Debate sobre la lengua oficial

No somos colonos, ni voluntarios ni involuntarios

José Rodríguez

VILAWEB

Este jueves se presentó un manifiesto que alertaba de los riesgos del bilingüismo social para la pervivencia del catalán. Este manifiesto, conocido como manifiesto Koiné, tiene algunos elementos positivos: creo que en algún momento tendremos que plantearnos el modelo lingüístico que queremos en una hipotética Cataluña independiente. Y este debate no se puede realizar haciendo callar a quien cree que la cooficialidad podría acabar lastrando el futuro del catalán, simplemente por el hecho de que lo que dicen no es políticamente correcto o no nos gusta. Yo tengo en este tema una posición particular, prefiero una sociedad sin lenguas oficiales marcadas en textos constitucionales y regularlo por leyes y reglamentos en los diversos ámbitos de la administración.

Pero uno de los problemas del manifiesto Koiné son algunas de sus formas. Hay un expresión nefasta al describir que la inmigración española venida desde los años 50, 60 y 70 fue un instrumento involuntario de colonización lingüística’. Es un error tachar a cientos de miles de personas que se sienten catalanas de una u otra manera de ‘colonos’. Aunque fuera cierto. Esto levanta ampollas y transforma en antagonistas a los que pueden ser aliados y activistas del catalanismo. Este error es táctico. Si quieres que tu mensaje sea entendido lo primero que tienes que intentar es que no se levanten barreras emocionales entre los que lo han de entender. Dar patadas en la boca en la identidad del interlocutor no es la mejor manera para que este te escuche.

Además el uso del lenguaje debe ser muy cuidadoso cuando estás intentando explicar algo tan complicada y complejo como es que mantener el statu quo y el pacto actual puede acabar matando el catalán, entre los que tienen una percepción contraria. Los que hemos adoptado el catalán y venimos de entornos donde predomina el castellano vemos que nuestro entorno y nuestro uso habitual el catalán ha ganado terreno. No somos conscientes de la minorización que sufre de la misma manera que lo son los sociolingüistas o que los hablantes más nucleares de la lengua. No percibimos la degradación de la calidad de un idioma que no tenemos esta percepción de matices al no ser nuestro idioma materno. Koiné nos habla de una realidad que nos cuesta reconocer.

Pero también cuestiono que la migración de los 50 y 60 fuera colonial de ningún tipo. La migración de personas del resto de España durante los años 50, 60 y 70 no se puede calificar de proceso colonial dirigido. Los colonos ocupan las mejores tierras, los mejores trabajos, desalojan a las clases medias y dirigentes locales y las ocupan ellos. Los colonos tienen el apoyo del Estado colonial detrás. La migración de los 50, 60 y 70 no fue planificada, fue migración económica sobrevenida y en el mejor de los casos la actitud del gobierno franquista fue ambigua. Alcaldes y autoridades de origen que fomentaban la migración hacia Madrid y Cataluña y autoridades locales franquistas en Cataluña que fomentaban todo lo contrario. Los que vinieron en los 50 y 60 a Barcelona sufrieron por parte de las autoridades franquistas deportaciones, marginalidad, situaciones de irregularidad legal, persecución, se les hacían caer sus viviendas, se los aparcaba en barrios de chabolas y se les explotaba por parte de estas autoridades.

Quien se haya aproximado al fenómeno de la dura migración de los 50 y 60 conocerá historias de personas deportadas de nuevo a su pueblo, de personas que se escondían en barrios de chabolas para no ser expulsadas, de limbo legal, etc., que tienen muy poco que ver con un proceso coordinado de colonización por parte del Estado franquista.

Tampoco el realojamiento de esta población migrada se puede definir como un proceso colonial. Los colonos no terminan en barracas y en infraviviendas, no acaban en manos de prestamistas mafiosos, no sufren el estraperlo y el clientelismo local que les somete a la marginalidad. Los colonos no son perseguidos por la policía del Estado que les derriba sus viviendas o los trata como ciudadanos ilegales. Esto les pasa a los inmigrantes económicos, no a los colonos de un Estado que planifica la sustitución poblacional.

Los inmigrantes económicos de los 50 y 60 no llegaron para sustituir a las clases medias y dirigentes de Cataluña, sino que la mayoría llegaron primero como lumpen proletariado. El fenómeno del chabolismo y esta marginalidad se propaga de forma tardía hasta los años 90 en que se derriban las últimas barracas de Barcelona. Recomiendo los tres libros de Laura de Andrés (‘El precio del hambre’, ‘Vidas apuntaladas’ y ‘Barracas’) que recogen esta realidad.

El franquismo generó el hambre, generó una España aún más atrasada, generó el aislacionismo. En Cataluña un cúmulo de accidentes históricos y geográficos y la presencia a pesar de la represión de una clase media industrial permitió durante el desarrollismo poder crear empleo industrial. Esta nueva ocupación atrajo a inmigrantes que se morían de hambre en el resto de España. Pero esto no era un plan, de hecho es un cúmulo de fracasos del propio franquismo.

Difícilmente creo que podamos ver en este proceso migratorio un proceso de colonización sino de migración económica. Esto no es óbice para decir que lo que ocurrió en los años 50, 60 y 70 sociológicamente fuera después aprovechado de forma oportunista por el franquismo. El franquismo y al nacionalismo español vieron una oportunidad en esta situación sobrevenida para destruir la identidad nacional catalana y dejar prácticamente aniquilado el catalán.

Por suerte el franquismo no fue muy eficiente a la hora de aprovechar esta oportunidad. Los ciudadanos de Cataluña del tardofranquismo y la transición hicieron heroicidades sociológicas. Los catalanohablantes salvaron su idioma como pudieron a pesar de todo, también se evitaron fricciones sociales importantes y durante estos años se creó un ‘catalanismo’ sociológico que fue el fundamento para que en los años 80 se pudieran empezar a construir los instrumentos institucionales que han ayudado a sobrevivir al catalán. Si hoy yo hablo el catalán es por los éxitos sociológicos de estas generaciones de catalanes que lucharon a la contra del interés del nacionalismo español y del franquismo.

Pero también es cierto que este proceso dejó disfuncionalidades serias. El manifiesto Koiné también recoge una serie de argumentos a tener en cuenta. Hoy el castellano es la ‘lingua franca’ social en Cataluña, es la lengua en la que más probablemente deriven las conversaciones cuando hay un nativo catalanoparlante y un nativo castellanoparlante. La inmigración de los 50, 60 y 70 ha tenido este efecto a pesar de los esfuerzos de todos.

No podemos negar estas disfuncionalidades, y creo que es bueno que quien crea que el catalán puede ocupar el espacio de ‘lingua franca’ social o quien tiene miedo de que el catalán siga perdiendo terreno frente al castellano si se mantiene el statu quo pueda decirlo y pueda exponer que este efecto también es debido a la migración de los 50, 60 y 70.

No podemos condenar a no expresar la visión a nadie por qué va en contra del statu quo lingüístico o negarnos a escuchar una explicación histórica de porqué el catalán está en una situación de amenaza, simplemente porque cuestiona el relato idílico que nos hemos estado contando sobre la convivencia lingüística en Cataluña.

Es absurdo negar que el catalán está minorizado, no sólo en el ámbito institucional como en la justicia, también socialmente y que la amenaza de retroceso existe. También es cuestionable que esta minorización sea sólo por un estado Español que legisla en contra o cuestiona las legislaciones catalanas. La debilidad del catalán por no ser ‘lingua franca’ social no se soluciona sólo por quitar el efecto ‘España’ de la ecuación.

El término de ‘colonización involuntaria’ de Koiné es un error táctico y una falsedad histórica, pero el efecto que intentan describir que ha tenido la inmigración castellanoparlante sobre la presencia del social del catalán merece ser escuchado. Quedarnos sin observar el bosque porque el primer árbol que encontramos está requemado y podrido es también un error.

De ahí que la mejor respuesta no puede ser la reacción contra sus formas y quedarnos en eso. El debate que inician es importante y valiente. Es fácil que nos bunkericemos en la defensa del statu-quo y del pacto social lingüístico de los años 80, es la posición más cómoda, pero si estamos en un momento donde queremos construir un nuevo país es necesario abrir los debates y construir nuevos consensos, que quizá se parezcan mucho a los anteriores o no.

Negar el debate porque nos es incómodo o consideramos a los ciudadanos como menores de edad que no son capaces de realizar estos debates sociales empobrece. No comparto el monolingüismo oficial de Koiné, mi propuesta es la de no tener lenguas oficiales y regularlo por leyes y reglamentos donde hemos demostrado una especial habilidad de hacerlo bien. Pero me niego a que sus errores dialécticos los inhabilite como interlocutores y al hecho de que se les satanice por ello.

No somos colonos, ni voluntarios ni involuntarios, pero los que temen que la cooficialidad de castellano puede acabar matando el catalán tampoco son talibanes ni hegemonistas lingüísticos. Tal vez, en el momento en que dejemos de darnos apelativos mutuos, podremos tener un diálogo franco y abierto.

 

La República también… debe salvarnos las palabras

Joaquim Arenas i Sampera y Margarida Muset i Adel

Ante el gran reto que supone construir un país de arriba abajo, es decir, de definirlo constitucionalmente, trescientos años después de que el rey borbón le arrebatara la soberanía, es fácil perder el punto de vista colectivamente y no acertar lo bastante cuáles deben ser las prioridades que debe recoger la nueva constitución para construir el futuro pero sobre todo para no perder ni las raíces, ni lo esencial que nos hace justamente ser una nación.

No estamos todavía en la recta final de un proceso, que va siendo penoso, tanto por la falta de interlocución con el Estado que nos ocupa políticamente, como por la incapacidad de los catalanes de ir juntos como una piña ante el permanente desprecio de ese Estado. Sin embargo, son muchas las voces que van diciendo y definiendo indirectamente, pero de forma muy contundente, cómo deberá ser este Estado que «ya vamos haciendo». En este sentido ya hay sobre la mesa más de una propuesta de constitución y muchas habladurías y sentencias de aquellos que en los medios de comunicación influyen fuertemente en la llamada opinión pública, a menudo desinformada de tan sobreinformada como está.

Parece que algunas de las propuestas y de los relatos sobre el futuro que nos espera a los catalanes se están construyendo sin un debate serio y menos sin una consulta a los expertos en la cuestión. Puede que en la fase informal en que se encuentra el proceso, esta situación, pueda considerarse normal, pero no deja de ser inquietante que esto y produzca en temas de aquellos que han sido esenciales para habernos mantenido como «nación», a pesar de los ataques de todo tipo que hemos tenido que sufrir. En resumen, temas tan importantes, como la consideración jurídica que se dará a las lenguas catalana y occitana en la futura república, o como la potenciación de la riqueza del multilingüismo actual sin poner en peligro el rol del catalán como lengua de cohesión nacional.

Si Cataluña por encima de todas las sacudidas de los poderes de un Estado que no la ha protegido nunca y que la ha explotado siempre, aunque, puede ser considerada una nación es, en gran parte, porque nunca ha perdido su lengua. Aquella que nos identifica a los catalanes y que comporta un modo peculiar de ver el mundo y de interactuar con él, la forma de ser propia y singular en un mundo cada vez más global, una forma que han adoptado tanto ciudadanos de Cataluña que tenían el castellano como lengua materna como otros ciudadanos de origen diverso.

Una lengua que ha sido prohibida durante muchos siglos -hay que recordarlo a quienes lo sufrieron y hacerlo saber a los que no lo saben- y que más tarde, al restablecerse la democracia, se pudo recuperar en la escuela, lo que ha hecho posible que todos los niños, jóvenes y adultos menores de 40 años, a excepción de los recién llegados en edad adulta y no escolar -que representan menos de un 8% de la población- la conozcan bastante bien, aunque no siempre la usen. Este éxito indiscutible de la escuela catalana, reconocido en otras partes más que en nuestro país, no ha traído como consecuencia un incremento del uso social del catalán, como se podía haber pensado al emprender este largo y difícil proceso de normalización, del cual, por cierto, deberíamos saber aprovechar algunas experiencias.

De hecho, el catalán, todavía hoy, después de 38 años de haberse restaurado su uso escolar, está en peligro de sustitución. La pervivencia del catalán como lengua viva entre las lenguas del mundo está cada vez más amenazada. Lo está por muy diversas causas, entre ellas su número de hablantes, pero, sobre todo por la degradación que sufre la lengua que se enseña y se habla, llena de barbarismos «castellanismos» y últimamente de «anglicismos». Esta lengua amenazada de muerte merece una oportunidad que sólo le puede venir de la liberación nacional que supondrá la Independencia de una parte del territorio donde se creó y donde todavía se habla.

Hoy en día, la situación dramática que sufre nuestra lengua no golpea a la opinión pública con la misma intensidad como aconteció en los años de la implantación de la democracia y de la autonomía. La defensa de la lengua fue uno de los pilares en que se fundamentaron todas las reivindicaciones populares y todas las tesis intelectuales que sostenían el catalanismo. Las posiciones de algunos independentistas se basan más en aspectos de bienestar material y en argumentos económicos que en el restablecimiento de una normalización del catalán. Como si fuera posible un «estado del bienestar» en un país que ha perdido su esencia. Porque no olvidemos que como decía Joan Fuster «la lengua es la patria». No podemos ser independientes si en el camino para conseguirlo perdemos la lengua o, peor aún, negociamos con la lengua y la intercambiamos por unas adhesiones o unos votos.

Llegados aquí, hay que decir, claro y alto, que los enemigos de la lengua no son ni han sido los ciudadanos catalanes que hablan otros idiomas y provienen de otros lugares. Recordemos que en el inicio de la fase autonómica, cuando se impulsaba la escuela catalana y la inmersión los padres castellanoparlantes entendieron el mensaje e hicieron posible con su voluntad y el su adhesión que se empezaran a impartir en catalán todas las clases en las escuelas catalanas -recordemos que en ese momento para hacerlo era necesario una votación del claustro y de las AMPAS-. También debemos un recuerdo a los miles de maestros castellanohablantes que se reciclaron y convirtieron en ‘maestros de catalán’ para poder contribuir al proceso de normalización que renovó la enseñanza en nuestro país. Sin unos y otros no se habría avanzado.

Está claro que el enemigo de la lengua somos nosotros mismos, los catalanes de origen, que después de tantos años de represión nos hemos convertido en subordinados y resignados lingüísticamente y nos hemos querido creer los discursos de «autocomplacencia» sobre la bondad de un falso bilingüismo social.

Cataluña, hoy, es un país donde se hablan cientos de lenguas y este hecho nos aporta riqueza y diversidad siendo un signo de la globalización del mundo actual. Es por eso que los ciudadanos deben ser políglotas y dominar cuanto más lenguas mejor. Sin embargo, respetar y valorar la diversidad lingüística, debe implicar contribuir a la plena vitalidad de lo que es propio de un territorio. El futuro Estado que estamos construyendo nos debe permitir ser un país integrador, abierto y respetuoso con todas las lenguas que se hablan y todas las culturas que conviven en el mismo, y asumiendo plenamente el catalán como lengua del país.

Ante esta situación que hemos descrito, no es extraño que muchos conciudadanos estén preocupados por este silencio espeso sobre la lengua que se respira desde hace tiempo, no exento de malos presagios. Tampoco resulta raro, que un grupo de ciudadanos, trabajadores de la lengua, -por enseñarla, estudiarla, traducirla o, utilizarla profesionalmente- se hayan puesto de acuerdo para intentar, de nuevo, hacer algo para salvarla, creando un grupo de trabajo que se llama Koiné, el cual ha desplegado una intensa actividad hasta crear la asociación ‘Lengua y República’ que tiene por objetivo movilizar a la opinión pública en torno a la lengua, basándose en la realidad y no en la ficción, promoviendo una conducta de lealtad hacia la lengua del país, de todos los ciudadanos y los poderes públicos.

En Koiné se han reunido personas, que no es la primera vez que luchan por esta lengua que hablan y aman, pero, justamente por ello, están dispuestas a volver una y y otra vez a este viejo propósito que todavía no se ha alcanzado y que hay que reivindicar. Otros cómplices de este proyecto forman parte de las generaciones que han disfrutado de la cierta calma que siempre anuncia el temporal. También forman parte personas que a pesar de tener originariamente el castellano como lengua de los padres han tomado la opción de ser catalanes de pleno derecho y comparten el principio de que si no se salva la lengua, no se salvará Cataluña. Unos y otros, sin embargo, tienen claro que hay que actuar y hacer tomar conciencia a los conciudadanos de que no se pueden aceptar determinados posicionamientos sobre el futuro estatus del catalán en la República que estamos construyendo, sin un debate serio y una consulta rigurosa a los expertos en la cuestión .

Esta preocupación por el futuro de la lengua transformada en el objetivo de la nueva asociación ‘Lengua y República’ ha producido el manifiesto «Por un verdadero proceso de normalización lingüística en la Cataluña Independiente» que firman más de 200 nombres muy destacados del mundo académico, profesores, escritores, estudiosos y otros profesionales de la lengua.

La presentación solemne de este manifiesto, el pasado jueves, en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona constituyó un llamamiento a toda la ciudadanía para hacer suya la recuperación del uso social general del catalán como lengua del país, y abrir un proceso de adhesiones entre la ciudadanía para revertir el proceso de sustitución lingüística que padecemos, aportando su grano de arena, por medio de ‘Lengua y República’, como simpatizantes, como voluntarios o en su caso como socios.

Es necesario que nuestros compatriotas dispongan de la información precisa para opinar con rigor sobre el futuro del catalán que queremos en nuestro Estado propio, lejos de trampas legales y políticas, que le hagan continuar en la agonía alargada que le ha proporcionado el régimen autonómico vivido.

Joaquim Arenas i Sampera, pedagogo y escritor Margarida Muset i Adel, maestra y pedagoga