Mayo es el mes clave para el proceso de independencia

El peligro de derrotarnos a nosotros mismos.

Hemos empezado abril. En el teórico marcador de la desconexión estamos a quince meses ya. En el de la práctica, sin embargo, estamos entrando en el momento definitivo. En mi opinión el mes de mayo será uno de los puntos clave para saber si somos capaces de proclamar la independencia o no. Hace años que algunos me oís decir que España ya no puede derrotarnos pero que nosotros podemos perder la batalla solos. Pues bien, la gran oportunidad de derrotarnos solos la tenemos de hoy en treinta.

El calendario, caprichoso como siempre, ha concatenado una serie de piezas de las que debemos ser capaces de emerger reforzados. Porque si no es así tendremos problemas de verdad, seguramente definitivos.

Hay cuatro situaciones que van a confluir el mes de mayo, con una influencia decisiva sobre lo que pasará en el proceso. Cronológicamente en primer lugar, si no hay alguna solución que ahora no sabemos ver, el primero de mayo se agotará el plazo para formar gobierno en España y vamos por tanto a nuevas elecciones, el 26 de junio. En segundo lugar a lo largo del mes de mayo el gobierno debe presentar el proyecto de presupuestos, para formar gobierno en España y vamos por tanto a nuevas elecciones, el 26 de junio. En segundo lugar a lo largo del mes de mayo el gobierno debe presentar el proyecto de presupuestos, para que sea votado en julio por el pleno del parlamento. En tercer lugar la CUP, el 22 de mayo, hará la Asamblea Nacional y en cuarto entraremos de lleno en el proceso de renovación anual de cargos en la Asamblea Nacional Catalana.

Aunque podríamos añadir un par de variantes más. Hablo sobre todo de la reacción que en algún momento se hará inevitable contra la judicialización de la vida política catalana que ha emprendido el Estado, muy concretamente en defensa del poder municipal. Aparte de varios miembros del anterior gobierno hay ya 381 de los 948 municipios catalanes y la cifra va aumentado cada día. Y hablo también de la posibilidad de que finalmente no haya elecciones en Madrid sino un acuerdo de gobierno. Porque cualquiera que sea endurecerá la reacción contra el proceso de independencia.

Objetivamente, y de eso hablaré en la editorial de mañana, el conflicto Cataluña-España está hoy en el mejor lugar que podríamos haber imaginado. Todo lo que nos llega, todas las sensaciones que tenemos, todos los datos que acumulamos indican que el giro no es que esté a punto sino que está hecho y que sólo hay que ejecutar el programa. Incluso ejecutarlo antes de los famosos quince meses que marca todavía la hoja de ruta, probablemente este mismo año. Esta es una perspectiva que todo el mundo que está en la conducción política del proceso reconoce como sensata.

 

Mayo, sin embargo, será el gran obstáculo. Porque en mayo tomaremos colectivamente unas decisiones que afectarán el desenlace del proceso de independencia y que se pueden visualizar, en cuatro campos diferentes, de dos maneras.

-en cuanto a las elecciones españolas del 26 de junio el independentismo puede acudir apoyando una sola candidatura -y esto no necesariamente pactando una candidatura unida de CDC y ERC- o ir separado,

-con respecto a los presupuestos la CUP puede decidir apoyarlos o no, especialmente si el debate no se centra en la concreción práctica de estos presupuestos

-en cuanto a la propia Asamblea de la CUP puede emerger de ella una dirección estratégica consensuada y constructiva o puede haber una ruptura que afectaría de forma grave la actual pseudo mayoría parlamentaria del independentismo

-y en cuanto a la ANC se pueden renovar los cargos con un cierto orden y normalidad o podemos encontrarnos también con una ruptura interna incontrolable que destruya la principal organización independentista del país. En este sentido es evidente que los personalismos pueden hacer mucho daño pero también lo es que el funcionamiento de la ANC tiene algunas absurdos que hay que cambiar

Todo esto, todo, tendremos que resolver en el mes de mayo, con responsabilidades diversas por parte de actores diversos. Y como consecuencia de las decisiones que tomemos entonces el mes de agosto podemos estar en dos escenarios radicalmente diferentes.

Escenario primero. El independentismo gana con claridad las elecciones españolas en Cataluña, incluso si sabe aprovechar el desencanto respecto a la política española con un resultado mejor incluso que el del 27-S. Se convierte así en un bloque imposible de marginar en el congreso de los diputados españoles y la señal para las cancillerías europeas de que el proceso es inminente y reclama de su intervención. El parlamento de Cataluña, consolidada la mayoría independentista, aprueba los nuevos presupuestos, acelera el plan de choque y la adopción de medidas imprescindibles para dotar de cuerpo y contenido a las estructuras de Estado y hace que todas las piezas encajen para aprovechar la reacción del nuevo ejecutivo como detonante de la crisis definitiva. Con la Asamblea vigorizada se convoca un once de septiembre diseñado para demostrar al mundo que está la mayoría parlamentaria, tal vez incluso la mayoría de votos el 26 de junio, y que se mantiene intacta la movilización popular. Así entramos en otoño con el conflicto a punto de estallar de forma inminente y con la independencia dibujándose en un plazo mucho más próximo que lo previsto en la hoja de ruta.

Escenario segundo. El independentismo pone de relieve todas sus debilidades, se auto inflige una derrota en todos los campos y partido y peleado es incapaz de aprovechar la debilidad del Estado. Esto se traduce en que CDC y ERC van por separado a las elecciones españolas y la CUP no comparece, facilitando así entre los tres la victoria de Ada Colau. Esta victoria es la tercera en cuatro elecciones seguidas, lo que hace que todas las cancillerías europeas pongan en cuarentena el apoyo real del independentismo catalán. Con la CUP rota en dos bloques irreconciliables la aprobación de los presupuestos se hace prácticamente imposible y por lo tanto el gobierno debe convocar nuevas elecciones catalanas en otoño, en las que los partidos acudirán por separado y peleados entre ellos, acusándose los unos a los otros de la culpa de haber destrozado la ocasión histórica que teníamos delante. Y abriendo de par en par la posibilidad de que el próximo presidente no sea ningún independentista. La ANC, carcomida por las rencillas personalistas e impotente ante la situación política convoca un once de septiembre sin condiciones objetivas de éxito que es un fracaso comparado con cualquier otra manifestación anterior y que certifica ante Europa la crisis total. Volvemos a la autonomía. Derrotados.

Evidentemente entre el escenario primero y el segundo puede haber matices y variantes. No es necesario que todo salga bien y también es posible que no todo salga mal. No pasará o todo o todo. Pero no nos llamemos a engaño: o tendemos hacia el primer escenario o tendemos hacia el segundo. Y llegado el verano no habrá posibilidad de marcha atrás, a no ser que pase algún cataclismo imposible de imaginar ahora mismo.

Durante años he aguantado con paciencia una cantinela que afirmaba que yo soy un optimista. Siempre lo he negado. Siempre he dicho que yo no soy optimista sino que toda la información que me llegaba iba en la línea de ver con optimismo la situación que se estaba creando. Siempre ha hablado con datos en la mano y con dibujos estratégicos en la cabeza. Hoy hago lo mismo pero lo hago con más preocupación que nunca. Porque todos los datos indican que tenemos un pie y medio en la Cataluña independiente pero que el medio que falta para entrar podría destrozar la maniobra que tanto ha costado construir.

Creo que CDC, ERC, CUP y ANC tienen durante este mes de mayo su cita con la historia. Si lo hacen bien, esto ya no tendrá freno y si lo hacen mal tendremos que esperar otra oportunidad.

Y por eso creo que nuestra obligación, quiero decir la de aquellos que queremos la independencia de Cataluña más que ningún proyecto político o personal concreto, es la de avisar con tanta solemnidad como sea posible de la encrucijada que tenemos a treinta días vista y de cuán trascendental es para todos. Nadie tiene la razón en todo. Nadie tiene derecho a imponer su punto de vista como el único posible. Los cuatro tienen la obligación de pensar en la gente y hacerlo tan bien como sepan y algo más.

(Este editorial tiene una segunda parte mañana)

 

2ª Parte

Mayo es el mes clave del proceso hacia la independencia: la revolución es la situación.

Hace muchos años un político socialista muy inteligente me enseñó una metáfora interesante: la de la llamada ‘pendiente ferroviario’. Espero contarla bien. Según parece, cuando se planifica una vía de tren el elemento clave a tener en cuenta es la pendiente. En la gran velocidad no se puede poner una vía con una pendiente de más del 3% de desnivel y en general cualquier tren, excepto los famosos cremallera de montaña, no pueden circular por vías donde haya más de un 6% de desnivel. ¿La razón? Los trenes con una pendiente superior si cogen velocidad ya no los puedes controlar ni siquiera frenando, o bien necesitas un trazado muy largo y mucha suerte -de hecho, se detienen ellos solos- para no causar un accidente. No es posible dirigirlos.

El que me explicó la metáfora lo aplicaba a la política. Venía a decir que cuando algún actor político caía por una pendiente superior a la razonable el accidente era inevitable. En circunstancias normales, las de la política habitual, es muy difícil que nadie vaya voluntariamente por una pendiente peligrosa. Pero cuando las circunstancias son excepcionales, como ocurre ahora, la cosa cambia. Puedes entrar en una pendiente imposible casi sin darte cuenta.

Y es exactamente aquí donde estamos, y eso le ha pasado en España. Su reacción al proceso de independencia fue despreciarlo. Cuando se dio cuenta de que aquello iba en serio era demasiado tarde y la pendiente ya era aguda. Entonces la reacción fue la judicialización y la negación de la política. Y esto ha puesto al Estado-tren en una pendiente suicida. Casi, casi podríamos quedarnos quietos y esperar a ver cómo se estrellan…

Judicializar el proceso catalán es el error más importante que España podía cometer, a menos que hiciera salir el ejército a la calle. Por un lado, porque facilita el llamado ‘remedial only’, el único supuesto de autodeterminación que nadie discute en el mundo. Pero, en segundo lugar, y este es el más importante, porque ha perdido el control de la máquina. Si ahora algún gobierno español quisiera detener la judicialización no tiene tiempo ni recursos para hacerlo.

 

Lo que es revolucionario hoy es la situación. Más que los protagonistas.

1. Cataluña no ha aflojado en el propósito y ha puesto en marcha un proceso de desconexión que por fuerza terminará alrededor del próximo verano. Los políticos independentistas saben que no pueden eludir su responsabilidad, porque esto equivaldría a su derrota absoluta.

2. El estado español ha cerrado voluntariamente cualquier posibilidad de acuerdo porque ha elegido la judicialización. Ahora ya no tiene tiempo de cambiar las leyes que aplican sus tribunales. Y cada día le será más difícil el abrir un debate político, cualquiera que sea el futuro gobierno. Cuando tú tratas de delincuentes a tus adversarios políticos, la negociación se convierte en imposible. O el uno o el otro debe ceder antes de comenzar a negociar. Si no cede ninguno de los dos no hay solución posible.

3. La actitud española es incomprensible en Europa si lleva a una crisis tan grande como a la que llevará. Y esta es la pieza clave de la ecuación. La solución del problema, efectivamente, será multilateral y son los estados de la Unión Europea, más que la Unión, los que tienen la capacidad de imponerse como árbitros. Esto no será Kossove. En el caso de una independencia unilateral el mantenimiento de Cataluña dentro de la Unión Europea cambiará la ecuación de cara a los terceros países. Incluso si España no nos reconociera como Estado, la repercusión internacional de su gesto quedaría muy apagada en el caso de que la Unión Europea encontrara un estatus para reconocer a Cataluña, algo que ahora poca gente duda de que encontrará. Existe la famosa hipótesis ‘Chipre al revés’: la dificultad legal que para la UE representaría una Cataluña en el limbo es mucho mayor que la de tenerla dentro. Y, en plena batalla por mantener al Reino Unido y a algunos países del este en la Unión, dejar fuera a Cataluña sería un precedente dramático que Bruselas no se puede permitir.

 

A partir de estas premisas, y del contenido de las conversaciones que sabemos que hay en los círculos diplomáticos, el dibujo de hacia dónde vamos se puede resumir así:

1. El gobierno de Cataluña sabe que puede precipitar en cualquier momento una DUI, justificada por las agresiones jurídicas (en especial, alguna tan gruesa que ya puede llegar en cualquier momento), y que la reacción de la UE será arbitrar el conflicto. La UE exigirá a España y a Cataluña una solución razonable al conflicto político. Y la única posible es un referéndum a la escocesa, pero España no lo aceptará nunca.

2. Si España no se aviene a convocar un referéndum y, en cambio, la judicialización del proceso de independencia afecta a cargos políticos electos (alcaldes, concejales, el presidente Mas, los consejeros del 9-N…), Cataluña puede invocar el supuesto de ‘remedial only’ ante la Unión Europea: nos separamos porque no tenemos más remedio y porque no hay ninguna posibilidad de hacer nada. Dentro de la Unión Europea algunos estados se pondrán más a nuestro favor y algunos en contra, pero en el momento en que se rompa la unanimidad el referéndum se impondrá como una medida razonable, como el único consenso posible. A partir de ese momento la carga del problema recaerá en España y no en Cataluña. Y España se negará a hacer el referéndum en cualquier circunstancia. Con lo cual justificará la DUI.

3. La solución del conflicto será rápida, porque los estados europeos no tienen ningún interés objetivo en dejar a Cataluña en el limbo jurídico, una situación que puede afectar sus inversiones, turistas, etcétera. La pendiente ferroviaria impedirá a España el frenar la maquinaria a tiempo y optar por la vía política, lo que precipitará una solución, seguramente una solución provisional, pero que, de hecho, dejará a Cataluña fuera de España. Que es el gran cambio al que podemos aspirar en los próximos meses.

Aquí es donde estamos. Y el hecho de que nos encontremos en esta situación es lo que importa, después de todo.

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