Llamémosles por su nombre

Cualquier ciudadano de Cataluña que tenga un apellido de fuera tiene, forzosamente, orígenes inmigrantes, ya sean más o menos remotos, más o menos inmediatos en el tiempo. Dejando de lado casos concretos de autoodio y botiflerismo de una cierta burguesía catalana y de otras minorías sociales, cualquier ciudadano de este país que tenga el castellano como lengua propia y familiar, es porque tenemos que ir a buscar sus orígenes familiares fuera de Cataluña. Esta verdad, más o menos absoluta, incomoda mucho a los españolistas de nuestra casa, ya que querrían que el español fuera una lengua propia y natural de Cataluña, obviando interesadamente los esfuerzos y la violencia históricamente empleados en su introducción en nuestro país.

Esta obviedad revela, además, sus orígenes inmigrantes. Pobres españoles en Cataluña, ellos que precisamente siempre nos quieren hacer ver que son tan catalanes como el resto de catalanes. Y sí, se puede ser de origen inmigrante y ser y sentirse catalán, yo y muchos más somos prueba, pero esta gente sólo quiere una cosa: ir de conquistadores y no parecer colonizadores, ser de los de casa. Y no, ellos son sencillamente españoles que viven en Cataluña, por dos motivos principales: se sienten únicamente españoles, y rechazan la lengua y cultura catalanas en Cataluña, el país donde viven y trabajan, o incluso han nacido. Son unos firmes defensores de los intereses españoles, y trabajan normalmente en contra de los intereses de Cataluña. ¿O no es eso lo que hacen cuando niegan el expolio fiscal que sufrimos, o incluso lo defienden abiertamente? ¿Ellos que se informan leyendo la prensa editada a 650 km de aquí, que ven y escuchan medios españoles, que compran y consumen cultura en español, ellos se atreven a decir que son igual de catalanes que el resto de catalanes? ¡No, ellos son únicamente ciudadanos administrativamente catalanes, pero identitariamente españoles! Simplemente eso. Españoles en Cataluña.

En el país de lo políticamente correcto y del «todos somos iguales», y del respeto mutuo, algunos son más iguales que otros, algunos tienen más derechos que los demás. Pero no podemos seguir tolerando que quienes vienen de fuera nos quieran volver a imponer su lengua en el único pedacito de país donde el catalán respira con un poco de normalidad.

Digamos bien alto y bien fuerte, NO. No podemos permitir que esta pandilla de intolerantes incívicos se salgan con la suya, haciendo uso de un sistema judicial sesgado. Tenemos que defender la escuela catalana, porque si perdemos la escuela, nuestra última esperanza, perdemos el país.

Acabemos, sin embargo, con una pequeña reflexión: ¿Cómo es que los únicos partidos que defienden tesis xenófobas en Cataluña son, de hecho, partidos españolistas? ¿Que allí donde ha habido más disturbios racistas, sea precisamente en lugares con un predominio claro de inmigración española? ¿Casualidad, o coincidencia?

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