Con un par, Félix

Hace un año escogieron a Clara Janés, la poeta y traductora catalana, como miembro de la Real Academia Española (porque español y castellano es lo mismo, claro). De aquel nombramiento destacó la prensa que Janés era la décima mujer académica en los trescientos años de historia de esa Borbó-testosterónica institución. Como hay pocas mujeres y son dignos intelectuales, no podemos calibrar qué efecto tiene el arruinado terciopelo de las poltronas sobre sus cuerpos, pero sí sabemos cómo transforman los tronos los cerebros de algunos académicos machos, acercándolos mucho al nivel reflexivo de sus culos. El último ejemplo de la potencia intelectual del Reino ha sido el «Amigo Félix» (de Azúa) con aquello tan fino de Colau y las pescateras. No hace nada, lo veíamos vestido de Groucho acompañado por Harpo Vargas Llosa en la apolillada ceremonia de aceptación en la cuadrilla del ‘limpia, fija y da esplendor’. Como ritos de paso, el amigo Félix ha tenido que hacer reír a los machos alfa de la jaula. Hacerse digno de la trayectoria de otros chulos como Cela, Pérez-Reverte o el mismo Marqués de Vargas y archiduque de Villa Meona. En muchos países, ser miembro de la Academia es sinónimo de sabio. En la española, de canino.

Es obvio que España vive un proceso de jurassicparkización de las instancias culturales hegemónicas del 78. Es decir, exhiben sus dinosaurios en el circo mediático donde defienden, como aquellos orates de los últimos de filipinas, los poderes que les han dado comida.

Son estos días de putrefacción de lo que se conocía por «progresismo» y que tenía El País como cobijo. Días donde una generación y media de ‘progreso’ las ‘clases acomodadas’ catalanas se encuentran en el umbral del colapso mental. Su «progresismo blando» imprescindible para solidificar la monarquía del 78, es hoy incomprensible y aburrido. Vivieron de una ética de la pedantería y de una estética del servilismo hecha de novelita inocua, hedonismo meapinos y gastronomía de fusión. De un poco de sabor local y toneladas de pachulí cosmopolita. Y mucha, mucha Constitución española. Desde Muñoz Molina a Rosa Regàs, desde Manuel Cruz a Cercas, el mundo era una tibia bañera de espuma del 68 con retrogusto de Chardonnay.

La lucha de décadas contra el pujolismo merecía un mejor premio, pensaron miembros destacados del grupo al ver que el gobierno Maragall no hacía del nacional-cosmopolitismo español la doctrina de la Generalitat. Cabreados, se quitaron el barniz de fatua moderación y salió su verdadera naturaleza: eran ‘pijos’. Clasistas, machistas, ignorantes y con la prepotencia intelectual de quien lo tuvo todo pagado (premios, becas, cargos, cátedras… ) fundaron Ciudadanos y regresaron por fin, a defender su clase y su género. «Más España y más cojones» se les oye decir. «Muera la inteligencia traidora» les responde su eco.

EL MÓN