Los moriscos catalanes: ¿quiénes eran y cómo desaparecieron? (I)

La expulsión de los moriscos de la monarquía hispánica fue la peor crisis humanitaria del siglo XVII europeo

Lleida, 2 de junio de 1610. Hace 414 años. La comunidad morisca local, formada por un centenar de personas (22 hogares, según la documentación de la época) abandonaban la ciudad para dirigirse al puerto de Els Alfacs. Un año antes (4 de abril de 1610), el rey Felipe III había promulgado la orden de expulsión de todos los moriscos de la monarquía hispánica. Los de Lleida serían los primeros (en Catalunya y en Aragón) de un colectivo que afectaría a unas 42.000 personas (3.566 en Catalunya y 38.286 en Aragón). Entre 1609 y 1614 fueron expulsadas más de 300.000 personas del conjunto de territorios hispánicos. La comunidad morisca de Lleida, catalanohablante y cristiana conversa (al menos, oficialmente) desaparecería, de la noche a la mañana, después de un mínimo de mil años arraigada en la orilla del Segre. ¿Quiénes eran esos misteriosos moriscos, y cómo desaparecieron?

El origen de los moriscos catalanes

Los moriscos catalanes y aragoneses eran, básicamente, de origen indígena. Las investigaciones recientes de los profesores Carmel Biarnès, Ignasi F. Terricabras, Dolors Bramon, Pau Ferrer o Josep Iglesias, confirman lo que ya era un secreto a voces desde que el profesor Henri Lapeyre (1959) había probado que en el valle del Ebro, durante la etapa andalusí (714-1149), el elemento forastero (árabes, sirios, bereberes) había sido muy minoritario. Durante esos siglos (VIII a XII), la población indígena del territorio se había islamizado y arabizado en masa. En el momento en el que las huestes de Ramón Berenguer IV, conde independiente de Barcelona, conquistan Tortosa (1148) y Lleida (1149), ya no quedaba nadie de habla románica ni de confesión cristiana. Esa sociedad estaba formada, básicamente, por muladís (descendientes de cristianos convertidos al islam).

Embarque de los moriscos valencianos (1609). Puerto de Dènia. Fuente Fundación Bancaixa

Embarque de los moriscos valencianos (1609). Puerto de Dénia / Fuente: Fundació Bancaixa

¿Qué había sucedido con los musulmanes del valle del Ebro?

Lo que revela la investigación moderna (la existencia de una misma etnia a un lado y otro de la línea que separaba a las dos comunidades confesionales), a caballo del año 1000, no era ningún secreto. Los intercambios comerciales y culturales y los pactos políticos, militares… y matrimoniales, eran más habituales de lo que pensamos. La línea (o la franja, porque la divisoria entre esos dos mundos confesionales podía tener una gran anchura) no era, en absoluto, impermeable. Pero eso no representaba ningún impedimento para que las élites cristianas (en nuestro caso, las casas condales de Barcelona y de Urgell) aplicaran con la máxima severidad el rigor de la guerra. La ideología de los conquistadores no otorgaba la más mínima concesión a los vencidos, y los musulmanes del valle del Ebro, mayoritariamente de origen indígena, fueron expulsados hacia el sur andalusí.

Más tierras que brazos para trabajarlas

Ramón Berenguer IV resolvió esa empresa conquistadora en muy poco tiempo (1148-1149). Eso tuvo un efecto muy positivo para la cancillería de Barcelona. Ramón Berenguer IV tapaba la salida al mar que siempre habían ambicionado los aragoneses, y confirmaba el papel dominante que siempre había ostentado Barcelona en la negociación con Aragón. Pero también representó un handicap. Ese veloz y contundente impulso conquistador no permitiría disponer de recursos demográficos suficientes para reocupar las casas y las tierras de los expulsados. Y no poner en explotación —de forma inmediata— las nuevas tierras ganadas suponía un problema, porque las clases baroniales —que con sus propios recursos habían contribuido al éxito de esa campaña— veían comprometido el retorno económico esperado.

Grabado de Tortosa (finales del siglo XVI). Fuente Ayuntamiento de Tortosa

Grabado de Tortosa (finales del siglo XVI) / Fuente: Ajuntament de Tortosa

Los moriscos que se quedaron

Y eso es lo que explicaría la existencia y la persistencia de bolsas de población morisca —mucho más allá de la conquista cristiana catalana— en los valles bajos del Segre y del Ebro. Después de la conquista, los nuevos dominadores cristianos negociaron con las autoridades andalusíes del territorio la permanencia de una minoría morisca, que quedaría encuadrada (como arrendatarios o como jornaleros) dentro de los grandes latifundios de la clase baronial que había participado en esa empresa (el botín de esa campaña bélica) y en unas condiciones económicas y jurídicas muy deterioradas con relación a su estatus anterior. A cambio, se les permitía conservar su confesión, residir juntos (los barrios verdes) y mantener sus autoridades civiles, judiciales y religiosas (subordinadas al poder baronial, naturalmente).

¿Dónde vivían los moriscos catalanes?

Durante los siglos posteriores (1149-1610), esas comunidades moriscas aisladas se convirtieron en un elemento característico del territorio. Según el profesor Ignasi Fernández Terricabras, de la UAB, en 1496 en Catalunya había 794 hogares moriscos, que representaban 3.573 personas (1% de la población del país). Y en 1610, en vísperas de la expulsión, sumaban 3.566 personas (0,75% de la población del país). Seguían concentrados en su ámbito tradicional, pero se distribuían de forma desigual. En Lleida o en Tortosa, representaban menos del 5% de la población. Pero, en cambio, en los núcleos rurales de la región, estos porcentajes se disparaban. En Flix, Móra o Tivissa eran uno de cada tres vecinos. En Vinebre, Benifallet o Tivenys, eran la mitad de la población. En Seròs, Aitona o Ascó, eran tres de cada cuatro vecinos. Y en Miravet, eran el 96% de la población.

Grabado de Lleida (finales del siglo XVI). Fuente Blog Cuál la hacemos

Grabado de Lleida (finales del siglo XVI) / Fuente: Blog «Quina la fem»

¿Qué pasó con los moriscos catalanes?

La expulsión de los moriscos de la monarquía hispánica fue la peor crisis humanitaria del siglo XVII europeo. Pero en Catalunya el impacto fue mucho menor. Las investigaciones modernas revelan que en Catalunya se dieron una serie de circunstancias que atenuaron ese problema. La primera y la más importante sería la escasa masa de población morisca (3.566 personas, el 0,75% de la población), que contrastaba con la de Aragón (38.256 personas, que representaban el 15% de la población) o con la del País Valencià (124.000 personas, que representaban un 33% de la población). Y la segunda, el elevado grado de integración de esa minoría con relación a la mayoría cristiana. El profesor Terricabras explica que el jesuita Pere Gil había proclamado que los moriscos catalanes tenían el catalán como lengua propia y que «eran buenos cristianos».

La expulsión

Eso no impediría el maltrato que recibieron en el camino entre Lleida y Els Alfacs por parte de los comisarios reales hispánicos, de los Tercios de Castilla que debían conducirlos hasta el embarque y de los marineros encargados de la operación. El profesor Terricabras explica que «soportaron condiciones penosas y todo tipo de vejaciones», y cuando corrió la voz de que las naves que transportaban a los moriscos valencianos hacia el norte de África vaciaban la carga en alta mar, o que los supervivientes eran asaltados por la morería magrebí al llegar a su destino, se produjeron algunas fugas. En la entrega de mañana (y II), veremos adónde fueron esos moriscos catalanes y cómo después de la expulsión se produjo un curioso regreso clandestino —con la complicidad de las autoridades civiles y eclesiásticas catalanas, y con la protesta y la oposición del aparato hispánico— al país.

https://www.elnacional.cat/es/cultura/moriscos-catalanes-desaparecieron-i-marc-pons_1191437_102.html

Los moriscos catalanes, ¿quiénes eran y cómo desaparecieron? (y II)

Los que esquivaron la expulsión o pudieron volver se diluyeron entre los cristianos y los descendientes están entre nosotros

Barcelona, 2 de julio de 1549. Sesenta años antes del decreto de expulsión de Felipe III. Las autoridades civiles ejecutaban en la hoguera a Joan Malet; acusado y condenado por suplantación de personalidad, estafa, chantaje y abusos sexuales. Malet, carpintero de Flix, que la necesidad personal y las circunstancias generales habían reconvertido en el cazador de brujas más temible del Camp de Tarragona, se convertiría en el morisco más célebre del siglo XVI catalán. Malet era, en buena parte, un paradigma de la evolución cultural de su comunidad (nombre y apellido catalán, lengua materna catalana, cristiano converso de segunda o tercera generación). Pero por la parte más conocida (la delincuencial) no representaba en absoluto su comunidad. El mundo morisco catalán era, en general, más pobre que el mundo cristiano. Pero ni era un pozo de miseria ni era una fábrica de delincuentes.

¿A qué se dedicaban los moriscos catalanes?

Los moriscos catalanes habían quedado emplazados, como arrendatarios o como inquilinos, dentro de los grandes latifundios de las familias nobiliarias y de las órdenes religiosas de los valles bajos del Segre y del Ebro. Con el transcurso del tiempo (siglos XII a XVII), una parte de aquella comunidad ganaría la condición de propietarios. Y la élite de aquellos propietarios se dedicaría —y se enriquecería— con la cría y la venta de animales de tiro (caballos, bueyes, mulas, asnos). Pero, en cambio, la gran masa de aquella comunidad quedaría estratificada en dos niveles: los pequeños propietarios agrarios y menestrales —que habían seguido el rastro de sus élites; y los jornaleros —las clases más humildes. En Catalunya y en Aragón, los moriscos sobresalieron como hortelanos, alpargateros, jaboneros, albañiles y carpinteros. Los grupos de albañiles moriscos son habituales en las obras de grandes edificios como la Seo de Zaragoza.

Representación de una familia morisca (1529). Fuente Biblioteca Digital Alemania

Representación de una familia morisca (1529). Fuente Biblioteca Digital Alemania

¿Cómo era la relación con sus vecinos cristianos?

Los moriscos catalanes y aragoneses siempre habían tenido una relación tensa con los cristianos viejos. Pero a medida que se sucedían las grandes crisis bajo-medievales (siglos XIV, XV y principios del XVI), esta tensión se multiplicó. Los choques entre individuos o entre grupos de aquellos grupos sociales son frecuentes. Por ejemplo, los archivos aragoneses contienen centenares de denuncias por conflictos entre hortelanos moriscos del Ebro y pastores trashumantes del Pirineo. Los primeros acusaban a los segundos de lanzar, a propósito, los rebaños contra sus sembrados. Y aquellas disputas, generalmente, acababan con heridos y con muertos. En Catalunya, esta tipología de conflicto no se dio con tanta frecuencia y con tanta violencia; pero los conflictos entre moriscos y cristianos viejos —en los valles bajos del Segre y del Ebro— fueron habituales.

¿Qué moriscos no fueron expulsados?

El mundo morisco catalán, a diferencia del valenciano, era catalanohablante en su totalidad. Pero había diferentes gradaciones de relación con los cristianos viejos. Desde los que conservaban, abiertamente, la religión islámica y los apellidos de raíz arábiga; hasta los que se habían convertido al cristianismo y habían adoptado apellidos cristianos. A medio camino había una masa heterogénea formada por individuos y familias, oficialmente cristianos conversos, identificados con apellidos cristianos, pero sospechosos de practicar a escondidas su confesión. La cancillería de Madrid encargó a Pedro Manrique, obispo de Tortosa, la confección de una lista con los nombres de los que se salvarían de aquella masacre. Y Manrique listó 1.578 nombres, basándose en datos como los matrimonios mixtos, el consumo de vino y de carne de cerdo y la recepción de los sacramentos cristianos.

Representación de un horno en un barrio morisco (1529). Fuente Biblioteca Digital Alermanya

Representación de un horno en un barrio morisco (1529). Fuente Biblioteca Digital Alermanya

¿Dónde fueron a parar los expulsados?

En cambio, desde el puerto de los Alfacs, salieron 3.566 moriscos procedentes de territorio catalán; que, según la investigación historiográfica, se dirigieron, principalmente hacia los puertos de la Provenza (bajo dominación de la corona francesa) y hacia los puertos del Magreb (bajo dominación del imperio otomano). El profesor Mikel Epalza, de la Universidad de Alicante, revelaba la existencia de varios testimonios documentales que, pasado un siglo largo de la expulsión, probaban la existencia y la persistencia de moriscos de lengua catalana (de origen catalán y valenciano) en el actual Túnez. El diario del viajero español Francisco Ximénez (1724) decía que “Llegamos a un lugar llamado Grish El Oued o el lugar de Los Catalanes, por ser estos los que lo habitan, descendientes de los moros de esta nación (…) el cual tendrá cien vecinos (unos seiscientos habitantes)».

El catalán de los moriscos expulsados

Y el diario de viajes de Joseph Morgan (del mismo año 1724) cónsul británico en Túnez relataba que los pobladores de la comarca de Grish El Oued «are Catalonian Moors, and who use that language» (son moriscos catalanes y utilizan esta lengua). El mismo Epalza cita una curiosa tradición local de aquella región que dice que «Un grupo de peregrinos a la Meca; que pasaban cerca del pueblo, se quisieron albergar porque se les le había hecho de noche. Encontraron el recinto del pueblo cerrado, y oyeron unas voces que llamaban nombres; ya que era costumbre de aquellos campesinos pasar revista a todos los habitantes, cada noche, por si alguno había sido víctima de la población autóctona, terriblemente hostil con los moriscos de origen catalán y valenciano. Y oyeron gritar: Pepet!!!; ¡Quimet!!!, Pasqualet!!! Y huyeron diciendo: estos no son musulmanes, sino kúfar (infidels)!!!».

Fragmento de un mapa de Catalunya (1608). Los valles bajos del Segre y del Ebro. Fuente Cartoteca de Catalunya

Fragmento de un mapa de Catalunya (1608). Los valles bajos del Segre y del Ebro. Fuente Cartoteca de Catalunya

El retorno clandestino

El profesor Jordi Ferrús Batiste, de la Universidad Miguel Hernández —de Elx— ha estudiado tanto el fenómeno de la expulsión y el establecimiento en Provenza y en Túnez, como el goteo de retornos clandestinos a Catalunya. Y pone como ejemplo el caso de Miravet. Como decíamos en la anterior entrega (de ayer sábado), esta villa presentaba el porcentaje más elevado de población morisca de Catalunya: el 96% de su población. Pues bien, según la investigación del profesor Ferrús, este 96% se traducía en 91 familias (unas quinientas personas). En 1610, fueron expulsadas 79 de las 91 familias y fueron autorizadas a quedarse (la lista del obispo Manrique) 14 familias. Durante el trayecto entre Miravet y los Alfacs, 7 de las 79 familias expulsadas consiguieron escapar de la férrea vigilancia de los Tercios y se ocultaron en las montañas.

Miravet

Después de la expulsión se promovieron varias iniciativas de reocupación con éxito desigual. Mientras que las reocupaciones en Lleida (22 casas y fincas) o en Tortosa (46 casas y fincas) se efectuaron con relativa rapidez; el caso de Miravet o de otras villas con porcentajes muy elevados de población morisca expulsada, presentaba muchas dificultades, porque la Catalunya de la época (sobre la zona occidental del país) no tenía suficiente fuerza demográfica para rellenar, de forma inmediata, aquellos enormes y repentinos vacíos. Los profesores Ferrús y Terricabras explican que en Miravet, tan solo dos años después de la expulsión (1612); se había producido el retorno —de forma más o menos clandestina— de 31 de las 79 familias expulsadas (24 que procedían del exilio y las 7 que se habían emboscado durante el trayecto entre Miravet y los Alfacs).

Grabado de Tortosa después de la expulsión (1648), con los Reales Colegios creados para facilitar la conversión de los moriscos. Fuente Cartoteca de Catalunya

Grabado de Tortosa después de la expulsión (1648), con los Reales Colegios creados para facilitar la conversión de los moriscos. Fuente Cartoteca de Catalunya

Una estimación de los regresados

Según el profesor Terricabras, en esta maniobra de retorno jugaron un papel importante varios actores de aquella sociedad: las familias moriscas que no habían sufrido la expulsión (por una cuestión de solidaridad) y las familias cristianas viejas e, incluso, algunos grandes latifundistas (por el interés por recuperar el aparato económico local). No conocemos la cifra exacta de aquel fenómeno, pero si extrapolamos el caso de Miravet, podemos aventurar que los regresados podrían representar una tercera parte de los expulsados (unas 1.200 personas en Catalunya y 12.000 en Aragón). El caso del País Valencià sería muy diferente. Joan Fuster, en «Nosaltres els valencians» (1962), explica que la relación entre las dos comunidades estaba muy deteriorada desde que en las Germanías (1519), la nobleza latifundista había armado a sus moriscos y los había lanzado contra los revolucionarios.

La disolución del mundo morisco y su huella

En cambio, otros latifundistas o el aparato hispánico se opusieron. La Orden del Hospital (el principal latifundista del sur de Catalunya) se negaría a restituir las propiedades confiscadas a los expulsados que habían regresado. Y el virrey hispánico Hurtado de Mendoza denunciaría al rey Felipe III que «vuelven en manadas, pudiéndose encubrir en las Justicias como naturales, hablando la misma lengua (el catalán) y sabiendo las entradas y pasos de la tierra«. Pasadas tres generaciones los moriscos catalanes (los no expulsados y los regresados) desaparecieron, para siempre, diluidos entre el conjunto de la población. Pero el testimonio de su existencia nos llega a través de apellidos como Adam, Albelda, Ardiaca, Batista, Bunyol, Bru, Codony, Esquerrer, Espinell, Ferrandis, Ferragut, Ferrús, Llop, Massot, Maura, Moré, Papasseit, Pubill, o Socarrat.

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