Soberanía es poder

Estos últimos días se han producido eventos de diversa naturaleza y gravedad que han vuelto a poner en evidencia la mala relación que algunos catalanes tienen con el poder y la autoridad. Me refiero a los conflictos derivados de los flujos migratorios y de refugiados en Calais, pero sobre todo en las costas italiana y griega. Y en otra magnitud, mucho menor pero más cercana, a la actuación de los Mossos en Salou en contra del contrabando de productos falsificados, con resultado de una muerte accidental. Y hablo de cómo han reaccionado las redes y los medios de comunicación del país, en el supuesto que representen -o conformen- una actitud general.

En cuanto al primer caso, más que discutir la información que se da y su sesgo ideológico -que está ahí…-, me parece relevante señalar dos dimensiones de la realidad prácticamente obviadas. Por un lado, se deja en suspenso el análisis de las consecuencias que tendría un sistema de fronteras completamente abierto, tanto desde el punto de vista económico como social y político. La sensibilidad humanitaria, es cierto, predispone -ante las imágenes hirientes que nos ofrecen los medios- sentirse solidario con la causa de los más débiles. Pero al mismo tiempo resulta que se es extraordinariamente susceptible al mantenimiento de los niveles de bienestar y prestación de servicios públicos, siempre al límite del colapso. El impacto económico y social de estos movimientos demográficos, además, se traduce -también en países de indiscutible tradición democrática- en alarmantes decantamientos electorales hacia partidos de extrema derecha y xenófobos, como hemos visto estas últimas décadas. Pues bien: de las consecuencias no queridas de una actitud cándidamente humanitaria parece que, aquí, cuesta mucho hablar.

Por otro, el otro silencio clamoroso en relación al drama que se vive en el Mediterráneo, ahora agravado por las guerras, es el del gran papel humanitario que hacen los ejércitos europeos. En los medios suelen aparecer las ONGs, como si fueran el único actor solidario que participa en ello. Está bien que se conozca la actividad de MSF, por ejemplo, y sus dos modestos barcos. Pero, en realidad, la actividad humanitaria principal es la que desarrolla Frontex, la agencia de la Unión Europea que regula todo el operativo militar. Este verano la llamada operación Tritón cuenta, entre otros, con 4 aviones, 6 barcos de altura, 12 patrulleras y 2 helicópteros. Participan los ejércitos de 27 países, con contribuciones notables de tres barcos irlandeses, uno sueco y uno noruego, países bien alejados del drama. Frontex lamenta la escasez de recursos disponibles en relación a los comprometidos y los necesarios, pero esto tendría una traducción inmediata en más presupuesto militar…

En cuanto al caso de gravedad mucho menor pero muy cercano, el de Salou, vuelve a pasar lo mismo. La muerte accidental de una persona -se produjera como se produjera, desde el punto de vista informativo, se convierte en un supuesto caso de confrontación entre fuertes y débiles, policía e inmigrantes, que una vez más decanta la sensibilidad humanitaria hacia los débiles. De hecho, la operación policial era contra un comercio ilegal que perjudica de manera directa a los comerciantes y las empresas productoras -y sus trabajadores-, que son los que pagan impuestos y se someten a regulaciones cada vez más estrictas de calidad, sostenibilidad y de condiciones laborales. Pero a las pocas horas ya tenemos organizadas protestas «antirracistas» y en contra de la «brutalidad» de la policía, que se les supone por defecto y que significa la estigmatización de un colectivo que, sólo el de mossos, ya son 17.000 personas.

Este sesgo informativo, que elude el papel humanitariamente relevante de los ejércitos o que pone sistemáticamente bajo sospecha a la policía, incluso cuando hay delito flagrante, muestran el déficit de cultura de poder y de autoridad que mencionaba al principio del artículo. Y, sin embargo, si bien la independencia de Cataluña comportará desafíos enormes relacionados con la capacidad de gobernarnos, todavía serán más grandes los cambios de mentalidad relacionados con el ejercicio del poder y la autoridad. Después de todo -no nos engañemos-, la aspiración a la soberanía es una reclamación de más poder. De hecho, el máximo poder posible en un mundo organizado en estados interdependientes. Observémonos, pues, críticamente, y dispongámonos, también, a hacer el cambio de mentalidad que significará reconocer a todos los efectos la autoridad derivada del ejercicio democrático del nuevo poder.

ARA