Sobre las murallas y Ciudadela de Pamplona

En los últimos años Pamplona viene sufriendo una injustificable destrucción de sus bienes histórico-arqueológicos. De poco ha servido la amplia movilización popular en contra de algunos de estos atentados. El vaciado del complejo arqueológico de la Plaza del Castillo y el derribo del Frontón Euskal Jai son ejemplos dolorosos de ello. Sin embargo, esta ola de pérdidas contrasta con el mimo con que las autoridades españolas en la Alta Navarra vienen acometiendo últimamente la restauración y puesta en valor de las murallas y la Ciudadela de Pamplona (centro de interpretación, nuevas publicaciones, etc.).

La documentación histórica permite concluir que las actuales murallas y la Ciudadela de Pamplona fueron levantadas, sobre todo, para afianzar el control militar español sobre un recién conquistado Reino de Navarra; que fueron erigidas a partir del siglo XVI para mantener atados a los naturales y evitar cualquier intento de recuperación de su soberanía arrebatada. Huici (“En torno a la conquista de Navarra”, 1993) recoge las palabras del ingeniero Antonelli, que en 1572 escribía a la Corte española: “Construya la fortaleza, se defenderá del exterior y sujetará a los navarros”. Sus pétreos lienzos constituyen la más monumental plasmación del dominio de España sobre la Nación navarra.

La construcción de estas y otras estructuras algo anteriores supuso para miles de habitantes de la Cuenca de Pamplona y otras localidades décadas de trabajos forzados. Idoate (“Las fortificaciones de Pamplona a partir de la conquista de Navarra”, 1954) cita para el año 1542 la cifra de unas 3.000 personas trabajando, de ellas unas 2.000 mujeres. Requisados bueyes y caballerías y obligados a trabajar sin poder atender sus campos, los labradores pasaron todo tipo de penalidades, llegando, incluso, a morir de hambre. Martinena (“La Ciudadela de Pamplona”, 1987) y Echarri (“Las murallas y la ciudadela de Pamplona”, 2000) aportan datos sobre los atropellos del virrey español a la población y recogen el testimonio del licenciado Olano, quien en 1573 ponía en conocimiento del rey de España el sufrimiento de una población mal pagada, prácticamente esclavizada; también las protestas en 1586 de los representantes del Reino en contra de los castigos públicos de cepo, a los que más de un peón se vio condenado. Las necesidades de piedra, cal y madera fueron enormes. Idoate indica como en 1584 los vecinos de Lantz, Ostitz, Anue y Ultzama se quejaban ante las Cortes de Navarra por la tala de 15.000 robles. En 1642 varios pueblos, ni siquiera avisados, vuelven a quejarse por la corta abusiva de árboles.

Pamplona se convirtió en la mayor fortaleza del Imperio español. Su población ha tenido que soportar la agobiante presión de las numerosas tropas acuarteladas; ni que decir también de la continua sangría a las arcas del Reino. Una vez construida, la Ciudadela se convirtió en un lugar prácticamente prohibido para los navarros. Como indica Martinena, en 1608 el alcaide de la fortaleza se opuso al proyecto de las Cortes navarras de crear una universidad en Pamplona, por temor a que los estudiantes navarros y gascones pudieran ocasionar problemas. El libro de Pescador (2006), titulado “Francisco de Xabier, nacimiento de un mito, muerte de una nación”, contextualiza este triste episodio de nuestra historia, que supuso décadas de abusos y semiesclavitud para tantos hombres y mujeres de Navarra.

Proyectada por el militar italiano Giacomo Palearo “El Fratín” y el virrey español Vespasiano Gonzaga y Colonna, siguiendo los modelos de las de Turín y Amberes, se afirma que la Ciudadela de Iruñea constituye una maravilla de la poliorcética renacentista, plasmación de las ideas sobre estructuras defensivas de Leonardo da Vinci y otros. También los sistemas defensivos modernos son maravillas de la construcción, investigación y tecnología humanas, emanadas de inteligencias privilegiadas y, sin embargo, ¡cuánto mejor si éstas últimas se dedicaran a pensar en otras cosas!

Se me dirá ahora que los tiempos han cambiado y que hoy todo este formidable complejo de fortificaciones constituye el mejor parque de la capital navarra y uno de sus más destacados atractivos patrimoniales. De acuerdo; parece evidente que el conjunto debe ser preservado. Pero, a pesar de todo, cuando atravieso la Ciudadela, sus muros me siguen pareciendo amenazantes; despiadadas estructuras pensadas para llenarte el cuerpo de plomo y metralla. Las piedras de la Ciudadela han sido mudos testigos de numerosas ejecuciones en la Francesada, la Guerra Realista y las Guerras Carlistas. En la guerra del 36 fueron fusiladas ahí más de trescientas personas. Conocida su historia, necesitaría una especie de acto de psicomagia jodorowskyana para poderme reconciliar con esas macabras paredes.

La realidad cultural pamplonesa es pobre y sesgada. El nacionalismo español pretende borrar todo rasgo de la cultura propia de Navarra. Algunos de los principales recintos de las artes plásticas y escénicas se ubican en o sobre la Ciudadela, con nombres tan cuarteleros como “Sala de Armas”, “Pabellón o Almacén de Mixtos”, “Polvorín”, “Horno” y “Baluarte”, (¡por no hablar de la “Sala de Exposiciones Conde de Rodezno”, sita en el Monumento a los Caídos en la Cruzada!). En Iruñea el arte se tiñe de caqui. Es de dar miedo.

Es posible que el reciente y acelerado interés en la restauración de las murallas y la Ciudadela de Pamplona guarde en parte relación con la conmemoración oficial del 500 aniversario de la conquista española de Navarra. El colmo es que algunos quieren proponer a la UNESCO que el conjunto amurallado de Pamplona sea incluido en la lista de sitios catalogados como “Patrimonio de la Humanidad”. Como navarro esto ya me parece un cínico regodeo y creo que no deberíamos permanecer callados.

 

Humberto Astibia Aierra

Profesor de la Universidad del País Vasco

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua