La historia de una pequeña esquela y un gran amor en tiempos de odio

Es una de las muchas historias de amor y muerte que recorren a diario el mundo de las gentes para vergüenza y admiración al mismo tiempo

Esta bella historia se la oí contar a Andreas Kossert, que es historiador y colaborador de la Fundación Federal Flucht, Vertreibung, Versöhnung en Berlin (evasión, expulsión, reconciliación)

Es una de las muchas historias de amor y muerte que recorren a diario el mundo de las gentes para vergüenza y admiración al mismo tiempo. Como se sabe, también en la Alemania nazi fueron muchos los hombres y mujeres, que en época de muerte, rabia y guerra se jugaron la vida en defensa de principios  solidarios y comportamiento humano. Esta historia es una de ellas y muy de nuestros días. Historia en la que me martillean aquellos versos del gran poeta judío Erich Fried: «Höre Israel: Als wir verfolgt wurden/ war ich einer von euch. /Wie kann ich das bleiben /Wenn ihr Verfolger werdet? Escucha Israel: Cuando fuimos perseguidos / fui uno de vosotros / ¿Cómo seguir siéndolo /cuando os habéis convertido en perseguidores?»

*

Leipzig, enero de 1944, una esquela en el periódico Kriegschronik der Leipziger Neuesten Nachrichten: «De modo trágico se arrebató una vida llena de amor y desvelo., en un final muy precipitado». Palabras que aluden a una muerte inesperada, antes de tiempo. Y que apuntan a un crimen humano. En aquella Alemania del nacionalsocialismo denuncian la muerte de Beate Kranz, asesinada en Auschwitz. La esquela está firmada por Theo Kranz, un obrero de la construcción de Leipzig. Una esquela sencilla en formato de la época. Estas líneas indican algo más que un mero dolor personal. Es la acusación de un hombre contra los asesinos de su mujer.

Fue el trágico final de un inmenso amor, que comenzó por mera casualidad en agosto de 1933, mediante un anuncio-contacto. Theo Kranz buscaba acompañamiento en la boda de su hermana Lotte. Y  al reclamo responde Beate Adler, una mujer joven, separada, de clase acomodada. Y ocurrió el flechazo. Un año después, el 10 de octubre de 1934, Beate y Theo se casan en Leipzig, la hija acomodada con el peón de la construcción, la judía con el protestante. La cosa requiere coraje. Asumen el riesgo en un momento en el que los mandamases fuerzan a todos los «arios» a que se separen los matrimonios con judíos. Son varios los registros civiles que les niegan las proclamas. Según la lógica del NS en adelante viven en un  «matrimonio mixto privilegiado», lo que otorga a Beate cierto amparo pero que no la salva de la marginación. Ellos viven su dicha de manera muy modesta, dos habitaciones como subinquilinos en la calle Dresdner de Leipzig.

Hasta el final, hasta su muerte en 1980, Beate sigue siendo para Theo la razón de su existencia, así muestran sus recuerdos por él redactados en los años 70 para sí y para su  hijastra Leonie, que encierran muchos pensamientos y reflexiones acompañados de dibujos y fotos.

Theo nace en 1897 cerca de Halberstadt. Tras interrumpir su aprendizaje de panadero se abre camino como peón de la construcción. En 1914 se apunta voluntario a la defensa de la patria en Francia y termina odiando la guerra y desertando. Tras 1918 alberga simpatías por la socialdemocracia y durante un tiempo también por los comunistas, manteniéndose siempre un cristiano evangélico.

Se casan también por la Iglesia en Leipzig en julio de 1935. Beate escoge un lema matrimonial del libro veterotestamentario de Rut 1, 16: «Adonde tú vayas iré yo, donde tú vivas viviré yo. Tu pueblo será mi pueblo y tu dios será mi dios». Se convierte en parte, pero manteniendo las tradiciones judías, tal como recuerda Theo: «Cuando por ejemplo el viernes por la tarde saca los candelabros, heredados de su madre, y con dos velas encendidas se sitúa frente a los candelabros con la cabeza cubierta, tapándose el rostro con las manos y orando».

El terror del estado es algo ya extendido: primero boicot y marginación y luego la noche del pogrom. En esos tiempos difíciles Theo intenta ofrecer a su mujer una vida lo más normal posible. Ahorra para pequeños viajes que le proporcionen  alivio y descanso. Viajan un día a Kolberg a la costa pomerana del Mar del norte, otro a los montes de Turingia y a los Montes Metálicos. En octubre de 1939 Theo sorprende a su mujer con un viaje a Viena, pero a condición de que Beate ignore todos los rótulos difamatorios y públicos contra los judíos e intente disfrutar sin preocupación de las vacaciones.

La angustia no es algo que le preocupe a Theo. En una fiesta de empresa el 1 de mayo de 1936, que termina con un baile, unas colegas próximas al partido le amenazan con un escándalo si viene con su mujer. Y, como siempre, Theo Kranz aparece con Beate y ante un hombre de la SA hace patente  la crítica amenazante. Él reacciona de modo sorprendente. «No estamos aquí en un día del partido del Reich», responde él, «las mujeres deben dejar de hacerse las milindres»  e invita a Beate al baile de mayo.

Theo resulta peligroso, pierde continuamente sus empleos por su defensa permanente de su mujer judía libre de toda claudicación. Se da perfecta cuenta de lo que ocurre en su derredor. En un viaje con Beate  a Dürrenberg en el verano de 1942, un pequeño balneario cerca de Leipzig, pasan por delante de dos campamentos de barracas. Tras el alambre de pinchos mujeres rusas hambrientas y prisioneros de guerra. Theo siente compasión y lanza tabaco por encima de la valla: «Las presas continúan su paseo mientras guiñan agradecidas. » ¡Con qué poco cuánta alegría se puede causar!».

Naturalmente, también llegan a sus oídos los asesinatos en masa en el este. «¿Que cómo era entonces?, recordará él más tarde aquel día en el que Konrad Opitz se presentó inesperadamente a visitarnos a la calle Dresdner viniendo de la obra de Tschenstochau. A mi pregunta de qué tipo de obreros disponían en aquella obra, éstas fueron sus palabras: «Trabajan judíos del campo de concentración, pero sólo seis semanas, luego salen por la chimenea», ante lo que Beate y él se quedaron helados.

Del primer matrimonio Beate Kranz tuvo una hija, Leonie, que pronto sufrió la persecución. Leonie trabajaba como  ayudante de pedagogía en el  orfanato Auerbach´schen en Berlín, una fundación judía, que es donde conoce aquella chica de 19 años en 1940 al aprendiz judío, a Walter Frankenstein. Se enamoran y se casan muy jóvenes  en 1942. Hacía ya tiempo que habían comenzado las deportaciones. En enero de 1943 nace su hijo Uri y poco después comienza con la denominada «Fabrikaktion» la deportación de los últimos judíos residentes en Berlín. Camino del punto de reunión obligada la joven pareja decide desaparecer con el chaval. Escapan a Leipzig. Desde marzo de 1943 encuentran acogida y refugio en la familia Kranz de la calle Dresdner.

El peligro acecha por doquier, Leipzig es más pequeña que Berlín, resulta difícil  mantener el anonimato de los desaparecidos. Amigos de Kranz colaboran en la protección de la joven familia. Theo consigue comida y explora planes de huida. Leonie y Walter regresan pasajeramente a Berlín, luego regresarían de nuevo a Leipzig o terminarían ocultándose en casa de unos parientes de Theo en el Harzvorland.

En agosto de 1943 Beate Kranz es denunciada; mientras aguarda en la oficina de correos una conocida que también espera en la cola y conoce el origen judíos de Beate, descubre que en su libreta de caja postal de ahorros no aparece el nombre obligado de «Sara», que debían portar todas las judías como caracterización.  Y la denuncia por semejante «delito».

Beate es detenida por «intento de ocultar la raza judía». Sin sentencia judicial es encarcelada durante dos meses escasos en Leipzig. Theo se esfuerza una y otra vez en verla, en hablar con ella, en tratar de liberarla. En vano. El 6 de noviembre de 1943 es deportada a Auschwitz.

Un día frío de un otoño avanzado. Theo se entera por una vigilante de la cárcel de la hora y el andén. Él aguarda en el  subterráneo de la estación principal de Leipzig. Un guarda le permite despedirse de ella. «Sólo me interesaba una cosa, escribiría más tarde, poder perseguirla con mis ojos. Me acerqué abriéndome paso tan cerca como me era posible, pero el personal de guardia y vigilancia me prohibió acercarme más».  Y procedió como habían convenido: «mezclarse con los mirones dispersos e indiferentes, que probablemente con la llegada del tren pasarían al otro lado del andén doble». Cuando ella subió los peldaños del vagón se, «e giró de nuevo desde lo alto, me sonrió y me hizo la señal de adiós con la mano por última vez. Gesto que me acompañaría hasta el final de mis días».

Theo se entera del destino. Beate logra incluso mandarle  dos mensajes desde el campo de concentración. Uno lleno de esperanza y otro gris de muerte. Theo no aguante más, decide viajar a Auschwitz para ayudar a Beate. En la noche de san Silvestre de 1943 viaja en tren, con un gran paquete de comida para Beate. En vano. En la puerta del campo de concentración es rechazado de manera brusca y debe regresar con su paquete.

Tras un tiempo de espera angustiosa llega un escrito de Auschwitz: Su mujer ha muerto «en el hospital de la ciudad el 3 de enero de 1944 a consecuencia de una deficiencia de miocardio. El cuerpo fue incinerado en el crematorio de la ciudad». Luego la partida de defunción; pero él nunca supo cómo realmente murió su esposa.

Y es en su dolor cuando entrega la esquela  en el Leipziger Neuesten Nachrichten: Una  descarada provocación, en medio de una Alemania nacionalsocialista un esposo triste hace público mediante un anuncio -indirectamente-  el asesinato de su esposa. Es  imponente la asistencia por parte de vecinos, conocidos, colegas y amigos que acuden en solidaridad y apoyo al viudo. Todos conocen la historia de Beate Kranz. Y aunque tampoco en las cartas de condolencia existe una alusión explícita, si se muestran indicios de una humanidad inesperada en un sistema inhumano.

No son notas y cartas escritas por intelectuales, ni por ciudadanos importantes ni por académicos sino tan sólo por gente sencilla. Un colega amigo escribía el 29 de enero de 1944: «En un principio me quede sin habla. Que pueda existir eso., ya sabes lo que pienso. Querido Theo,  lo siento en el alma el que tú también ahora hayas sufrido la pérdida de tu querida mujer, en la medida que conozco ella era tu tesoro. Resulta inconsolable todo lo que tenemos que sufrir».

También la familia Schneider le escribe: «Consuelo sólo en el viejo Dios. Y entre los brazos eternos, Deut 33, 27. Con gran sentimiento supimos  de la amarga partida de tu adorada esposa [.]. Dios, el Señor,  le asista a usted y a su amor y haga sentirle su consoladora cercanía». Los Schneider pertenecían a un círculo de colaboradores que secretamente proveían de alimentos a la familia escondida de los Frankenstein.

Una vecina menciona en la correspondencia de julio de 1944 la situación general -y su propia tristeza por el hijo recientemente fallecido: «Esperemos que todo esto acabe pronto. Mi buen hijo también tuvo que entregar su joven vida, sin gozar nada de ella [.] ¡Para qué  críar un buen mozo, cuánto dolor y sacrificio conlleva la educación de un hijo para que de golpe y porrazo se destruya todo lo que tú en 19 años has creado! Me gustaría ahorrarme la respuesta. Ahora, querido Theo,  quisiera expresarte mi más sentido pésame por la dolorosa pérdida de tu Beate querida. Por favor, comunícame lo que sepas sobre Beate, dónde fue enterrada, para que al menos pueda poner un par de flores en su tumba [.] Más de palabra cuando nos veamos». Por lo visto la vecina o nada sabe de las deportaciones o no quiere hacerlo. Su «más de palabra cuando nos veamos» apunta a lo segundo,  su deseo de poner flores en su tumba a lo primero.

El 3 de junio de 1944 habría sido el cumpleaños de Beate. En su barraca Theo Kranze extiende un mantel blanco sobre la mesa y lo adorna con un ramo de centáureas y amapolas. Y coloca una tarjeta: «En el primer cumpleaños después de tu marcha un recuerdo lastimero de tu querido – Te deseo que hayas encontrado la paz – Y con este sencillo ramo de flores del campo te regalo mi corazón partido por entero de dolor. Por favor, quisiera, querida esposa, que me perdonaras todo lo malo que te he hecho – Te saludo, tú, buena persona, hasta un alegre encuentro».

Ya el 3 de diciembre de 1943, poco después de la deportación de Beate Kranz, fue destruido el piso de la calle Dresdner por una bomba. Todavía en nota posterior recalca Kranz lo poco que le ha afectado esta pérdida. Solo los recuerdos y pensamientos sobre su amada mujer son los que él guarda siempre y apropósito en su maleta antiaérea preparada.

Se muda a casa de su madre de la calle Zschochersche. Tras el asesinato de su mujer se preocupa de los hijos. Gracias al apoyo de Theo y a la ayuda de muchos berlineses sobreviven al dominio nacionalsocialista Leonie y Walter Frankenstein con sus hijos, con Uri y Michael, nacido en 1944, para luego instalarse en Suecia. Para la familia Frankenstein Theo Kranz siempre sigue siendo «Vatel» y «Opa», padre y abuelo.

Theo vive primero en Leipzig. Al antifascista el SED le ofrece una carrera de maestro, pero lo deja pronto por diferencias ideológicas. De nuevo trabaja como peón, esta vez en un taller del ferrocarril federal. El 17 de junio de 1953 también en Leipzig  la gente se manifiesta por la calle, él elabora pancartas. Tras la derrota  del levantamiento emigra a Occidente y se casa con una conocida de Leipzig. A través de un campamento de refugiados del Berlín-oeste se marcha a Dortmund, finalmente el matrimonio Kranz se instala en la pequeña ciudad Übach-Palenberg cerca de Aquisgrán. Desde 1959 pasan el verano en Suecia con sus hijos adoptivos y nietos.

Juntamente con la hija adoptiva, Leonie Frankenstein, Kranz solicita en 1959 una indemnización por la detención y asesinato de su esposa y madre. Por «lesionar la libertad» y «daños contra su porvenir profesional» se le abona un año más tarde 195´25 marcos. Theo se revuelve airado contra la autoridad competente: «Durante 12 años cualquier cochino podía llamarme por mi unión matrimonial cerdojudío. Durante doce años fuimos todos víctimas de la discriminación, de todos aquellos que hoy se llaman andanas [.]. En resumen, ¡con 195´25 marcos se cree haber saldado la ignominia y el dolor causado!».

Sólo en los apuntes privados muestra Theo toda su rabia. Reúne informes sobre procesos judiciales contra vigilantes de los campos de concentración y gentes de la SS. Se enfada ante la actitud de los viejos nazis: «Ante el sucesor de Hitler, Dönitz, que tantas horas metió trabajando en pro del nacionalsocialismo y la represión y hoy vive en una villa, gozando de una pensión de 4000 marcos al mes, sin tener en cuenta su pasado en el que advirtió encarecidamente al pueblo alemán  ante el peligro que representaban los judíos. «También Theo Kranz persigue y escudriña con aversión la posterior carrera  a la guerra de Albert Speer: «Escribió sus memorias en la cárcel y de las que hoy farda convertidas en un best seller».  La afectada inocencia de los contemporáneos les saca de sus casillas: «¡Que nadie me venga con la excusa lastimera culpando de todo a Hitler! ¡Que ellos no tenían ni la menor idea de lo que ocurría, que ellos nada vieron ni quisieron!».

Hasta su muerte en 1980 vivió el pensionista Theo en Übach-Palenberg en un piso alquilado. «Se acabó», se dice en su esquela.

Estel 21 de octubre de 2013 el estado de Israel honró en un acto solemne a Theo Kranz como «hombre justo entre los pueblos». Una honra tardía para un hombre sencillo. Un sencillo héroe y un gran amante.

Y de nuevo en el viento otoñal el grito del poeta judío Erich Fried:

¡Escucha Israel!:

Cuando fuimos perseguidos

fui uno de vosotros.

¿Cómo seguir siéndolo

cuando os habéis convertido en perseguidores?»