He corregido, a lo largo de más de cuarenta años de profesión docente, innumerables exámenes de reválida, de preuniversitario, de acceso a la universidad y de otros similares, donde la supuesta madurez de los estudiantes parece que se ha de manifestar con alguna claridad, cosa generalmente irreal, pura fantasía, tal como se muestra un año tras otro.
Por otro lado, el estado y condición de las ideas que el común de los estudiantes poseen se manifiesta de vez en cuando en los disparates habituales y a menudo cómicos de algunos de estos exámenes. Antes de la universidad y dentro, como aquella señorita que, en un curso de cultura clásica, empezó una respuesta con esta afirmación contundente: «La lengua de los griegos era el latín», y luego vino a protestarme por el suspenso. En Francia, los diarios todavía tienen la costumbre de publicar algunas perlas seleccionadas de las pruebas del ‘Baccalauréat’, el célebre y supuestamente serísímo examen nacional. Como el del pasado mes de junio, en las pruebas de filosofía, que allí no son ninguna broma, y que se espera que demuestran el provecho intelectual de los estudiantes. Un corrector de la Universidad de Poitiers ha revelado algunas de estas perlas, en las redacciones sobre dos temas muy representativos: «¿Pueden existir deseos naturales?» y «¿Trabajar, es únicamente ser útil?». Imagine a los alumnos, jóvenes de dieciocho años que han tenido que leer sus clásicos, que han completado esa educación de liceo francés tan racional y tan completa, meditando largamente sobre el papel. Hasta que uno escribe: «Los deseos naturales cambian. Por ejemplo, para una familia que vive en África, los deseos naturales son dormir y comer, porque África vive aún de manera salvaje. Pero para un francés mucho más evolucionado, serán tener un coche, una lavadora y un guardarropa muy grande». Como ideología, como información bien asimilada, como visión del mundo y de la humanidad, no está nada mal: eso mismo debe pensar un porcentaje muy considerable de la población europea, jóvenes y mayores, y con perlas como ésta se podrían hacer muchos collares. Más cerca de la psicología de las emociones, otro joven prometedor escribe: «Según Rousseau, es mejor soñar los propios deseos que satisfacerlos. Es por eso que él siempre vivió solo y desgraciado». Satisfagamos, pues, los deseos, si queremos vivir felices y en buena compañía: soñarlos es inútil y perjudicial, lo que explica, sin duda, una buena parte del funcionamiento de la economía universal: consumid velozmente, no esperéis, no penséis. El (o la) estudiante no era tan idiota como parece.
Todavía sobre el tema del deseo, uno (¿o una?) de los examinados afirma: «Los hombres utilizan las palabras para expresar su deseo, y los animales utilizan los gritos. Excepto cuando las personas tienen relaciones sexuales con el objetivo de obtener placer y no con el objetivo de hacer criaturas: utilizan los gritos porque entonces el hombre es considerado como un animal». No es una estupidez, en el fondo, es una visión canónica de la moral sexual, la misma de los cardenales y los obispos: cuando el sexo no busca hijos, es algo animal, y por eso provoca los gritos que sabemos. En cuanto a la utilidad del trabajo, hay algunas ideas claras. No siempre es únicamente útil, explica un bachiller, ya que, como en el caso de las prostitutas, se pueden perfectamente unir «l’utile à l’agréable». El muchacho (seguro que era macho) habrá visto Pretty woman, y no tiene más fuentes de referencia, cosa más habitual de lo que parece. Y otro, más político, explica: «Si el trabajo nos hace útiles, ¿entonces por qué tanta gente no se da cuenta y prefiere aprovecharse del sistema recibiendo el dinero de los demás sin trabajar (me refiero al paro)?» ¿Qué comentarios ha escuchado en casa o en la calle, el examinado? Los mismos que una gran parte de la población, no hay ninguna duda. Y la perla de las perlas, esta: «La prueba de que el trabajo no es útil, es que Jesucristo no trabajó nunca. Viajó de pueblo en pueblo para extender el amor, pero no trabajó nunca. Ahora bien, nadie ha sido más útil que él: eso no lo discutirá nadie». No sé qué nota sacó en el examen: yo le habría puesto un sobresaliente.