Emancipados vía redes sociales

Sin el papel de las redes sociales, no habría habido proceso soberanista. La hegemonía mediática en contra de la independencia, sobre todo televisiva y en la prensa escrita -en proporciones, aproximadamente, de 6 a 1-, sólo pudo ser rota gracias al activismo de la sociedad civil, espoleado, en muy buena parte, por una intensísima actividad en las redes sociales. La crítica, el humor -exorcizador de los miedos-, e incluso la épica, se han expresado mejor en la red que en ningún otro sitio. Es un hecho que habrá que tener muy en cuenta en las futuras historias de este impresionante movimiento político que en diez años ha trastornado el país. Y, en este sentido, no se puede considerar una mera casualidad que el nuevo presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, haya formado parte de este espacio de dinamización política. No diré que haya llegado a la presidencia gracias a esta circunstancia, pero sí el hecho de que haya sido un actor vivo le proporciona una mirada y una comprensión más completas de la dinámica política actual.

Es desde esta perspectiva, pues, como se pueden discutir las afirmaciones que últimamente ha hecho Zygmunt Bauman. El prestigioso sociólogo dijo en El País, el 9 de enero pasado que consideraba que las redes sociales eran una trampa porque construían una falsa comunidad donde el diálogo no tenía lugar por el hecho de que se evitaba la controversia: «Mucha gente utiliza las redes no para unir, para ampliar horizontes, sino por encerrarse en su zona de confort». Sin embargo, lo cierto es lo contrario. La red es un espacio de controversia por definición. También de diálogo sereno, claro. Pero sobre todo se enciende en la confrontación, como quien discute en la taberna y con las informalidades que tradicionalmente le han sido propias… ¡y con la fortuna de no poder llegar a las manos! De manera que las redes sociales en ningún caso protegen sino que exponen, y no amansan sino que provocan. Y si bien puede haber casos de lo que Bauman llama despectivamente «activismo de sofá», en nuestro caso es una evidencia de que ha sido un tipo de activismo que nos ha hecho levantar del sofá para ir a llenar muy civilizadamente plazas y calles.

También serán las redes las que permitirán, por primera vez en la historia política de las naciones, de manera absolutamente inédita, que una nueva Constitución nazca no de la reunión de una pequeña élite a quien se atribuye la capacidad de elaborarla en nombre de todos para después someterla a votación de ‘sí’ o ‘no’. Aquí habrá un debate previo que irá de abajo hacia arriba, y que, una vez asumido por un Parlamento constituyente, volverá hacia abajo para ser refrendada. No será un camino sencillo. En muy buena parte porque, a medida que se concrete el dibujo de cómo debería ser el nuevo Estado, no será fácil mantener el espacio de coincidencia propio de la etapa reivindicativa que acaba de concluir con la formación del nuevo gobierno. Pero, precisamente, será su dinámica de controversia abierta lo que invitará a una participación más amplia de la que la etapa reivindicativa ha convocado.

Las redes sociales, en definitiva, no serán sólo un contenedor para la difusión de documentos o el principal canal de comunicación entre los participantes en este proceso constituyente, sino que determinarán el tipo de diálogo y de negociación, y, por tanto, también la naturaleza de los acuerdos. Hará falta la intervención moderadora de politólogos expertos, sí. Pero, tanto o más, necesitaremos expertos en el análisis de estas redes, que pongan al descubierto -y, por tanto, hagan transparentes- las lógicas internas del debate para discernir el grano de la paja y para poder evaluar la consistencia y la representatividad. Sí: aquí, las redes sociales serán un acicate para la emancipación.

ARA