La izquierda y Ucrania

En el libro ‘À la première personne’, Alain Finkielkraut retrató hace unos años de una manera magnífica el comportamiento de una cierta izquierda europea que no soporta lo que él llama “la aversión a los hechos inclasificables”. Finkielkraut explicaba y razonaba la existencia de una izquierda perezosa, en el sentido de poco trabajadora intelectualmente. De una izquierda que cuando ocurre algo que no encaja con el marco mental en el que está acostumbrada a vivir y a través del cual suele mirar el mundo, simplemente, lo niega, al precio de mostrar unas incoherencias más que notables y, muchas veces, también al precio de perder la razón moral.

Esto ocurre ahora mismo con la guerra de Ucrania y sorprende mucho ver cómo una cierta izquierda europea se refugia en los tópicos más antiguos para evitar ponerse al lado del pueblo ucraniano. Recurriendo a las viejas rencillas de la guerra fría como si Rusia todavía fuera la URSS y la OTAN no se hubiera movido un milímetro de dónde estaba. O jugando peligrosamente con la etiqueta “nazi” para referirse a un país, Ucrania, atacado hoy de forma injustificable por un poder imperialista.

La comodidad, el confort intelectual es siempre muy peligroso. Pero es especialmente indigno –y ésta es mi opinión personal y nada más– si uno se llama y se cree de izquierdas, como es mi caso y, posiblemente, el de tantos lectores de nuestros tres diarios, Maria Obelleiro (Nos Diario) y Martxelo Otamendi (Berria).

No osar cuestionar lo que fuimos, lo que creímos o lo que fue nuestro mundo en el pasado es una actitud profundamente conservadora. Muy cómoda, esto es verdad, pero nada revolucionaria. Y funcionar a base de etiquetas y eslóganes es, precisamente, lo que hizo posible la destrucción de sociedades nacidas revolucionarias y populares pero que murieron porque se habían desconectado hasta tal punto de la realidad que no era posible que sirvieran para ofrecer el mínimo de dignidad necesaria a sus propios ciudadanos.

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