Y eso que la carga no es poca cosa: 600 cajas llenas de monedas y lingotes de oro y otros metales, cada una de ellas pesa 25 kilos. En total suman 550.000 monedas, que son unas 17 toneladas de oro y plata. No puedo ni imaginar el valor que tiene, en euros, este inmenso tesoro. En cambio, el gobierno español, siempre con una antena orientada para detectar dónde tintinea el dinero, enseguida puso el grito en el cielo y clamó contra el expolio del «patrimonio nacional». La maquinaria judicial estatal se puso en movimiento y seis años después el proceso judicial ha dado la razón a España. El tesoro, que ha sido custodiado en Tampa (Florida) todo este tiempo, llegará a Madrid en los próximos días.
Como siempre, los españoles han recubierto todo el asunto de épica y pompa. «Para España era una Cuestión de honor», decía ayer bien satisfecho el ex ministro de Cultura César Antonio Molina. Algunos corifeos de la capital ya han acusado a Odyssey de comportarse como una pandilla de piratas y saqueadores. La pobre empresa americana ni siquiera recibirá ninguna compensación económica ni porcentaje por los gastos o la investigación. A Madrid le ha salido redondo: esta vez no ha cedido ni cesta de impuestos ni ningún tramo fiscal. Unos trabajan y otros cobran. Todo a casa, venga. Es lo del «árbol y las Nueces» pero de verdad.
Lo más triste de todo es que todo este tesoro no pertenece ni en España ni tampoco a la empresa Odyssey. Esta pila de oro pertenece a los pobres indios americanos que fueron masacrados, exterminados y genocidados por los colonizadores españoles. En el caso del contenido del barco, parece que fue robado en Perú, es decir que pertenecía al pueblo inca. Esto es un detalle que los jueces americanos han pasado por alto y también supone un error estratégico del gobierno del Perú, que debería haber aprovechado el revuelo judicial y mediático para reivindicar un poco e intentar el regreso a casa de una parte del robo general. Ahora ya es tarde y pronto todo este botín llegará a su destino: Madrid.
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