Contra la unilateralidad

Me permito, una vez más, volver a combatir el encanto que tiene la palabra ‘unilateralidad’ para el sector del independentismo que se quiere más radical. Entiendo muy bien lo que se quiere decir cuando se emplea este término para definir lo que se piensa que debería ser una decisión tomada al margen de lo que quiera y permita el Estado español. La expresión nos dice que no hace falta perder el tiempo dialogando y llegando a acuerdos con quienes nunca querrán pactar un referéndum de autodeterminación. Y es así. Pero el problema no es qué se quiere decir, sino qué se entiende que se dice y quién debe entenderlo. Así pues, pongo en consideración la oportunidad o no de mantener este término, ‘unilateralidad’, como expresión de fuerza y ​​como grito de guerra y de confrontación con el adversario.

Y es que desde mi punto de vista, paradójicamente, la insistencia en la necesaria unilateralidad de una estrategia independentista, probablemente sin voluntad ni conciencia, acaba poniendo el acento en el papel de la otra parte, es decir, en contra de quien hay que ser unilateral. Al fin y al cabo, si se exige la unilateralidad es para diferenciarse de quienes podrían no seguir ese camino. Es como afirmar un “nosotros solos”, que sólo tiene sentido en un contexto en el que, guste o no, no se está solo. La mirada unilateralista, por así decirlo, está más pendiente de quien no te deja ser más que de uno mismo.

Asimismo, la exigencia de unilateralidad ensombrece el carácter democrático de la aspiración independentista. Quiero decir que, para bien y para mal, nuestro independentismo es de naturaleza democrática. Y, por tanto, en términos autocentrados –es decir, pensando en, por y desde la nación–, en la medida en que ponemos el futuro de la independencia en manos de todos los catalanes, si de algo no se nos puede acusarse es de unilaterales. Por el contrario, queremos que se expresen todas las partes, en un país donde sabemos que no todo el mundo comparte la aspiración nacional.

Pero si tenemos un término tan preciso como el de ‘autodeterminación’ –que expresa con exactitud que queremos decidir por nosotros mismos–, ¿por qué necesitamos decir que estamos a favor de la unilateralidad? Yo creo que la razón del éxito de la reivindicación de la unilateralidad se explica por la pérdida, a lo largo del otoño de 2017, del control del relato independentista. Desde entonces, es el adversario quien nos hace cambiar la narrativa, porque es quien nos impone la suya. Es el adversario quien, con sus melifluas invitaciones a la concordia, exacerba la idea de unilateralidad, para echárnosla en contra.

Habría que hacer una revisión textual precisa, pero diría que la exigencia de unilateralidad era una expresión inusual en el independentismo de antes de 2017. De hecho, inicialmente se reclamó el “derecho a decidir” –recordemos la creación en 2005 de la Plataforma por el Derecho a Decidir–, y poco a poco derivó en el “derecho a la autodeterminación”. El derecho a decidir no era un concepto jurídicamente sólido, pero era políticamente muy claro: ¿quién puede no querer decidir? Es cierto que yo mismo había escrito que habría preferido utilizar la expresión “deber de decidir”. Pero reconozco que la apelación al derecho más que a un deber era más golosa, más universalmente bien vista, puesto que el deber suponía una conciencia y un compromiso previos.

Lo cierto es que la expresión ‘derecho a decidir’, como después, ya políticamente más maduros, el recurso al término más preciso de ‘autodeterminación’, son plenamente inclusivos: invitan tanto al sí como al no. Sin embargo, ‘unilateralidad’ es un término nacido del adversario para descalificarnos. Lo utiliza para sugerir que la independencia quiere imponerse por la fuerza, sin hablar, sin tener en cuenta la otra parte, que es antidemocrática, como ya decía un manifiesto españolista de 2017. Y ahora mismo, el término ‘unilateralidad’ no sólo es confusionario en relación a los no independentistas, sino que se utiliza para enfrentar las diversas estrategias independentistas.

En cualquier caso, éste sólo es uno de los muchos términos de una narrativa independentista que, a pesar de querer ser radical, o precisamente por serlo, necesita hablar más del enemigo que de nosotros mismos. Pero yo soy de los que piensa que empezamos a dar la vuelta cuando, en lugar de ir en contra al adversario, empezamos a hablar a nuestro favor. Y de quienes piensa que el retroceso actual tiene que ver con un creciente antiespañolismo que no nos hace ninguna falta para saber quiénes somos y qué queremos.

LA REPÚBLICA.CAT

https://www.lrp.cat/opinio/article/2360264-contra-la-unilateralitat.html