El viejo oficio de cencerrero continúa vivo en lekunberri con los apezetxea, 3ª generación trabajando la chapa a golpe de martillo
El carnaval rural entró en Navarra con estruendos de cencerros la última semana de enero, cuando los joaldunak de Ituren y Zubieta renovaron su rito de hermandad haciéndolos sonar con el juego rítmico de sus caderas. Los cencerros son un elemento protector, para ahuyentar a los malos espíritus y llamar a la naturaleza, que se repite en la mayoría de las mascaradas, tanto dentro como fuera de Euskal Herria. Los portan los fieros momotxorros de Alsasua, las trangas del carnaval de Bielsa o los mamutones de Cerdeña, por decir algunos. Y es que el carnaval hunde sus raíces en una sociedad ligada a la tierra en la que el ganado era parte fundamental.
Pero los cencerros no forman parte del pasado, siguen siendo un objeto fundamental en la vida pastoril, ya que permiten conocer el movimiento y la situación del ganado. Así, todavía perviven cencerreros, personas que a golpe de martillo, elaboran estos utensilios de forma tradicional. En Navarra quedan tres. Apenas tienen competencia en la zona, ya que hace tiempo que este oficio desapareció en Gipuzkoa y Bizkaia.
En Lekunberri está Cencerros Apezetxea, un negocio familiar que ocupa en la actualidad a tres-cuatro personas, según explica Juanjo Apezetxea, de 42 años. Es la tercera generación en este oficio. Él, al igual que sus cinco hermanos, crecieron viendo trabajar a su padre la chapa, descubriendo poco a poco los secretos de un oficio que no es fácil. Y es que hace falta destreza y habilidad con el martillo. Además, es un proceso laborioso.
Comienza cuando se corta la chapa con la cizalla, siguiendo unas plantillas. Después a golpe de martillo en el yunque, se le da forma y se unen las tres piezas de las que consta: el cuerpo, el asa y el interior, sobre el que se colocará el badajo.
Finalizada la primera fase, cada pieza se envuelve con viruta de latón, que le dará el color característico y después se cubre de arcilla. Una vez seca, se introduce en el horno, a 1.260º durante 35-40 minutos, en función del tamaño. «Cuando se saca del horno, se le da vueltas en el suelo para que se extienda bien el latón y coja temple antes de meterlo en agua para que se enfríe», explica Juanjo Apezetxea. El siguiente paso es romper el molde y pulir la pieza.
REFINAR Otro momento decisivo en la elaboración del cencerro es darle el tono en busca del sonido perfecto, antes de colocarle el badajo . No en vano, el lema de Cencerros Apezetxea es «60 años a vuestro servicio dando el mejor sonido a cada uno de nuestros modelos». Una a una, cada pieza es comprobada, variando la caja de resonancia con golpes en la boca de la pieza. Se debe realizar con precisión, con una serie de golpes en lugares estratégicos para que suene más grave o más agudo. «Normalmente salen agudos y se rebaja el tono con martillazos. La gente quiere un sonido alargado para que se oiga en el monte», apunta Juanjo Apezetxea.
Los cencerros de Lekunberri se pueden oír por toda la zona norte, desde Galicia a Aragón. También exportan a Francia e Italia. Pero el negocio tampoco es ajeno a la crisis. «Estos últimos 4 o 5 años la crisis se ha notado mucho. Antes la gente te venía pero ahora hay que ir a buscar clientes», apunta . «A pesar de que el precio de la chapa y el latón ha subido, llevamos cinco años manteniendo los precios», añade.
CUATRO MODELOS Cencerros Apezetxea fabrica cuatro modelos: kalaskas, redondos, dumbas normales que son para oveja y dumbas zampantzar para carnavales, con casi un centenar de variedades. Los que más venden son los tres primeros, aunque hay algunos caprichosos que ponen dumbas zanpantzar a su ganado, una pieza más laboriosa y por tanto más cara. «Tiene un sonido mas goxo», apunta Juanjo. Los precios oscilan entre seis euros el más barato, para perros de caza, y 267 euros, los de zanpantzar.
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