El imperativo cultural

Por mucho que parezca que en política «todo es opinable», Gaudí ya decía que la verdad está por encima de la libertad. Se ha hecho muy común la máxima que afirma que «el problema no es España, el problema es el Estado». Es una frase que queda muy bien, muy civilizada y constructiva, pero la lástima es que es mentira. Es una afirmación falsa, como lo es el hecho de decir que las razones para la independencia son exclusivamente económico-sociales. Entiendo que se quiera quedar bien con el resto de ciudadanos del Estado, no marcar o estigmatizar a toda una comunidad, admitir que hay gente de todo tipo y que las responsabilidades máximas del conflicto son los máximos responsables de las instituciones, y no de los ciudadanos. Pero insisto: el problema es que es mentira. O es media verdad. No es cierto que el verdadero problema sea el Estado, el alto funcionariado, la élite de la corte madrileña o el palco del Bernabéu. No es cierto. El problema es España y lo sabemos todos, y lo tenemos que saber todos, e ignorando el problema o haciendo ver que ignoramos el problema no resolveremos el problema. Ni España se resolverá a sí misma si acaba creyéndose que su problema son sólo los gobernantes y los altos funcionarios de los ministerios. No. España es el problema porque el problema no es su Estado sino su estado. Su situación con ella misma. Sus hábitos, sus valores, su cosmovisión. Cómo mira al espejo y todo lo que no es el espejo. En efecto: el problema es cultural.

Atribuir toda la responsabilidad del problema a las instituciones del Estado sería creíble si viviéramos en tiempos de dictadura, pero ahora no es así. Ahora, los gobernantes los eligen los ciudadanos. El PP gobierna donde gobierna para que cada uno de los votantes españoles, cogidos uno por uno y contados después, ha votado un código de valores y de ideología determinado. El Congreso no encuentra una fórmula para encajar la plurinacionalidad real del Estado porque los ciudadanos, los españoles, los que son más de derechas y los que son más de izquierdas, los más provincianos y los más cosmopolitas, los más conservadores y los más progresistas, todos ellos sumados en conclusión, votan de una manera. La soberanía es popular. Ellos son los soberanos absolutos de la misma manera que los catalanes somos soberanos absolutos del hecho de que ahora tengamos un gobierno independentista pero que debe gestionar un resultado de empate técnico en plebiscito.

Es culpa nuestra y es gracias a nosotros. ¿Verdad que hemos dicho muchas veces que el proceso no es Mas, que el independentismo no es CDC ni ERC ni CUP, que la política catalana no son sólo los políticos y que se trata de un tema cívico y de la calle y de suma de individualidades? ¿Verdad que hemos dicho que es algo del pueblo, democrático, libre y no manipulado por TV3 ni por nadie? ¿Verdad que afirmamos que cada uno de nosotros es lo suficientemente mayor para pensar por su cuenta y sumarse o no sumarse a esta causa? ¿Y verdad que en esta elección intervienen factores que van más allá de la economía o la fiscalidad o de las leyes administrativas, y que por tanto también juegan factores emocionales, identitarios, lingüísticos, de código de valores y de cosmovisión cultural? Bueno, y si todo esto es cierto para nosotros, ¿por qué negarlo para España? ¿Por qué repetir una y otra vez la mentira piadosa, que el problema es el Estado y no los españoles, cuando está muy clara la forma de pensar individual y colectiva que predomina entre ellos? ¿Quiere decir esto que no se puede cambiar? Evidentemente que se puede cambiar. No debe ser así para siempre. Pero el primer requisito para cambiar una realidad o para resolver un problema es no negarlo, y no disfrazarlo de lo que no es. España debe saber que ella es un problema, o que tiene un problema por su culpa, o gracias a ella, según quién lo vea. Cataluña debe hacer lo mismo. Sin miedo, conociéndose, haciendo introspección, no poniendo todas las responsabilidades en los escaños o en los palacios gubernamentales. Asumiendo cada uno la suya, cada ciudadano, cada empresa, cada pueblo, cada entidad. Tomando conciencia de que las cosas cambian de abajo arriba cuando así se quiere de verdad, cuando se sabe cuál es el problema. Y cuando se quiere hacer algo.

No sé qué teórico exfederalista se inventó eso que el problema es sólo el Estado. Evidentemente que cambiaría todo si el Estado cambiara, pero será imposible cambiar el Estado si antes no cambia España. El discurso de sobremesa de cada una de los hogares españoles, su bagaje político popular. Exactamente igual que nosotros, que no construiremos ningún Estado propio sólo delegando en la política. Lo sugerí en el título del libro ‘El cambio cultural en Cataluña’, un cambio de chip pide un cambio íntimo y personal. Dejemos de infravalorar a los ciudadanos de España y demosles a ellos la responsabilidad del cambio. Rajoy, Iglesias, Rivera o Sánchez se adaptarían en cuestión de segundos.

Dicho esto: creo que su cambio cultural no se producirá. Por lo tanto tendremos que insistir en el nuestro.

EL PUNT-AVUI