La vía oficial, la vía ‘piedra en el zapato’ y la vía berguedana

Superado el escollo -de la serie de escollos que fabricamos en casa- de la moción de la CUP en el parlamento, encaramos el nuevo período hasta el próximo escollo. De escollo a escollo hasta la victoria final, que dice aquel… ¿Cuál será la clave? ¿Cuál será la cerradura? ¿Cómo se abrirá la jaula? ¿Cuándo?

Visto como ha ido todo hasta ahora, la respuesta más lógica sería ‘nadie lo puede saber’. Por muchas hipótesis que hacemos, el camino se construye sobre la marcha (‘caminante no hay camino…’). Hay que hacer previsiones y tratar de anticiparse, pero nunca nadie ha hecho este mismo camino. Se han hecho muchas independencias y cuando las estudias de cerca te das cuenta de que no hay ninguna igual. Y no hay ninguna que se haya hecho así como la nuestra. Democrática, pacíficamente, y con un Estado dispuesto a pasarse los principios democráticos más básicos por el arco del triunfo.

A pesar de no saber cómo irá la cosa, vale la pena hacer el ejercicio de imaginar algunos caminos para ir bien preparados. La maleta no es la misma si se debe hacer un camino u otro. Y tampoco lo son las botas que hay que calzarse. Con plena voluntad y conciencia de un ejercicio que seguro que será incompleto, con la esperanza de que el lector contribuirá a completarlo, me aventuro -que de eso se trata- a proponer algunas hipótesis:

 

La vía oficial.

Se desarrolla el programa de gobierno de Juntos por el Sí durante los quince meses que quedan de mandato. Se preparan las estructuras de Estado imprescindibles y las leyes de desconexión. Todo ello se consigue sin romper ningún plato. Esquivando el brazo armado de España -digamos poder judicial-, se consigue llegar al final de la calle con todo preparado para la desconexión, convocar unas elecciones constituyentes con una nueva legalidad catalana. Las elecciones son ganadas por los independentistas. El nuevo parlamento elabora una constitución con las propuestas que habrán llegado del proceso constituyente popular, participativo, inclusivo y de base. Se convoca un referéndum constitucional. El pueblo aprueba la constitución. Se proclama la independencia. Cataluña se incorpora a los organismos internacionales correspondientes. Nos dan un diploma de buenas prácticas -que eso ahora se estila mucho- y ya podemos hacer un país nuevo y mejor.

 

La vía piedra en el zapato.

Con más o menos dificultades y discordancias internas, gobierno y mayoría parlamentaria dan pasos firmes hacia la ruptura democrática. El brazo armado del Estado -sí, los de las togas- torpedea tanto como puede el avance de la cosa. La parte catalana no afloja. Ante las castañas que llegan de Madrid, el gobierno y los grupos independentistas -a los que se añade un sector de CSQP que no puede aguantar ver cómo se pisan los derechos fundamentales de un pueblo y no quiere ser cómplice por omisión- dan pasos cada vez más concretos. La disposición a declarar la independencia es absoluta.

Finalmente, el parlamento se reúne en sesión solemne y aprueba una declaración de independencia. Algunos partidos unionistas abandonan el hemiciclo antes de comenzar la votación. Otros alzan banderas, pero ellos no son nacionalistas. Otros se quedan observando porque no quieren perderse un momento histórico como este… Todos los brazos del Estado -armados y desarmados- se activan al instante. Un juez ordena la detención de los dirigentes. El Tribunal Constitucional español ordena que le envíen el acta de la sesión parlamentaria porque se reunirá de manera urgente -cuando se haya terminado la corrida de toros que había programada aquel día- para ver si se ha desobedecido la suspensión de la declaración del 9 de noviembre del parlamento. Paralelamente, el congreso español reúne la comisión permanente y convoca una sesión para reprobar la declaración ‘de los catalanes’ y votar una declaración de integridad territorial y soberanía. Unos quieren suspender la autonomía -que ya ha sido suspendida por el parlamento catalán-, otros quieren detenciones inmediatas, otros estudian si hay que pedir a Felipe González, José Luis Corcuera, José Barrionuevo, Rafael Vera y Enrique Rodríguez Galindo que vuelvan a hacer ‘política’…

La cosa se complica bastante y, vista desde Bruselas, Berlín y Washington, parece que se puede terminar de descontrolar por completo. Lo que era un problema -España- ahora se ha convertido en un auténtico lío. Antes de que se líe más la cosa y alguien deje de pagar la deuda, deciden crear un equipo mediador internacional provisto de premios Nobel. Vargas Llosa dice que no puede porque tiene que atender una cuestión en Panamá. Pero los otros aceptan. El conflicto democrático entre Cataluña y España se ha convertido en una piedra en el zapato. A los nobeles se les ocurre una idea brillante: hacer un referéndum para que los catalanes decidan por vías democráticas del siglo XXI si quieren la independencia o no.

 

La vía berguedana.

La declaración de ruptura del 9 de noviembre en el Parlamento ha tenido el apoyo en forma de mociones de algunos ayuntamientos. El TC ordenó la nulidad de aquella declaración y avisó que perseguiría a quien incumpliera la suspensión. Los ayuntamientos que han aprobado mociones de apoyo son investigados. Algunos concejales y alcaldes son llamados a declarar. Algún concejal es acusado de sedición. La declaración del 9-N decía que el TC ya no tenía competencia en Cataluña. En consecuencia, los alcaldes y concejales que son llamados a declarar continúan haciendo vida normal en su municipio. Los procedimientos judiciales avanzan. Pero ellos, como si oyeran llover. De hecho, el día en que el juez de turno ordena a los mossos d’esquadra la detención de los concejales y alcaldes desobedientes -desde su punto de vista, claro… porque son los más obedientes de todos a la declaración del parlamento-, aquel día llueve. Y los agentes del cuerpo de policía de Cataluña han dejado los impermeables en casa. No pueden ir.

El juez no puede ir a detener a los díscolos del reino porque no es su trabajo y tiene una pila de papeles y casos pendientes de revisar sobre la mesa. Envía a la policía española, que también puede hacer de policía judicial en Cataluña y, contra todo pronóstico, no hace caso de la declaración del 9-N. Los agentes españoles -o catalanes porque viven y trabajan en Cataluña- se presentan en los ayuntamientos y los domicilios particulares de los acusados de sedición. Los encuentran conspirando, como siempre. Y los detienen. Los llevan ante el juez que, teniendo en cuenta el riesgo de fuga y la peligrosidad de los individuos, decide encarcelarlos preventivamente. Al cabo de cierto tiempo, las cárceles ya están llenas y hay que liberar los prisioneros menos peligrosos. Evidentemente, los concejales y alcaldes no son liberados. También entran Forcadell, Junqueras, Puigdemont, Gabriel y Munté. Todos sediciosos.

El follón es muy grande y los catalanes salen a la calle en masa. Hay huelgas en el país. Se alzan los mineros de las comarcas interiores. Miquel Iceta se queja porque hace tres semanas que no se convoca el pleno del parlamento. A Albiol ya le parece bien. Arrimadas se planta en el hemiciclo y repite que Ciutadans, PSC, PP y CSQP tienen más votos que JxSí y la CUP. Coscubiela pide la palabra para pedir que no se les incluya en el grupo del no. Pero al levantar la vista se da cuenta de que la presidenta Forcadell no está, que está en la cárcel.

Algunos medios internacionales se hacen eco del encarcelamiento multitudinario de políticos catalanes. Comienzan las primeras movilizaciones de catalanes en las capitales mundiales -hay catalanes debajo de cada piedra-. Se añaden grupos de defensa de los derechos humanos. Algunos parlamentos aprueban mociones de apoyo al pueblo catalán. Algunos gobiernos tratan de hablar con el de Madrid para convencerle de una vía de resolución democrática. La movilización en Cataluña es muy grande y no abandona las calles. Se crea una comisión internacional para buscar soluciones al conflicto. Tras consultar a muchos expertos de todo el mundo, parece que la solución es hacer un referéndum sobre la independencia. El Gobierno exige que voten todos los españoles. Pero no dice nada de los vascos, ni los gallegos ni del resto de catalanes. La comisión internacional lo ve con extrañeza, pero decide hacer ver que no la ha escuchado.

 

Conclusión.

Esto no se hará sin romper ningún plato. Vale la pena que el plato se rompa cuando decida el bando catalán. Todo pasa por el momento que alguien haga creer a España. Para que alguien haga creer a España, es necesario que Cataluña se convierta en una ‘cuestión ineludible’. Vale la pena hacerlo sin crear una situación más caótica de la cuenta. Pero algunos tendrán que desmelenarse. Si no estamos dispuestos, es que debemos pensar que no vale la pena. Y sí que vale la pena.

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