«La estaca» y Timothy Garton Ash

He aprovechado estos días para leer ‘Europa‘, el último libro de Timothy Garton Ash y el primero de este escritor en ser traducido al catalán (Arcadia). Garton es uno de los periodistas más conocidos del continente y, entre otras cosas, es profesor de estudios europeos en la Universidad de Oxford.

El subtítulo del libro, ‘Una historia personal’, explica perfectamente de qué va el volumen. El autor –británico, europeísta y, por tanto, profundamente marcado por el Brexit– repasa la historia del continente a partir de su propia vida. Y esto hace que esté lleno de anécdotas muy interesantes. No en vano, pues Garton ha tratado personalmente a buena parte de las personas que han determinado el rumbo del continente y del mundo estos últimos decenios.

El libro, íntimo y muy personal en la escritura, comienza y termina con la historia de su padre, que desembarcó el día D con los aliados en la playa de Ver-sur-Mer para liberar el continente del nazismo. Y se estructura a partir de las grandes fechas que han marcado los períodos de la vida europea. El 1945 como el año cero –un año cero tramposo, tal y como él mismo reconoce. O en 1989 como el año de la gran esperanza. Grandes momentos, en definitiva, que explican cómo nos hemos ido conformando, cómo los europeos nos hemos convertido en esto que efectivamente somos.

Durante décadas, Timothy Garton Ash ha estado al pie del cañón, ha pisado y observado los lugares donde se realizan los grandes cambios, y ha escrito reportajes en un montón de libretas pequeñas que ahora le han servido de hilo conductor a partir del cual organizar las más de quinientas páginas del relato.

Y es precisamente por eso que me ha llamado mucho la atención un detalle que hasta ahora no he visto resaltar a nadie más: España es casi inexistente en todo el texto. España simplemente no pinta nada en la mayoría de los acontecimientos que han creado Europa desde hace un siglo. En el libro hay unas cuantas referencias tópicas y poco argumentadas sobre la transición, están Ceuta y la confrontación entre el norte de África y Europa y poco más. Habla en algún sitio del exótico señor Madariaga –si no me falla la memoria, Fuster decía que era la Conchita Bautista de la filosofía y le pronosticaba éxito por los movimientos “raciales” de cadera– y de Lluís Llach. De “L’estaca”, en concreto, que presenta como una canción que los europeos de todas las latitudes han acogido como un gran himno a la libertad –y que conste que a los Països Catalans también nos liquida deprisa, con Llach y la inevitable referencia a Orwell…

Ahora voy a decir algo que no es lo que él escribe sino lo que yo veo. En los libros, como en los artículos periodísticos, escribes lo que puedes y la gente después lee lo que quiere. Seguro que Garton Ash no ha hecho en ningún momento el cálculo de cuántas veces aparece este país o aquel otro, ni ha sentido ninguna necesidad de equilibrar presencias. Se ha limitado a dejarse llevar durante décadas por el viento de la historia. Pero el caso es que, leyéndolo aquí y hoy, la posición subalterna y marginal de Madrid –y de Barcelona y Valencia por arrastre– se nos aparece clarísima. Se hace visible. El poder, las grandes decisiones, está en Berlín y en París, en Londres, en Bruselas, en Roma, en Varsovia, en Washington y Moscú también, en Belgrado o en Kiiv, en Estambul incluso. Y el espíritu de Europa, del ideal europeo, está ahí. Madrid ya puede jactarse e inflar los pulmones para sentirse importante, pero es solo periferia. Una periferia aliada de los perdedores cuando Europa decidió reconstruirse sobre el terrible legado del nazismo. Una periferia que llegó muy tarde y mal a la construcción política. Y una periferia que no ha aportado nada espiritualmente –si me permiten utilizar el adjetivo– a la causa común.

En todo caso, el ‘Homenatge a Catalunya’ de Orwell y ‘L’estaca’. Pero precisamente están ahí por el relato antifascista –esa cosa que España no ha sido nunca–, que es claramente la base del europeísmo. Y por la clarividencia orwelliana y la capacidad extraordinaria de Llach a la hora de tocar la fibra de los polacos, o de los bielorrusos, de todos los que aman la libertad y combaten contra quienes tengan que combatir. En cualquier caso, no es la canción de un español…

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