El punto G y la carta a los Reyes

Si yo fuera el director del periódico, habría tomado medidas drásticas para que no se vuelva a repetir. La responsabilidad de la prensa no se limita a los contenidos, incluye también un sentido de la prudencia y de lo que es oportuno. Si hubiera dependido de mí, yo no habría publicado la noticia del punto G, esa que decía que un estudio del King’s College había llegado a la conclusión de que el punto G no existe, que es un «producto de la imaginación». Lo publicó el AVUI del martes 5, la víspera de Reyes. Desmontar el mito del punto G el día de la máxima credulidad tiene tanta mala fe como revelar quién son los Reyes de Oriente antes de abrir los regalos.

Siempre se ha discutido la existencia de esta zona de supuesta hipersensibilidad en la vagina, pero no ha desaparecido nunca del mapa del placer sexual por razones prácticas. También hay quién va a misa cada domingo y al mismo tiempo se pregunta si Dios existe. La comparación no es tan alocada como puede parecer, porque el orgasmo es el apoteosis del instante, una nada de fuego radicalmente contrario al reposo eterno. En el entorno de los dos conceptos se ha tejido todo tipo de mitos.

Afirmar la noche de Reyes que el punto G es una entelequia («cosa, persona, situación, que sólo existe en la mente sin realidad objetiva») es una bofetada a la ilusión. Y a los profesionales que se ganan la vida honradamente explicando cómo localizar el punto G. Si se confirmara que el punto G es falaz («que engaña con falsas apariencias»), se tendrían que suprimir capítulos enteros de muchos libros y los expertos del ars amandi tendrían que plegar. Por eso yo me lo habría pensado mucho antes de publicar la noticia. Habría tenido muy presente el cuento de Pere Calders en que una persona va a la policía porque le ha crecido un árbol en el comedor de casa. El jefe de la policía le exige que guarde secreto por «el interés nacional» y dice: «¡Estaríamos arreglados si en los comedores de ciudadanos normales pasaran cosas tan extraordinarias! Los revolucionarios levantarían la cabeza, volverían a discutirnos la divinidad del rey, y quién sabe si alguna potencia, una vez despertada la curiosidad, nos declararía la guerra». Dejemos, pues, las cosas como están y que el punto G sea exactamente igual que la carta a los Reyes.

Ramon Solsona / Escritor

 

Publicado por Avui-k argitaratua