La amnistía y un nuevo independentismo

A la hora de escribir estas líneas no se sabe si habrá acuerdo de Junts con Pedro Sánchez para la investidura antes de finalizar noviembre. Y si los hay, querrá decir que, sin «cobrar por adelantado», se habrá presentado una ley de amnistía de perímetro final más que incierto. Y no tanto por su recorrido en el mismo Parlamento español —que también—, sino por los obstáculos que pondrán los tribunales y por el clima de agitación que ya está creando la oposición política, las patronales —¡paradójicamente, en nombre de la estabilidad!—, y los medios de comunicación del nacionalismo español.

Pero sí: la necesidad imperiosa que tiene el PSOE de gobernar España tras el derrumbe que sufrió en las municipales y autonómicas pasadas, parece que puede hacer milagros. Y si aún no hace ni dos meses en estas páginas yo mismo no veía posible que se aceptara la condición de una amnistía para la investidura, todo apunta a que, como dice el propio presidente Sánchez, habrán acabado haciendo de la necesidad virtud. Entonces escribí que me gustaría equivocarme, y si así fuera, sinceramente, me alegraré.

Ahora bien, que nadie cante victoria antes de tiempo. Espero y deseo que quienes ya lo han dado por hecho —“Hoy, todos los represaliados y las personas perseguidas por su compromiso con el país son más libres”, tuiteaba el president Pere Aragonès al día siguiente de Todos los Santos—, no se hayan precipitado. Lo que no hace falta es alargar el sufrimiento de los patriotas que se arriesgaron para llegar al Primero de Octubre y que después lo defendieron. Es necesaria prudencia para que, si la amnistía no llega a buen puerto y de manera generosa, no añada más frustración a quienes están pendientes de años de inhabilitación, prisión y escarmiento económico.

Obviamente, si la amnistía llega, el PSOE lo presentará como el cierre definitivo de la aventura secesionista, como la máxima expresión de la distensión y la concordia con España. Asimismo, el hecho de que la derecha reaccionaria lo presente como el inicio de un descalabro nacional español, no debería engañarnos. España es un Estado propenso a la tragicomedia, pero resistente. De modo que, si la carambola de las elecciones del 23J acaba haciendo posible aliviar el sufrimiento y la incertidumbre jurídica de más de un millar y medio de catalanes, sepamos aprovecharlo no para precipitarnos hacia una nueva derrota, sino hacia una victoria definitiva.

Pero para hacerlo posible, desde mi punto de vista, será necesario un nuevo independentismo que sepa aprovechar lo mejor de la experiencia reciente. Que aprenda a combatir con nuevas estrategias. Serán necesarios nuevos liderazgos muy generosos para enterrar los resentimientos pasados. Serán necesarias nuevas alianzas internacionales. Y será necesario que España vaya considerando la hipótesis de la secesión de Cataluña como algo posible en un escenario radicalmente democrático.

Sin embargo, el precio del independentismo ha subido en Cataluña. Desde 2006, cuando todo empezó, el país ha crecido mucho, demográficamente hablando, cambiando el perfil de los nuevos votantes, particularmente de los más jóvenes; la experiencia frustrada de tantos años de movilizaciones ha pasado factura a la confianza en la posibilidad de un cambio radical; las deserciones en el mundo de la cultura, la comunicación y de los líderes de opinión son notables… No estamos donde lo dejamos en 2017. Reconozcamos que hemos retrocedido y que el objetivo está ahora más alto.

Publicado el 13 de noviembre de 2023

Nº. 2057

EL TEMPS