El mar en un charco

EL AGUA Y LA CULTURA

‘Cómo leer el agua’, del aventurero, navegante y escritor Tristan Gooley, ofrece pistas y trucos amenos para entender el comportamiento del elemento líquido, un conocimiento útil tanto para doctos navegantes como para bañistas ocasionales

A finales del primer milenio, un barco que cubría las rutas marítimas de China encontró en una canoa al capitán Abharah, un marinero árabe muy reconocido. Aunque la tripulación intentó convencerlo de que subiera a bordo, y pese a que las condiciones meteorológicas parecían óptimas, el marinero se negó: estaba más a salvo en su bote que en el barco. Sólo aceptaría subir si le pagaban 1.000 dinares y le dejaban comandar la embarcación. Como su leyenda le precedía, el capitán del barco aceptó. Abharah mandó cortar el mástil principal, abandonar el ancla –irían a la deriva– y deshacerse del cargamento, todo ello peticiones extremas para cualquier lobo de mar. Al cabo de pocos días, se desató un virulento tifón. El barco, al ser más ligero, se deslizó entre las enormes olas y, finalmente, cuando la tormenta amainó, todos consiguieron llegar sanos y salvos a puerto. Incluso, poco después, Abharah les indicó el punto exacto, en medio del vasto océano, donde podían recuperar su ancla.

Lo que parece una historia de leyenda es en realidad una sabiduría milenaria que hoy parece olvidada entre GPS, radares y otras tecnologías para la navegación. El británico Tristan Gooley, conocido también como el navegante natural, rescata estas técnicas y muchas otras en Cómo leer el agua (Ático de los Libros, 2018). De una forma clara y amena, Gooley ofrece pistas y trucos para que cualquiera pueda conseguir ser lector del agua. Nociones que no ­sólo sirven para navegar, sino para orientarse, prever las crecidas de un río o para bañarse en una playa con seguridad. Con una mezcla de divulgación, anécdotas personales e historias de navegantes, Gooley analiza el elemento líquido en todas sus formas: desde gotas en la encimera de la cocina hasta charcos, ríos, lagos, playas o mar abierto.

Por ejemplo, Gooley explica que fijarnos en los colores más fuertes del arco iris nos proporciona pistas sobre el tamaño de las gotas –cuanto más rojo, más grandes–; invita a pensar sobre la creación de un charco –qué tipo de suelo hay o qué erosión lo ha causado– o cómo afecta la lluvia a los ríos. Antes de una tormenta, la presión atmosférica baja y el suelo no es capaz de mantener el agua, drenándola hacia los ríos. Por tanto, las crecidas no se dan sólo por el agua que cae en forma de lluvia, sino que antes la presión ya la ha empujado hacia las cuencas. No obstante, el terreno también afecta. En terrenos arcillosos el agua que no se evapore bajará hasta encontrar un arroyo o río, pero en terrenos porosos se filtrará hacia abajo hasta encontrar algo impermeable, constituyendo una reserva de agua.

Aunque no sólo el suelo ofrece pistas: también la flora y la fauna. Si estamos frente a un estanque con nenúfares amarillos, sabremos que puede tener hasta cinco metros de profundidad, y si los encontramos en un río –aunque poco habitual– estamos ante aguas muy puras de unos dos metros. Las libélulas, por ejemplo, nos indican que estamos cerca de aguas soleadas y tranquilas y el mirlo acuático nos dice que estamos cerca de aguas rápidas. Hay elementos que son casi intuitivos. A nadie le gusta adentrarse en aguas extremadamente verdosas y, de hecho, no es una mala intuición: un exceso de algas reduce la cantidad de luz solar y el oxígeno, llegando incluso a convertir el agua en dañina. Y si en el mar hay burbujas que no se deshacen rápido, es una clara señal de que otras sustancias, jabón común u otros productos químicos, están presentes.

Otro aspecto interesante es la diferencia entre ondas, olas y oleaje. En las primeras el movimiento es superficial y efímero: el agua se mueve con el viento y deja de moverse cuando este cesa. En las segundas, el proceso es parecido pero el viento consigue dar tal energía al agua que esta se seguirá moviendo horas después. En el tercer caso, el origen puede ser muy remoto y dar suficiente energía al mar para que ondee tras mucho tiempo. Una cuestión fascinante y casi mítica es la capacidad de los navegantes del Pacífico para leer las olas. Con un aprendizaje casi iniciático y vital, los navegantes del Pacífico eran capaces de sentir el mar, de saber si un patrón de movimiento no era el habitual y descubrir el objeto que lo causaba u orientarse para encontrar una isla diminuta, sabiendo dónde está mucho antes de verla. Aunque estas técnicas no suelen estar al alcance de ningún occidental, entenderlas y fijarse en los patrones que crea un pato o una roca en un es­tanque, sí son opciones al alcance de todos.

A pesar de que hay decenas de historias fascinantes, una de las más curiosas es la tradición de la costa Ka’u de Hawái. Cuando alguien se perdía y naufragaba en el mar, los habitantes solían ir a una playa concreta si la persona era rica y a otra si la persona era pobre. El mar discriminaba, si bien no por su clase, sí por su peso, siendo los ricos generalmente más orondos. Otro ejemplo: las botas de agua de los pescadores del mar del Norte, cuyo par izquierdo aparece en Holanda y el derecho en Escocia. Gooley también explica la diferencia entre una leve resaca de las peligrosas corrientes de retorno, que se forman cuando una barrera (un arrecife o arena) mantiene el agua dentro de una bahía pero se abre por una zona estrecha. Aunque esa parte pueda parecer mansa resulta en realidad muy peligrosa, puesto que el agua aumenta su velocidad por espacios estrechos y consigue arrastrar mar adentro lo que encuentre a su paso. De hecho, el propio autor rememora un episodio que estuvo a punto de costarle la vida.

Las mareas y la luna (pero también el sol), las supermareas, la pesca con mosca, la navegación natural que hace uso de las estrellas y el color del agua, su sonido o su movimiento, son otros de los elementos que permiten al lector entender el medio acuático mejor. Si bien el aventurero advierte que la lectura del agua es un proceso de ensayo y error, de continua observación y casi una forma de relacionarnos con el entorno, lo que es seguro es que la lectura de Gooley sumerge al público en un trayecto lleno de aventura, conocimiento y pasión.

Tristan Gooley

Cómo leer el agua

Ático De Los Libros. Traducción: Víctor Ruiz Aldana. Ilustraciones: Neil Gower. 432 PágINAS. 18,90 EUROS