Cayetana Álvarez de Toledo es un poco como Alfonso García Valdecasas, un ideólogo falangista de orígenes republicanos que decía que la Falange no era fascista porque el fascismo no era español. Hija de un marqués que luchó en la Resistencia francesa, es heredera de esta elite monárquica que se creía inglesa en tiempo de Franco y que ahora utiliza la demonización de Catalunya para darse un pedigrí democrático.
Aunque no se nacionalizó española hasta el 2008, por vía paterna es descendiente del segundo duque de Alba, hombre de Fernando el Católico y el emperador Carlos V. Entre sus ancestros también hay un virrey que fue ennoblecido por Felipe V y del cual ha heredado el marquesado de Casafuerte. Por vía materna, su familia viene de un conquistador que fundó la ciudad argentina de Córdoba. Su marido, Joaquín Güell, es un pez gordo de la banca española venido a menos por su estrecha relación con Rato.
Establecido en Madrid, el cónyuge de Alvárez de Toledo es descendiente del famoso mecenas de Gaudí, Eusebi Güell, y de aquel alcalde de Barcelona que escribió en el Journal d’un exilé catalan: «Companys cometió muchos errores en su vida, pero los catalanes no olvidaremos nunca su muerte.» En los archivos del The Times recuerdo haber encontrado una pieza que reproducía una conversación entre este Güell y el general Primo de Rivera.
– ¡Hablar catalán es mi manera de ser español! -decía el conde, después de haber financiado el golpe de estado al general.
– El catalán sólo lleva al separatismo -respondía inflexible el marqués de Estella.
Educada en Gran Bretaña y en la Argentina de la dictadura, Álvarez de Toledo se estableció en España entrados los años 90, después de doctorarse en Oxford con una tesis sobre un virrey anterior al fundador de su marquesado. Su árbol genealógico explica por qué el pasado español tiene interpretaciones tan diferentes según si se mira desde el punto de vista de la aristocracia cortesana que configuró el imperio o desde el punto de vista de la Catalunya comercial que perdió en 1714, hizo la revolución industrial e impulsó la democracia.
Álvarez de Toledo nació en 1974 en Madrid por accidente y tiene una historia familiar y un discurso político que me recuerda un pasaje del volumen de Josep Pla El que hem menjat [Lo que hemos comido]. Hablando de la dificultad de ligar la mayonesa, el escritor deja caer que es un error mezclar por interés dinástico dos pueblos que no quieren vivir juntos. Como para dejar claro que también habla por él, añade que el problema de España viene del hecho de que los castellanos se enriquecieron con el dinero que sacaron de la persecución de los judíos.
Visto al modo de Pla, se entiende mejor que ni el marquesado ni la educación en escuelas de elite hayan sido impedimento para que haga de portavoz de un colectivo llamado Libres e Iguales. Responsable del área de internacional de la FAES, Álvarez de Toledo se ha pasado la vida buscando una causa que la ponga a la altura de su padre, que combatió contra los nazis. A la búsqueda de esta épica, cambió la carrera académica en Oxford por el periodismo y, más tarde, el periodismo por la política, cuando Ángel Acebes la fichó como jefe de gabinete.
Inteligente, individualista, y despótica, Álvarez de Toledo habría hecho carrera en el PP con los mismos defectos y algunas virtudes menos. Se afilió en 2006, cuando Rajoy explotaba el anticatalanismo para sobrevivir. Llegó a posicionarse bien, pero pronto constató que no hay ninguna diferencia entre Rajoy y el mundo nacionalista catalán, más allá del barniz de dignidad que, por defecto, da el poder. Esta decepción la llevó a extremar el tono de sus críticas, hasta que, marginada, renunció a ir a las listas electorales.
Protegida por Aznar, Alvárez de Tolelo propugna una democracia española militante, al estilo alemán, en la que los catalanes paguen los platos rotos de la guerra civil y del franquismo y, en definitiva, de la historia. Como no entiende que el imperio hispánico dominado por Castilla se construyó encabalgado sobre un imperio catalán preexistente, tampoco entiende que era más épico luchar por la libertad en 1714, o incluso en 1940, cuando su padre cogió el camino difícil, que intentarlo ahora en una Europa pervertida por una Guerra Fría que ganaron las elites franquistas.
Persiguiendo una épica que se le escapa, Álvarez de Toledo asistió al juicio del 9-N por encargo de Aznar o de la Corona. Como les pasa a muchos españoles, en el fondo no comprende que un movimiento dirigido por políticos tan pequeños pueda tener tanta extensión y profundidad. Cuanto más la enerve esta contradicción, más tratará a los independentistas de xenófobos y antidemocráticos. Bien edulcorada, la unidad de España es ideal para justificar una lucha quijotesca que la haga merecedora del marquesado de Casafuerte y del honor de ser hija de su padre.
Si conociera a un catalán normal quizás encontraría una manera de salir del entramado humano que mantiene su espíritu rebelde y su sed de gloria en una jaula dorada. Álvarez de Toledo es una de las defensoras más firmes de la suspensión de la autonomía de Catalunya. Si entendiera por qué Rajoy ha ganado la partida a todos los idiotas que se han creído que eran más inteligentes y más sofisticados que él, también vería hasta qué punto la autonomía es la mentira piadosa que permite que pueda creerse su papel de Juana de Arco de la regeneración y la democracia.
Igual que los catalanes exquisitos que enloquecían con Pujol sin entender que eran parte del combustible necesario para que Catalunya siguiera apestando a col hervida, Álvarez de Toledo cada día está más cerca del espíritu de los alemanes de 1940 y más lejos del espíritu de la Resistencia francesa. Me sabría mal que acabara usada como Rosa Díez. Si le tuviera un poco de confianza, un día le preguntaría, casi susurrando, después de unos cuantos gin-tonics:
– ¿Cayetana, no sientes la fuerza espiritual del Canigó? Recuerda Jerusalén. Sí, aquella bandera con la cruz roja de San Jorge.
Entonces quizás caería del caballo y se daría cuenta de que el sentido de la grandeza y la autenticidad que está buscando desde que desembarcó en España no se encuentra donde ella querría que se encontrara para que todo fuera tan sencillo como en las películas de la Segunda Guerra Mundial y los cuentos de hadas.