El viajero que pasee por la ciudad vieja de Bari no dejará de visitar, seguro, la basílica de Santo Nicolás, patrono de la ciudad, cuyo nombre se suele añadir al suyo. Es una construcción románica, sólida y blanca, con un aire de fortificación perfectamente comprensible, si se hace caso a la peligrosa historia del lugar, a menudo expuesto a ataques por mar y por tierra. Dentro de la iglesia, y al edificio contiguo donde venden recuerdos piadosos, grupos de cristianos ortodoxos, rusos o búlgaros o serbios, participan de la devoción universal al santo, cuyos huesos, según es tradición acreditada, reposan desde hace cerca de mil años en este santuario insigne. Todo empezó en el año 1087, explica la prensa italiana, cuando una expedición de sesenta y dos religiosos y marineros de Bari navegó por el Mediterráneo hasta llegar a la ciudad de Mira, en Anatólia, donde san Nicolás murió en el año 343, tras haber sido obispo y personaje muy conocido por su generosidad en favor de la gente necesitada. El objetivo del viaje era, obviamente, encontrar y llevarse los despojos del santo. Tal como habían proyectado, los expedicionarios lo consiguieron, llevaron los huesos a Bari, y de ahí nació la construcción de la espléndida basílica y un centro de peregrinaje internacional. Las leyendas alrededor de san Nicolás, tal como yo mismo las he escuchado y leído por aquí y por allá, son espectaculares y deliciosas. Como por ejemplo aquella según la cual había un padre muy pobre que no podía casar sus hijas por falta de dote, no tenía dinero, y decidió dedicarlas a la prostitución. Nicolás, no hay que decirlo, rápidamente puso el dinero de la dote de las señoritas, y de aquí viene su calidad de favorecedor de matrimonios honestos. En Valencia, en la iglesia de san Nicolás, soy testigo: todos los lunes se hacen las “caminatas”, o sea entrar y salir y dar siete vueltas al templo por puertas diferentes, con lo cual las madres piden un buen novio para sus hijas. Si funciona o no, no lo sé. La otra leyenda es la de los pobres niños a los que su padre, carnicero miserable, quería vender en la tienda a peso de carne. Horrible historia extrema. El santo no solamente los salvó, sino que se hizo famoso por los regalos que hacía a las criaturas de la ciudad. De ahí, con certeza, nació y se esparció la fama de san Nicolás como repartidor de regalitos a los niños, y en los países nórdicos Sankt Niklaus se convirtió en Santa Klaus, que hoy todavía circula durante los días de Navidad vestido con capa magna, mitra y báculo episcopal.
Entonces, no sé de qué modo, la figura de aquel obispo griego de finales del Imperio Romano, se mezcló eventualmente con la de un viejo de la nieve y de los bosques boreales, que corre con un trineo haciendo la misma función de repartidor de regalos y juguetes. Santa Klaus no es Papá Noel, pero ambas figuras se confunden. Y aquí viene la curiosa historia de actualidad. Resulta que las autoridades turcas, empezando por la ciudad de Demre, que es la antigua Mira, ahora reclaman por vía oficial y diplomática que Bari les devuelva los restos del santo. Un tal profesor Nevzat Cevik, uno de los arqueólogos (?) locales, asegura que ha encontrado documentos según los cuales san Nicolás deseaba ser enterrado en Mira, y por lo tanto, muchos siglos después, hay que respetar la voluntad del obispo y devolver sus huesos a la ciudad turca. El ministro de Cultura piensa hacer una demanda formal, el diario Hürriyet, el más importante del país, habla de ello muy seriamente, y el primer ministro Erdogan (lo de la “alianza de civilizaciones” de Zapatero) también apoya la demanda. Cosa que tendría un sentido si, por ejemplo, los turcos se consideraron continuadores y herederos de los cristianos griegos, y consideraran su patrimonio religioso como propio, incluidas las reliquias de los santos. O si se tratara de una obra de arte famosa, expoliada y robada como tantas otras. El hecho es, sin embargo, que todo procede del turismo: las autoridades de Demre quieren atraer visitantes con el pretexto del santo, y piensan que un puñado de huesos episcopales de Santa Claus serían un atractivo irresistible. Para confirmarlo, empezaron por sustituir la estatua de bronce de san Nicolás por un muñeco del Papá Noel con todos sus atributos habituales. Bienes culturales, historia, patrimonio, diplomacia y civilización. Todo en un caso ejemplar, digno de meditación profunda.