Lenin contra Stalin: la cuenta atrás del líder soviético para poner freno a la ambición de su sucesor

UNIÓN SOVIÉTICA

Se cumple un siglo de la muerte de Lenin, dirigente de la Revolución de Octubre y del primer Estado obrero de la historia. En sus últimos meses quiso evitar que Stalin se hiciera con el poder en la URSS

El único lujo del que disfrutó Lenin estando en el poder fue una casa de campo en Gorki, un pueblecito cercano a Moscú. El gobierno revolucionario la puso a su disposición para que se recuperara del atentado que a punto estuvo de costarle la vida en 1918. Desde entonces, alternó el modesto apartamento que ocupaba en el Kremlin con aquella confortable villa ajardinada.

Allí vivió Lenin sus últimos meses, después de que un ictus lo postrara en cama y lo privara del habla. Las fotografías lo muestran frágil, en silla de ruedas. En su semblante ya no hay atisbo del vigor intelectual del teórico de la revolución, ni de la determinación y audacia que empleó para conquistar el poder. Cuesta creer que, poco antes, aquel enfermo hubiera tenido la fuerza y el coraje de luchar contra Stalin.

El peor momento para enfermar

Durante 1921, la salud de Lenin había comenzado a mostrar signos de deterioro. Fatigas, insomnios y dolores de cabeza fueron mermando su capacidad de trabajo. Algunos médicos atribuían esos síntomas a una bala que seguía alojada en su cuello como consecuencia de un atentado sufrido años atrás. La bala fue extraída en abril de 1922, pero a finales de mayo Lenin sufrió el primer ictus, que paralizó la mitad derecha de su cuerpo y lo obligó a ceder el timón durante los siguientes cuatro meses al resto de camaradas del politburó.

Era un momento muy delicado para el régimen soviético. Aunque pareciera consolidado después de casi cinco años en el poder, la catastrófica situación económica amenazaba su continuidad. Esfumada la esperanza de que la revolución triunfara en Europa, y ante el fracaso del comunismo de guerra, Lenin apostó por una solución arriesgada para reactivar la economía: recuperar el libre comercio y la iniciativa privada.

Su propuesta desató un intenso debate. Lenin se empleó a fondo para persuadir a sus compañeros de la necesidad de aquel repliegue, bautizado como Nueva Política Económica y puesto en marcha en 1921. Sin duda, era un pacto con el diablo, pero los bolcheviques tenían resortes para evitar que su inercia capitalista los devorase. Uno de ellos fue el acuerdo, propuesto por Lenin, de mantener en manos del Estado el monopolio del comercio exterior.

Cuando en octubre de 1922 Lenin se reincorporó a la actividad, descubrió con alarma que se había derogado parte de aquel monopolio. Lo consideró una traición urdida a sus espaldas. Y la única persona con el poder para maquinarla era el secretario general del partido, Iósif Stalin.

El ascenso de Stalin

Stalin apenas tuvo protagonismo en la Revolución de Octubre. Sin embargo, era un trabajador infatigable y un organizador competente. Lenin lo incluyó por ello en su primer gobierno. Poco después se le confió la Inspección Obrera y Campesina, y en abril de 1922 escaló hasta la Secretaría General.

Tras su primer ataque, Lenin tuvo que abandonar el mando, de manera que muy pronto Stalin quedó con las manos libres para usar a su antojo las palancas de la Secretaría General. Allí fue rodeándose de una camarilla de leales que apuntalaron su creciente poder.

Al mismo tiempo, con la lucha por la sucesión en el horizonte, formó con Grigori Zinóviev y Lev Kámenev, los camaradas más allegados de Lenin en el exilio, un triunvirato para contrarrestar el prestigio e influencia de Trotski, a quien todo el mundo veía como el número dos del régimen y, consiguientemente, su heredero natural.

Stalin en el punto de mira

Desde octubre, cuando retomó el trabajo, hasta mediados de diciembre de 1922, momento en el que sufrió su segundo ictus, Lenin acumuló evidencias de otros dos graves problemas que afloraron durante su ausencia.

El primero giraba en torno a la dudosa gestión de la Inspección Obrera y Campesina. Tras los dos años de Stalin al frente de aquella instancia antes de su salto a la Secretaría General, el balance de su gestión fue lamentable. El comisariado, que debía combatir la burocracia, se había convertido en un nido de burócratas al servicio del propio Stalin.

El segundo problema tenía que ver con las nacionalidades. Stalin planeó la integración de las nuevas repúblicas surgidas tras la revolución como autonomías dentro de la Federación Rusa, lo que equivalía a subordinarlas al dictado del Kremlin y anular su recién conquistada independencia. Cuando la República de Georgia se negó a aceptar el plan, Stalin amenazó a sus representantes e incluso envió a Tiflis a uno de sus hombres, que se comportó como un vulgar matón.

Antes de tener noticia de todos los detalles, Lenin desautorizó a Stalin, escandalizado por su actitud despótica y chovinista, que recordaba el trato zarista a las nacionalidades no rusas, y que él tanto detestaba.

Es razonable pensar que la tensión por aquellos problemas precipitara el segundo ictus, que apartó a Lenin definitivamente de la primera línea, a mediados de diciembre de 1922. Los médicos coincidían en la necesidad de alejarlo por completo de los asuntos políticos. Siguiendo ese consejo, la cúpula bolchevique estableció instrucciones estrictas que limitaron las visitas al enfermo y su actividad.

Aunque aquellas instrucciones parecían reflejar una sincera preocupación por la salud del líder, el hecho de que Stalin fuera el encargado de velar por su cumplimiento también hacía sospechar que existía un interés por controlarlo y aislarlo políticamente.

El último combate

En aquellos días de diciembre, a Lenin no le atormentaba tanto que la enfermedad le arrebatase el poder como que la muerte lo alcanzase antes de que pudiera evitar que cayese en las manos equivocadas. En apenas tres meses, entre mediados de diciembre de 1922 e inicios de marzo de 1923, mientras sus facultades se lo permitieron, libró su última batalla. Un combate desigual para desterrar las tendencias burocráticas y chovinistas que se habían apoderado del Estado y del partido, encarnadas en la figura de su secretario general.

En su primera ofensiva recuperó el terreno perdido en la cuestión del monopolio del comercio exterior. Antes de su recaída había llegado a un acuerdo con Trotski, con quien coincidía en aquel tema, para que defendiera la necesidad de mantener el monopolio ante el Comité Central. La victoria fue rotunda.

A pesar del aislamiento, Lenin tuvo noticia del éxito a través de su esposa. A los pocos días, ella fue la emisaria de una nota para Trotski en la que Lenin lo animó a mantener el tándem. Stalin supo de la misiva, probablemente a través de alguna de las secretarias de Lenin, y montó en cólera.

Krúpskaya no tardó en pagar los platos rotos. Stalin la reprendió con malas palabras por haber quebrantado las instrucciones del politburó y la amenazó con llevarla ante el órgano disciplinario del partido. Krúpskaya no dijo nada a su marido, temerosa de las consecuencias que pudiera tener para su salud.

Por las mismas fechas, llegó a manos de Stalin una pequeña nota dictada por Lenin en la que proponía apoyar una antigua iniciativa de Trotski a la que siempre se había opuesto: otorgar carácter legislativo a las decisiones del Comité Estatal de Planificación. Para Stalin, lo más preocupante de la nota era su destinatario: el congreso del partido. Era evidente que Lenin estaba tramando algo muy serio contra él.

El “testamento” de Lenin

Lenin esperaba recuperarse para intervenir en el próximo congreso del partido, que se celebraría en la primavera del año siguiente. Su intención era proponer una serie de cambios profundos, que esbozó en las notas dictadas a sus secretarias entre el 23 de diciembre y el 4 de enero. La nota que cayó en manos de Stalin era la primera de aquella serie, un conjunto de textos conocido en su día como “carta al congreso”, o más popularmente, como el “testamento” de Lenin.

Uno de los temas centrales de aquellas notas era la estabilidad y unidad del partido. Lenin temía que las rivalidades entre la dirigencia pudieran conducir a la escisión, lo que pondría fin al régimen soviético. Propuso aumentar la composición del Comité Central, confiando en que un mayor número de miembros reduciría el peso de los personalismos en la toma de decisiones.

El 4 de enero, Lenin añadió una posdata explosiva en la que proponía apartar a Stalin de la Secretaría General, argumentando que su carácter era incompatible con el cargo. Es una incógnita lo que sucedió en aquellos días para que añadiera aquella posdata. En cualquier caso, dejó por escrito su ruptura política con Stalin.

Una ligera mejoría permitió a Lenin disponer de más tiempo para dictar y leer. Trasladó su lucha a la prensa del partido, y hasta marzo publicó cinco artículos que, en esencia, trataron los temas esbozados en sus notas para el congreso. En el último, dedicado a la Inspección Obrera y Campesina, era obvio que su crítica iba dirigida a Stalin.

Durante semanas, el artículo fue retenido en la redacción de Pravda, a la espera de que el politburó decidiera sobre él. Una parte, con Stalin a la cabeza, se opuso a que viera la luz. Se llegó a plantear la estratagema de imprimir, solo para Lenin, un ejemplar único del diario con su artículo, pero la negativa de Trotski a secundar aquella artimaña hizo que la mayoría se inclinara por su publicación.

El artículo apareció el 4 de marzo. Al día siguiente, Lenin dictó sus dos últimas cartas. La primera, para Stalin, donde le comunicó que rompía toda relación con él si no se disculpaba con su esposa, quien, finalmente, habría explicado a su marido el incidente con el secretario general.

Trotski fue el destinatario de la segunda. Lenin disponía de pruebas de la represión desatada por Stalin contra los camaradas georgianos y solicitó a Trotski que hicieran frente común para denunciar lo ocurrido ante el Comité Central. Pero Trotski comprendió que le estaba pidiendo un duelo con Stalin y su camarilla y rehusó el enfrentamiento.

Lenin se quedó solo. A los pocos días, un tercer ictus dejó su cerebro moribundo, y ya no pudo leer la disculpa de Stalin, quien no se podía permitir el lujo de romper con el jefe bolchevique si quería ser su heredero.

Las notas en las que Lenin pedía apartar a Stalin de su cargo se leyeron solo a algunos escogidos en el congreso del partido de 1924, a los pocos meses de morir su autor. Para entonces, el poder del secretario general era tal que nadie osó pedir que se cumpliera el testamento de Lenin.

A mediados de mayo de 1923, el enfermo fue trasladado de su pequeña habitación en el Kremlin a Gorki. Allí mejoró ligeramente. En octubre quiso volver al Kremlin para visitar su despacho, probablemente, para despedirse. Cegados por una ingenua esperanza, algunos quisieron creer que Lenin se recuperaría, pero el 21 de enero de 1924 murió sin ver cumplido su deseo de apartar a Stalin del camino hacia el poder absoluto.

Por una dirección colegiada

Si había dos personalismos capaces de provocar una escisión, esos eran los de Stalin y Trotski, cuya aversión mutua era de sobras conocida. En la breve nota del 24 de diciembre, Lenin expuso su opinión sobre seis líderes del partido, aunque hizo hincapié en las aptitudes de Stalin y Trotski. Del primero, dudaba que tuviera la mesura para ejercer oportunamente el inmenso poder que había acumulado, y del segundo, afirmaba que era el hombre más capaz del partido, aunque pecaba de soberbio. Si, a partir de aquella nota, el congreso debía decidir sobre el relevo al frente del partido, parecía claro que la opción adecuada era una dirección colegiada, ya que ninguno de los candidatos reunía las cualidades suficientes para ejercer el poder de manera individual.

LA VANGUARDIA