Reflexiones sobre el Casco Viejo de Iruñea

Decía una pariente mía, muy presumida ella, a su hija y sus sobrinas que cuando salieran de casa debían ir siempre sonrientes y mirando al segundo piso. Si le hiciéramos caso, mientras callejeamos por las calles de nuestro querido y denostado Casco Viejo de Iruñea observaríamos, en general, unos edificios aceptablemente arreglados, pocos de ellos estentóreos o fuera de lugar, con las fachadas, balcones y miradores bien rehabilitados. Seguramente, si esta visión la tuviéramos en una ciudad a la que hubiéramos acudido como turistas le sacaríamos fotografías. Por desgracia, la costumbre de pasear con la vista puesta en los pisos altos de las calles más familiares es poco habitual. ¿Cuántas veces nos fijamos, después de muchos años de pasar por el mismo lugar, en un alero, en un escudo, en una hornacina o en un bonito mirador? Nuestra mirada tiende a mantenerse a la misma altura de nuestros ojos, que van a observar ahora un panorama desolador. Bajo la colorista imagen de las fachadas rehabilitadas nos vamos a encontrar con que la gran mayoría de bajeras y espacios comerciales están absolutamente descuidados, pintarrajeados, llenos de carteles de propaganda, sucias cristaleras, en fin no me voy a extender porque está a la vista de cualquiera. Sé que cuando se rehabilita una fachada, cosa por cierto en muchos casos obligada o forzada por el Consistorio, antes al menos, se facilitaban ayudas a los vecinos. También sé que esta ayuda no existía para el arreglo de las bajeras, aunque estas tienen que hacerse cargo de su correspondiente porcentaje en el presupuesto de rehabilitación de todo el edificio. En tiempos de ahorro y crisis esas ayudas se niegan, solo hay dinero para macropabellones deportivos vacíos. Y no digo nada del considerado como gheto de parias e intocables, la zona conflictiva, Descalzos y Jarauta, en donde ni siquiera se arreglan las fachadas, allí no interesa.

Me gustaría conocer qué conclusión sacarán de la ciudad los cientos de visitantes que recorren nuestras calles. Aunque eso sería siempre muy discutible, parece ser que, desde el punto de vista de la riqueza arquitectónica tenemos bastante desventaja sobre otras ciudades del entorno. El borde amurallado que impusieron nuestros conquistadores tiene hoy día la máxima consideración, se enseña y se cuida. Pero los forasteros vienen fundamentalmente a callejear, disfrutan, me consta, con el recorrido del encierro y con la plaza Consistorial. Los cientos de peregrinos jacobeos que pernoctan en Iruñea abandonan la ciudad recorriendo la calle Mayor (no olvidemos que se llama Mayor, Nagusi en origen, por ser la más importante). ¿Y qué se encuentran? ¿Tendrán que recortar sus fotografías para que no se vean las plantas bajas? No voy a insistir, invito a los lectores a darse una vuelta.

Es evidente que para nuestros actuales dirigentes la estrategia es la desidia y abandono total de la idiosincrasia de nuestro Casco Viejo, que comenzó por la destrucción del peculiar y ya casi olvidado adoquinado. Solo importa la hostelería, que es la que da vidilla al barrio. Se potencia como espacio para el botellón general, normalmente para los de otros barrios. La desolación de nuestras calles quedará después aderezada con vasos de plástico y de cristal, restos de comida barata, papeles, colillas, vomitonas y demás mobiliario urbano. La desastrosa política comercial, favoreciendo descaradamente a las grandes superficies, y especialmente a las venidas de fuera, hace malvivir al pequeño comercio. Supongo que a los sufridos tenderos rentistas que aún resisten tampoco les puedo pedir el esfuerzo de que tengan o mantengan sus tiendas en perfecto estado de revista. Sí creo puedo exigírselo a los pocos pero grandes propietarios de bajeras de las calles de nuestra ciudad. A algunos de ellos, que se enriquecen descaradamente con la especulación de bajos y comercios, es a los que tenemos que obligar a adecentar sus locales y a no especular. Y eso no lo podemos hacer los ciudadanos de a pie. Eso es responsabilidad de nuestro Ayuntamiento. Así podríamos estar orgullosos de nuestro Casco Viejo, vivir en él y enseñarlo. Por desgracia, no parece ser la prioridad, quizás no lo consideren suyo. Tendremos que seguir paseando mirando al segundo, o mejor al tercer piso, como decía mi coqueta tía Rita. Eso sí, a las once de la mañana, porque desde el atardecer, en muchas de nuestras calles va siendo imposible caminar sin pisar a alguno o tirarle el vaso, sobre todo si vamos mirando hacia arriba.

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