Conversación con un progresista español

El tono es amable, pero el fondo es autoritario:

-¡El referéndum en Cataluña no se podrá hacer nunca!

-¿Nunca? ¿Qué quiere decir nunca en términos democráticos? ¿Quiere decir -le digo- que España se ha deslizado definitivamente hacia una democracia formal pero autoritaria?

-No, De ninguna manera. Quiere decir que los demócratas tenemos que hacer todo lo posible para cerrar el paso a los que han impuesto un ideario secesionista en la sociedad catalana a través de los medios de comunicación y de la escuela.

-O sea que en España los demócratas sois los que cerráis el paso a un referéndum. Entonces, los que insistimos en que para resolver las diferencias políticas hay que fortalecer el imperativo democrático, ¿qué somos?

Esta es una conversación real con un demócrata progresista español. Mi última pregunta tuvo la respuesta habitual. Según el amigo progresista español, los catalanes independentistas, especialmente los que venimos del federalismo, somos gente que nos hemos dejado engañar. La presión del pensamiento único y de las prebendas en la administración pública explican nuestra predisposición a aceptar una posición a todas luces irracional y contraria a los intereses de la ciudadanía.

La conversación no se quedó ahí. Tuve ocasión de hacerle notar que su planteamiento me recordaba los posicionamientos más reaccionarios de los antidemócratas europeos del XIX que se negaban a admitir la democracia porque consideraban que los seres humanos no estaban dotados de la capacidad de decidir y elegir.

Le hice notar que su prejuicio sobre la facilidad con que nos dejábamos manipular los catalanes que defendíamos la independencia me indicaba una interpretación sobre la madurez política de la sociedad catalana absolutamente paternalista y más propia de un propietario de finca que de un político más o menos sensato e interesado en la comprensión de la realidad.

En el fondo -continué- el problema de muchos de los políticos españoles es que el proceso político catalán os señala directamente. Sois los principales responsables de los múltiples males que corroen a la sociedad española. Y en gran medida sois los responsables indirectos de la dinamización del proceso por la independencia. En su momento os cargasteis la puerta que entre todos habíamos abierto en 1978 para construir un Estado democrático, plural en términos nacionales, y diverso y respetuoso en términos culturales y lingüísticos.

Sólo veo una razón que explique lo mal que se han llevado las cosas: este tipo de codicia pequeña, de intereses particulares, que ha invadido la política española desde principios de la década de los noventa del siglo pasado. Sí, vuestro interés particular, los de la mayoría de los dirigentes de los grandes partidos españoles, es lo que ha situado al Estado español entre los Estados de derecho europeos de peor calidad. Y es esta misma razón la que os ha impedido ver el sentido y el significado de la revuelta catalana.

Cataluña -te insisto- se ha sublevado contra un Estado deficiente, clientelar, excluyente y autoritario. Un Estado que desde los años noventa hasta ahora ha ido a menos. Que ha fallado en un montón de cosas esenciales. Que en lugar de converger ha ido divergiendo de los países con más calidad institucional.

Es importante que entendáis que es al revés de lo que decís. La sociedad catalana no quiere irse de España porque ha sido manipulada. Quiere irse porque está profundamente insatisfecha. Porque está harta del Estado que tiene. Y porque no es conformista.

La sociedad catalana es una sociedad madura, no es una sociedad blanda y manipulable. Es una sociedad diversa y plural, con opiniones contrapuestas sobre casi todo -demasiado a mi entender- y que cree tener derecho a algo que todo demócrata debería defender: toda sociedad tiene derecho a conseguir un Estado eficiente y a su servicio. Trató de reformar el Estado español desde dentro, por última vez en 2006, con una propuesta de Estatuto que en realidad era un planteamiento reformista de carácter federalizante.

Visto el resultado, los catalanes hemos comprendido que el Estado que tenemos derecho a tener no saldrá de la reforma desde dentro del Estado español -vosotros lo estáis haciendo imposible-. Reformar desde dentro es impensable porque los políticos españoles no lo deseáis. Vosotros lo impedís. Habéis convertido el Estado en vuestro patrimonio. Lo habéis patrimonializado. Lo habéis enrocado en formas propias de los siglos pasados. Lo habéis puesto a la cola de los países europeos en calidad y eficiencia. Lo habéis llevado, comparado con los otros países de la OCDE, al grupo de los peores en casi todo. Por eso hemos dicho basta.

Desde mediados de los 90 estamos estancados en casi todo. Hemos conseguido un grado de deterioro institucional que no podíamos imaginar hace dos décadas. El propio deterioro institucional ha condicionado la intensidad y las consecuencias de la gran recesión vivida desde 2007. El Estado ha sido incapaz, por ejemplo, de promover un cambio del modelo productivo o de apoyar una educación de calidad.

Nada. El Estado español que conocemos no tiene solución porque los políticos digamos estatales no queréis afrontar la renovación que necesita. Vuestro Estado ha quedado obsoleto y no queréis aceptarlo. El deterioro institucional está directamente vinculado a vuestra forma de ejercer el poder. Los partidos políticos mayoritarios habéis ocupado las instituciones estatales. Habéis dado un carácter marcadamente clientelar al conjunto de la acción política. Habéis permitido el desvío de rentas de ciudadanos hacia determinadas empresas en la gestión de concesiones públicas. Habéis promovido una gradual desaparición de los mecanismos compensatorios del ejercicio del poder. Habéis devaluado las leyes, para empezar la propia Constitución que habéis leído a conveniencia. Habéis judicializado la vida política. Habéis permitido que la justicia española destaque por su ineficacia, por su lentitud, por las deficiencias de los juzgados, por el escaso grado de aplicación de las sentencias y por la falta de independencia. Habéis negado la pluralidad nacional que tiene cabida en el Estado. Habéis mantenido sin vergüenza un Estado esencialmente autoritario, excluyente y extractivo. Los partidos habéis colonizado las administraciones públicas, vuestros intereses corporativos han hundido la calidad del aparato estatal.

Si de verdad quieres soluciones y te duele España tanto como dices, deberías empezar por entender que los catalanes nos hemos sublevado contra todas estas cosas. Queremos tener, y tenemos derecho a tener, un Estado como es debido. Capaz de hacer sus funciones reguladoras, capaz de converger con los Estados más avanzados, capaz de desarrollar un marco de normas y medidas favorables al desarrollo de la actividad económica, capaz de promover la innovación, la creatividad y el emprendimiento. Capaz de favorecer la productividad económica, las exportaciones, la innovación, la incorporación de nuevas tecnologías, a la medida de las empresas. Capaz de contribuir a hacer de Cataluña un país eficiente, productivo, justo y abierto al mundo. Queremos un Estado que no cree disfunciones en todos los ámbitos que toca. Que ponga calidad y estabilidad de las normas y las regulaciones. Que sea de todos y no esté permanentemente sesgado a favor de unos pocos en detrimento del la mayoría. Queremos un Estado donde la administración pública cumpla las leyes y las sentencias judiciales. Queremos un Estado que impida el incumplimiento de las sentencias desfavorables por parte de los particulares poderosos. Queremos un Estado que impida los abusos del poder político y del mercado. Queremos un Estado transparente en la toma de decisiones relevantes. Queremos un Estado ligero, sin cargas burocráticas excesivas. Queremos un Estado que no permita la irresponsabilidad y la impunidad por parte de gestores privados.

Y por supuesto, queremos un Estado que gestione democráticamente la identidad de la comunidad. No aceptamos imposiciones, limitaciones, negaciones, distorsiones o complicaciones innecesarias al libre desarrollo de la identidad cultural, lingüística o social, que es tanto como decir el sentimiento de pertenencia de las personas.

Querido amigo, te declaras progresista y colocas a todos los independentistas bajo un epígrafe simplificador llamándonos nacionalistas. Yo te respondo que te equivocas. El problema no es el nacionalismo catalán, el problema son las formas intolerablemente excluyentes que han tenido de ejercer el poder político desde dentro de los aparatos del Estado los nacionalistas españoles.

Vuestro sentido patrimonial del poder ha condicionado nuestro bienestar material y simbólico y nuestra prosperidad. Es de ahí de donde arranca nuestro malestar. Lo que nos impide que hagamos un país más justo, donde los niveles de pobreza bajen y los niveles de igualdad para arriba se incrementen. Es más sencillo de lo que pensáis. Nosotros queremos un Estado moderno, de nuestro tiempo y al servicio de los ciudadanos, y vosotros estáis enrocados en un Estado tradicional y patrimonial.

Y por eso te respondo que, paradójicamente, por mucho que a ti te irrite escucharlo, el movimiento político por la independencia de Cataluña es un movimiento progresista, o por decirlo más exactamente, de progreso. Y por eso te digo, lo que te desborda, se juntan clases medias y trabajadoras.

Mientras reescribía la conversación pensaba que también la habría que hacer con muchos de los que impulsan el futuro Estado catalán independiente. De hecho, las reflexiones con el «progresista» español me sirven para tener claro lo que me gustaría que definiera el carácter del futuro Estado catalán.

No siempre tengo claro que sepamos de cuántas de estas malezas estamos injertados. Un Estado -obviamente- no es una proclama, es una idea puesta en práctica. Es una oportunidad irrepetible. Lo quiero democrático, eficiente en todos sus aspectos, e inequívocamente volcado al servicio público. Y hacerlo como es debido significa pensar con cuidado y detalle, no sólo al por mayor.

EL MÓN