Resucitar el 9-N

Aquellos que ante la inminencia de las elecciones a las Cortes españolas aún confían en la posibilidad de celebrar un referéndum sobre la secesión de Cataluña negociado y acordado con el Estado deberían recordar que ya hemos celebrado una consulta: fue el 9-N de 2014. La capacidad del estamento político catalán por no tomar en serio sus legitimidades ha llegado hasta el punto de casi borrar de la memoria el éxito que supuso para el independentismo esa jornada y la fortaleza de la expresión popular allí manifestada en términos de «mandato democrático». Se replicará que el llamado «proceso participativo» no disfrutó ni de las mínimas garantías ni de la participación necesaria para poder ser equiparado a un referéndum de secesión que desvelara algún reconocimiento internacional. Pero hay que señalar que un buen grupo de referendos sobre los que algunas naciones fundamentaron su acceso a la condición de estados soberanos se celebraron en condiciones de legitimidad similares o peores que nuestro 9-N. Así, por ejemplo, los referéndums de independencia de Estonia, Letonia o Lituania también fueron ilegales, contrarios al derecho de la Unión Soviética, con poca participación de los rusófonos de dichas repúblicas, sea porque boicotearon las votaciones o porque se les excluyó del proceso de entrada. Algo similar se puede decir de los referendos de secesión en las repúblicas exyugoslavas o de las consultas celebradas en otras latitudes, las cuales, a pesar de la tutela de organizaciones internacionales, no se libraron de brotes de violencia (como sucedió en el referéndum de independencia de Timor Oriental en 1999).

Mientras en todos estos casos los representantes políticos se esforzaban en maquillar las irregularidades por no cuestionar el sentido de la voluntad del pueblo, aquí fueron los mismos dirigentes del proceso los que renunciaron de antemano a presentar el 9-N en el mundo como aval de apoyo democrático a la independencia. Como es sabido, ante la primera suspensión del Tribunal Constitucional sobre la consulta se optó por devaluar el proyecto con la mínima participación institucional cediendo el grueso de la organización a los voluntarios. Por el contrario, se podría haber desobedecido a la intervención de la jurisdicción constitucional y reforzar de cara al exterior la oficialidad de la votación. Puestos a romper el marco constitucional español, siempre hubiera sido más fácil hacerlo por un referéndum que para defender un estado surgido de una declaración de independencia. Posteriormente, se acabaron poniendo las urnas, pero el presidente Mas prefirió centrar el relato en la respuesta desproporcionada del Estado en forma de la querella que se interpuso contra él que en el acto del 9-N y el resultado del mismo. En el fondo, sin desmerecer la acción del presidente y la firmeza de dar la cara ante la agresión del Estado, se acabó comprando la versión según la cual el 9-N fue una pantomima (aunque precisamente para Madrid no fuera así, ya que el Tribunal Constitucional calificó el acto de «referéndum encubierto» y es en la suspensión del orden constitucional en Cataluña donde la fiscalía fundamenta la acción penal contra Mas).

Mantener el 9-N en el desprestigio significa no sacar el conjunto del proceso de sus dudas. Si el 9-N no iba en serio, ¿qué nos hace pensar que se vaya en cualquiera de los actos posteriores, incluyendo un referéndum pactado con España? Si entonces se puso toda la carne en el asador, ¿por qué nos hemos de plantear que el gesto se tenga que volver repetir? Es lo que pueden argumentar todos los ciudadanos que participaron en los diversos grados en aquel envite, siempre poder alegar que el cartucho del referéndum ya se disparó, que aquella «pantalla ya la pasamos». Porque, después de todo, no se puede apelar siempre al «voto de tu vida» que refleje la máxima movilización.

Quizás si resucitamos la legitimidad del 9-N, además de recuperar el tramo perdido si el resultado del 27-S no se aprovecha, nos permitirá empezar a aproximarnos a los pueblos que han llegado a ser estados y a imitar su capacidad de construir mitos a partir de un pasado que nunca estuvo presente.

EL PUNT-AVUI