¿Quién te manda meterte con los partidos y el gobierno?

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Joan Fuster, una vez, se encontró envuelto en una tremenda polémica a propósito de sus artículos en la provinciana prensa valenciana de los años sesenta. Y decidió responder con un artículo inolvidable, titulado “Mi vela en este entierro”, una expresión que creo que se puede traducir hoy pasablemente por ese “¿Quién te manda meterte?”. No quiero comparar polémicas y menos intervinientes, pero el caso es que el editorial del lunes y unas declaraciones que hice en el programa de la ANC “El Estado de la Nación” (1) han desatado una inesperada avalancha de respuestas, comentarios, preguntas directas y en algunos casos descalificaciones que creo que debo responder.

Efectivamente, yo estoy mucho más que convencido de que este gobierno y las tres fuerzas independentistas que lo apoyan no tienen más objetivo que mantenerse en la estabilidad autonómica, a ser posible durante la legislatura completa y tantos años como puedan. No hay ninguna voluntad de ir hacia la independencia, más allá de la retórica electoralista, ni harán nada por avanzar en este camino. No digo que no haya diputados, o consejeros incluso, que querrían hacer algo, pero en todo caso serán acciones limitadas a la buena voluntad de éste o de aquél, sin un plan ni hoja de ruta ni ningún elemento que permita construir una confrontación con el gobierno español a corto plazo. Diré más: ni lo piensan hacer con el gobierno español actual ni con el siguiente, aunque fuera de Vox y PP. La confrontación está completamente fuera de los planes de la Generalitat.

Efectivamente, yo también creo que la clase política que protagonizó el Primero de Octubre y la proclamación de la independencia no está en condiciones de llevarnos más allá de dónde ha llegado. Por lo general. Respecto a esto, diferencia muy claramente el exilio belga, por lo que tiene de negativa implícita de aceptar el orden constitucional español y el derecho de España a juzgarlos y porque estos cinco años han demostrado que no habían dejado de luchar y de enfrentarse a España, y ganar. Y también, como es lógico, diferencia a aquellos militantes de los tres partidos que intentan ser fieles al mandato del Primero de Octubre, que existe y está vivo. Me he encontrado por aquí y por allá y me los creo. Pero dicho esto, me parece que la aparición de nuevos liderazgos sería un paso positivo.

Efectivamente, yo creo también que la situación hoy, pese a ser complicada, en muchas cosas es mejor que en 2017, estamos situados en mejor posición. Evidentemente, la euforia del momento se ha disipado y sin ilusión no existe victoria posible. Pero esto no me preocupa mucho. Distingo perfectamente entre el desencanto que inunda el independentismo y la fuerza de la nueva etapa que propició el referéndum de autodeterminación. El Primero de Octubre ha cambiado la historia del país y, como escribía muy bien hace unos días Julià de Jodar, la diferencia esencial ahora es entre el vencido y el perdedor. En España y en Europa el trabajo de estos últimos cinco años nos sitúa en una posición infinitamente mejor que la que teníamos en 2017. Y esto también es necesario tenerlo en cuenta. El problema, prácticamente, lo tenemos en casa.

Efectivamente, por eso mismo, sé que la independencia es posible a corto plazo, no como un horizonte retórico al que nunca se llega. Y la crisis ucraniana nos recuerda una vez más de una manera desgarradora que si eres un problema, si te conviertes en un problema bastante grave y molesto, las cosas se mueven. La independencia de Catalunya llegará cuando la comunidad internacional, y particularmente la Unión Europea, no pueda aguantar más las contradicciones que le causan la represión violenta y el autoritarismo español, su negación de la democracia. Especialmente si esto es bien visible y televisivo. Y es por eso que la estabilidad, dotar de estabilidad a Catalunya o España, es el camino equivocado.

Efectivamente, por todo esto creo que el independentismo, sobre todo lo que está fuera de los partidos, debe pasar a la oposición y debe enfrentarse a este govern. Para recuperarse. Para volver a construirse. Para volver a ganar respeto. Abiertamente y sin prevención alguna. ¿Para qué de qué sirve tener un govern independentista si no quiere realizar la independencia? Más aún: ¿de qué sirve un govern independentista si hace cosas que haría igual un gobierno del PSC? (Por decir algo: juegos olímpicos, no defender la inmersión, detener independentistas, intentar poner fin a la Meridiana…) Esto no significa enfrentarse a todo y a todos por sistema, como una rabieta, y sin reconocer nada. Si hacen algo bien hecho o interesante, mejor. Pero no condescendencia general con ellos para que sean los del 52% y representen nuestros votos. En mi caso, lo diré claramente, representan en todo caso el boleto que metí en la urna. Pero en modo alguno representan, ahora, la intención de mi voto.

Y, efectivamente, creo que el país se puede mover y avanzar sin los partidos políticos, como lo hizo del 2010 al 2015. Creo también que la calle puede presionarles y sé que sólo cambiarán de actitud cuando tengan más miedo a los votantes que de la represión. O cuando alguna formación nueva les quite los votos, si esto llega a suceder alguna vez. Y creo, por eso mismo, que cuando venga la nueva oportunidad subirán al carro porque no tienen más remedio que hacerlo. Pero espero que todos hayamos aprendido de nuestros errores y no les confiemos como si nada esa responsabilidad casi total que les regalamos el 27 de octubre del 2017.

¡Ah, sí! Y efectivamente yo soy tan sólo un periodista, no represento ni quiero representar a nadie y siempre digo lo que pienso. Siempre. Y si cambio de opinión, porque hay nuevos argumentos que me convencen, también lo digo. Y reconozco mis errores y escucho con atención a todos los que me critican, para ver si tienen razón. Pero yo soy lo que escribo. Y, como escribo cada día desde hace más de treinta años, son mis textos, y no las opiniones ajenas, los que me definen.

(1) https://www.youtube.com/watch?v=Bs06x4Ml8A0
(2) https://www.vilaweb.cat/noticies/vencuts-perdedors-julia-jodar-mail-obert/

¿Vencidos o perdedores?
Julià de Jòdar
En los tres campos de batalla principalísimos con el Estado –institucional, económico y cultural–, Cataluña está siendo vencida temporalmente sin tapujos. En el primer campo, la represión desatada desde el 1-O ha hecho replegarse la calle, ha paralizado a los partidos políticos y ha convertido el parlamento en un patio de escuela. En el segundo campo, ha desaparecido la cuestión del expoliación fiscal, no se renuncia a la economía de turismo y parafernalia con el vodevil del aeropuerto, de los Juegos Olímpicos de Invierno y de las bagatelas que les acompañarían, y se ha instaurado una visión meramente economicista de subvención y subordinación (el pasado martes, un editorial de ‘La Vanguardia’ ya marcaba el paso de la oca denunciando que, en los contactos entre “empresarios e independentistas”, estos últimos no iban a tiempo…). Y en el tercer campo, el imperialismo español atiza la guerra de las lenguas, vía judicial, para amedrentar a unas instituciones atemorizadas y romper la unión entre institución, escuela y calle (el pasado lunes, en el diario citado, Antoni Puigvert pedía “un nuevo marco de reencuentro social y de reconocimiento del castellano” [!?]). Un panorama que amenaza con hacernos pasar de vencidos episódicos a perdedores históricos. La distinción entre vencido y perdedor parece tan resbaladiza como la que suele establecerse entre imaginación y fantasía, pero el hecho es que puedes ser vencido temporalmente y no sentirte perdedor eternamente. (Los equipos del Barça, si me permiten la frivolidad, pueden ser vencidos, pero no forman parte de un club perdedor; el Español, gane el que gane, nunca podrá quitarse de encima el estigma). Para levantar la cabeza, tarde o temprano, es condición básica saber que, Para levantar la cabeza, tarde o temprano, es condición básica saber que, si de momento te han vencido, esto no te condena a ser un perdedor para siempre –los estadounidenses lo llaman ‘loser’, y es una marca de apestado, una especie de paria. En estos momentos, los catalanes corremos el riesgo de convertirse en los parias, perdonadme la figura, de España.

Un perdedor es un fatalista, que siempre encontrará razones para justificar su derrota, inexorable, haga lo que haga: la historia siempre le irá en contra y en la historia encontrará las razones de su victimismo (“¿ves cómo no se puede ‘hacer nada’?”). El perdedor siempre busca la comprensión del mundo, empezando por sí mismo (autocompasión: “¿qué podía hacer, si no?”), siguiendo por su entorno (conmiseración: “¡ay, pobrecito, qué mala suerte!”), por los falsos amigos (paternalismo: “¡ya te lo decía yo!”) y por los enemigos (perdón mayestático: “¡ahora a portarse bien!”). En estos días, los digitales de la situación están llenos de estos perdedores, que, si disponen de sinecuras, cargos y altavoz o columnas en los medios, han descendido de lleno hacia el cinismo de “las cosas van como van”. El perdedor se pretende realista cuando, en el fondo, es idealista: proyecta sobre el mundo su pobreza de espíritu y espera a cambio de que le mantenga la triste migrabilidad vital. El perdedor es un materialista vulgar. El perdedor es un solitario que no confía en la fuerza de la colectividad. El perdedor deja un rastro de melancolía de tendero.

Un vencido temporal vuelve a la carga al día siguiente de la derrota: con su persistencia, está seguro de que es él quien hace(rá) la historia. Mejor dicho: que sólo él puede (y debe) hacer su historia sin pretextos ni medias tintas. El vencido temporal no se mira al ombligo, no espera la tolerancia compasiva de su entorno, no consiente la hipocresía de los falsos amigos, no confía en la piedad del enemigo. Su idealismo es el de quien considera que tiene la historia de su lado por el simple hecho de que él nunca se rebajará ante la derrota ocasional. De su lucha dialéctica con la realidad, el vencido temporal saca la lección útil de no ser temerario ni miedoso, de no buscar halagos, de no hacer sonar timbres de mesa ni gastar saliva de presidente. El vencido temporal reconoce (y se reconoce en) la fuerza y la persistencia de la colectividad: le pueden derribar las estructuras, pero, si no la exterminan, conservará sus cimientos y rehará lo que le han deshecho. El vencido temporal no puede ser arrugado ni relegado por la historia oficial: siempre dejará trazas que serán recogidas, renovadas y convertidas en nuevas situaciones que permitan volver a la carga a quienes recojan su testimonio. La derrota temporal es una pesadilla para el oficialismo, la burocracia y el pasotismo, porque su ejemplo es perdurable. A lo largo de la historia, las grandes masas transformadoras han sido utilizadas, subyugadas, engañadas… o corrompidas por intereses ideológicos, sociales, económicos y, en definitiva, de poder. Pero vuelven siempre, como si encontraran salidas inexploradas cada vez que se las ha querido hundir en el pozo de la historia. Nuestro caso, como nación, es un paradigma: han pasado nombres, personajes, ideas, organizaciones, pero no hemos podido ser aniquilados porque nos sentíamos –se sentían– unos vencidos temporales, no unos eternos perdedores. ¿De dónde, si no, la fuerza disruptiva del 1-O, en este entorno occidental de balneario democratista? ¿Por qué le temían tanto, si no era por su capacidad de volver históricamente a la carga y superar la amenaza de pueblo a quien se quiere desaparecido en la vorágine de la historia?

Inmerso en la división, el independentismo institucional debería hacer caso de ese aforismo de Goethe en la versión de Joan Maragall: “¿Divide y vencerás? ¡Une y dirigirás!”

Por culpa de la división, hemos salido temporalmente vencidos de la contienda del 1-O; la división persistente puede hacernos perdedores para siempre.

No se les debería consentir.