A diferencia del mas moderno, y transgresor, termino que refleja el estado semi-comatoso, o de alegre biribilketa mental, de quien ha sido víctima de la ingesta de sustancias estupefacientes -el popular porro, peta, o similares- el «colocao» de quien vengo a hablarles no es tal individuo. Cuando afirmamos que alguien está «muy bien colocao en el Gobierno X o
El «colocao» detesta el riesgo, por decirlo en versión vasquista y transversal, es un «segurola». Es un orgullo para sus padres, incluso para sus aitas, que aunque parezca lo mismo no lo es en absoluto. Antes solo los hijos de papá eran «colocaos»; hoy, incluso los hijos de aitatxus y amatxus, de Euskadi de toda la vida, pues, también son «colocaos». El «colocao» viene a ser lo opuesto al emprendedor, al trabajador autónomo. El «colocao» no está interesado tanto en el empleo per se, más bien le encanta detentarlo, aprovecharlo y exprimirlo al máximo, sin compasión ni remordimiento alguno. Al principio, lo hace tímidamente. Como un león (de Bilbao) otea el horizonte en busca de asentar el territorio y husmear las presas, que pasaban por allí y son el resto de los mortales que no ostentan la condición de «colocaos» pero pagan los impuestos para que él, el león, sí lo sea.
El «colocao» no es, en absoluto, sexista pues todos conocemos muchos «colocaos» pero abundan, también, las «colocadas». Entre los objetivos del «colocao» no están, como prioridad, el trabajar, producir o dar servicio al cliente. Su principal modus operandi, y objetivo de vida, es seguir «colocao» y hacerlo aun a costa de su empresa, del propio país que está casi en bancarrota y de las generaciones que nos seguirán. El «colocao» no pasa una en atención a mejorar sus privilegios de casta hasta su jubilación. Aboga porque llegue su retiro lo antes posible y con el 100% del sueldo, si no más con algún complemento y plus obtenido, de aquí y de allá.
El «colocao» puede cambiar de coche, de pareja, divorciarse, casarse, pero jamás dejará su trabajo. El «colocao» es miembro de una secta privilegiada en la que es difícil entrar, y esto según en que tipo de «colocación», pero una vez dentro no sale ni con un jarro de agua hirviendo. El «colocao» no es alguien ajeno a la idiosincrasia del país….o no lo era, más bien, ya que me refiero al país de los vascos. Esa figura del hidalgo que salía de la venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero que el gozo le reventaba por la cinchas del caballo, poco amigo del trabajo manual y dedicado a menesteres de más alta consideración, está inoculado en la sociedad española desde antaño. Y el contagio por expansión ha sido más que evidente.
El vasco, cuando hasta presumía de serlo, evitaba tal consideración. Eso si, acompañaba a reyes y nobles como escribano, soldado o, incluso, aventurero. Porque era, el vasco, ya no lo es, lo contrario al «colocao». Disponer de unas rentas concedidas por
Entre los «colocaos», también hay clases y clases. Está el pata negra que vive del presupuesto público y adopta la forma de funcionario público con sus 35 horas a la semana, sus moscosos y sobre todo su seguridad a prueba de bomba de neutrones, e incluso atómica. El «colocao» es hoy, sirva uno de los múltiples ejemplos, ese ertzaina de baja que, como puede hacerlo, y además le dejan que lo haga, sigue de baja aunque, verbigracia ejemplificante, su dolencia para un agente del Hamosad Lemodi’ín Uletafkidim Meyujadim, o sea el Mossad, se curaría con una simple tirita. Claro que ellos, los agentes del Instituto Central de Operaciones y Estrategias Especiales, una de las agencias de inteligencia Israel, responsable de la recopilación de información de inteligencia, acción encubierta, espionaje y contraterrorismo, nunca cogen la baja.
Hay centenares de «colocaos» en
Bueno, viajar si que viaja. Su sueldazo se lo permite. No importa si no habla inglés, ni francés, ni alemán….si su colocación le permite contestarte «ikasten ari naiz…» en su propio país, cuando le hablas en euskera, para qué esforzarse no ya en hablar con corrección en el lenguaje de los vascos, sino en aprender otros idiomas. Eso siempre ha significado esfuerzo. Y el esfuerzo no casa con el «colocao». Mañana le espera la misma silla, el mismo sillón. «Ah, otro grupo de españolitos….a por ellos», se frotan las manos los más inteligentes agentes de viajes europeos, al detectar el especimen fanfarrón, que luego fanfarronea aún más en el «trabajo» a su regreso. Que se arriesguen otros. Que inventen otros. Que se metan en líos otros. El «colocao», ya tiene su porción de cielo en la tierra.
Es tan difícil luchar contra la mentalidad que arropa este comportamiento incivil que se ha inventado una palabra propia que, además, rima, en Euskadi, con la de «enchufao». El «colocao», si además lleva el apellido de «enchufao», es la envidia de familiares y amigos en Plentzia ó Lekeitio, en cualquier terracita al calorcito del verano. Si el «colocao» es muy «colocao», ese ya hasta tiene barquito, lo amarra en Laredo, no en Zarautz, por aquello del que dirán. Es «colocao», pero no tonto.
El sistema político viciado en el que vivimos fomenta esta actitud ante la vida. Es el fiel reflejo de un fracaso colectivo como Pueblo. Un sistema político caduco, decadente y demodé. Un individuo, y no digamos una sociedad como la vasca, si desprecia el riesgo, la iniciativa, el esfuerzo, el creer en el propio individuo y su capacidad de forjarse a si mismo, es una sociedad con un futuro muy incierto. La crisis ha empezado a golpear tímidamente -sí, solo un poquito nada mas por ahora, han leído muy bien, en espera de lo que viene que va a ser mucho mas duro aún- a los más débiles del eslabón. Los «colocaos» siguen a verlas venir…..por ahora. Cuando las barbas del vecino veas pelar, por las tuyas a remojar, «colocao».