistados en el corrupto sistema republicano, se convirtieron en un lastre económico y político. Ya no había evolución posible, sólo una muerte lenta influida también por el cambio tecnológico -el transporte marítimo iba perdiendo la primacía- y geopolítico -después de sobrevivir a los absolutismos, Venecia se rendía a Napoleón-. La Venecia actual es una sombra teatral de su esplendor ‘kitsch’ previo al XVIII, cuando desperdicia toda la riqueza y el poder acumulados durante siglos. Mientras la Barcelona menestral se rehace penosamente de la derrota ante el absolutismo, Venecia se lanza a una permanente orgía carnavalesca que anticipa el final.
Esbozaba mentalmente estas líneas sentado en una terraza en Campo Santa Margherita a la hora del spritz. En la mesa de al lado, una paloma picotea restos de un aperitivo. Los camareros que la ahuyentan son chinos. Desde que he llegado, no puedo dejar de pensar que yo también soy y me comporto como un turista… Poco antes del spritz he entrado en una pequeña librería. «El Ayuntamiento de Venecia sobrevive vendiendo un palacio tras otro, adquiridos por grandes sociedades como inversión publicitaria y de imagen», escribe Angelo Marzoli en el libro que he comprado, ‘Lo stato di Venezia’. En el cristal del escaparate luce un póster: «No grandi navi». Los cruceros simbolizan hoy el hundimiento de la ciudad. Camino hasta el puente de la Academia y de repente, al fondo, tras la Salute, asoma una mole altiva que rompe cualquier proporción pictórica, una bestia blanca que avanza y acaba ocupando todo el horizonte del Gran Canal. Es como si ante ti un loco hubiera desgarrado con un cuchillo un Tintoretto. ¿Quién ha permitido esta profanación? Si Venecia sólo es un decorado, como mínimo respetémoslo.
El fin de semana habrá una movilización acuática ciudadana contra los cruceros que ponen en peligro no sólo el dañado ecosistema de la laguna y con él el futuro de la ciudad, sino la misma idea de Venecia. En lugar de enfermar de belleza, como le pasó a Stendhal, estamos enfermando de avaricia. El hundimiento es físico, estético, ético. Ya resulta casi imposible vivir en Venecia. Al igual que da miedo vivir en la Italia de Salvini, Europa incapaz de parar los pies a la ultraderecha, los Estados Unidos de Trump o la España inflamada de xenofobia anticatalana. Fealdad. Impotencia. Como si un crucero populista, cargado de gente exhibiendo a gritos su ignorancia y mala fe, pasara impunemente cada día delante de nuestras narices. Esto es lo que le pasa en Venecia y lo que nos pasa a todos. Nos amenaza una demagógica mediocridad universal.
ARA