El castellano es una lengua, el catalán es una polémica

Hoy quisiera aprovechar el último alboroto sobre el catalán para soltar cuatro reflexiones. No sobre si, en una república catalana, la lengua ídem debería ser oficial, civil, optativa, o prescindible como es ahora, porque eso es competencia de los profesionales. Me interesa la polémica en sí, aplicada a los catalanes que hablan y/o piensan en catalán. Y me interesa la polémica en relación con la lengua territorial de Cataluña, es decir, la única que ha salido del territorio catalán y no del territorio portugués, de un bote de Cola-Cao o de una col-i-flor.

Lo especifico así porque a veces, según como se polemiza, parece como si el catalán fuera una especie invasora que se siembra a traición desde aviones de la Generalitat sobre una población recién llegada e indefensa, mientras que el castellano es un patrimonio natural de raíces tan profundas como las de los primeros castellanohablantes que pronunciaron ‘Buenos días’ en las cuevas del Toll y les respondieron ‘Buenos días’, como es natural. Porque, según se polemiza, repito, uno puede llegar a pensar que el catalán no se llama catalán porque es el idioma propio de Cataluña sino porque el nombre le tocó en un sorteo.

Una cosa que me llama la atención sobre las polémicas lingüísticas de Cataluña -que son las polémicas con el catalán- es la asimetría. Por ejemplo: se considera un deber natural que los catalanopensantes defendamos el castellano, pero es una exigencia intolerable a la inversa, es decir, pedir a castellanopensantes que defiendan el catalán con la misma naturalidad. Igualmente, se considera que el castellano es un patrimonio natural de los catalanopensantes, mientras que el catalán, como patrimonio, no puede ser más que un artefacto impuesto a los que no lo tienen como lengua propia. De aquí hasta instalarse en el imaginario de que el castellano es el idioma de todos los catalanes, y el catalán el idioma que quieren imponer los enemigos del castellano, hay un paso muy corto.

Un paso muy corto y que ya se ha dado. Porque, dentro de este marco de pensamiento, cualquier iniciativa para la normalización del catalán es considerada de facto un ataque al castellano, y ya puedes buscar complicidades, que de talibán no bajas. Esta es una de las grandes victorias de la filosofía Ciutadans-Ciudadanos, porque defenderse de este discurso -he aquí el triunfo- significa reforzarlo. Win, win y recontrawin.

De hecho, en la percepción asimétrica de los idiomas catalán y castellano se sostiene la falacia del bilingüismo. Un invento comodísimo que hace que, en igualdad de condiciones, quien tenga que renunciar a la propia lengua siempre deba ser el catalanopensante, naturalmente. Y funciona de puta madre, porque mientras los catalanopensantes no tengan más remedio que renunciar, se considerará un gimoteo inútil reclamar la normalización del catalán, si no un despilfarro de dinero público, que también lo hemos oído decir. Estábamos en grande, y de nuevo nos salen los catalanes con las batallas lingüísticas. En fin, que cuesta mucho complacer a quien encuentra una obligación que le respetes y encuentra una imposición que le pidas lo mismo.

Por esto y aquello, he constatado que, en los debates lingüísticos de Cataluña, el castellano se trata como una lengua, y el catalán como una polémica. Sólo hay que ver cómo reacciona alguien que escribe «haiga» cuando le dicen que es ‘haya’, y cómo reacciona alguien que escribe ‘me he caído de espaldas’ cuando le hacen saber que es ‘he caído de espaldas’. El primero se lo toma como una falta de ortografía suya, chispum, ya está, mientras que el segundo se lo toma como una falta de respeto tuya, tú que has creído, coño de barretinero pompeufabrino, vete a la mierda tu y tu bandera, ¡talibanes! (Ficción basada en hechos reales.) Pero de esta polémica ya hablaremos en otro artículo que se titulará ‘El catalán está mejor que nunca’.

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