Catalanoparlantes con distintivo en la ropa

Hace sólo unos días, a raíz de la nueva ola catalanofóbica que se ha desatado en los Países Catalanes, especialmente en el País Valenciano y en las Islas con la llegada de la ultraderecha al poder (PP-Vox), ha habido algunos colectivos que han adoptado medidas para apaciguar su efecto sobre la lengua. Es muy loable que la gente se rebele contra el fascismo. Sobre todo ante la indolencia con la que los partidos políticos que se definen como demócratas afrontan las agresiones a los catalanohablantes. Pero, desengañémonos, un mal feo no se cura con paños calientes.

Como sabemos, uno de los sectores en los que más se está notando la ola fascista contra la lengua catalana es el sanitario. No hay semana sin que los medios de comunicación se hagan eco de un nuevo caso de agresión lingüística en un CAP o en un hospital por parte de médicos que se niegan a atender a los enfermos que les hablan en catalán. Es decir, nos estamos refiriendo a ambulatorios y hospitales que violan los derechos humanos sin que las direcciones respectivas y los gobiernos ‘autonómicos’ hagan absolutamente nada. Quizás se dirá que es lógico que en el País Valenciano y en las Islas no hagan nada, dado que estos gobiernos son el brazo político de los agresores. Y es cierto. Pero este no es el caso de Cataluña y, sin embargo, ocurre exactamente lo mismo sin que haya ninguna acción ejecutiva por parte de la Generalitat. Ya he escrito en otras ocasiones que el hecho de que la defensa de la lengua catalana dependa de una ONG (la Plataforma por la Lengua) nos dice hasta qué punto llega la inutilidad del gover catalán en esta materia.

Estamos solos, amigos. Completamente solos. Y aún lo están más el País Valenciano y las Islas. Por eso, unos trescientos sanitarios de las Islas Baleares se han unido para crear el colectivo ‘Sanitarios por la Lengua’ en defensa de los derechos lingüísticos de los pacientes a ser atendidos en catalán. Es un colectivo, formado por médicos, enfermeras, técnicos, auxiliares, celadores y administrativos, que ha hecho pública una iniciativa consistente en llevar un distintivo verde con las cuatro barras colgado en la ropa para que los pacientes busquen los sanitarios que lo lleven sabiendo que, en ese caso, podrán hablar catalán sin miedo. Es una medida imaginativa y la intención que la mueve es de agradecer. Pero me parece que ha nacido más fruto de un arrebato que de una reflexión, porque basta con pensar unos segundos, no muchos, para ver que es una medida suicida.

Puesto que de imaginación se trata, ¿por qué no tratamos de imaginar en qué lugar del mundo la gente que habla la lengua propia del país lleva un distintivo en la ropa? Se podría entender que los sanitarios que sepan japonés, pongamos por caso, llevaran un distintivo informativo, como elemento complementario de su trabajo. Tales como aquellas tiendas que antiguamente colgaban un rótulo en el escaparate que decía “English Spoken” o “Ici on parle français”. Pero anunciar que hablas la lengua propia del país es degradante, es una plasmación del carácter residual de esa lengua, del pintoresquismo de saberla, de la futilidad de hablarla y, lo que es peor, de lo absurdo de aprenderla.

Mirémonoslo con ojos foráneos. ¿Qué capacidad de persuasión tiene una lengua, de cara a los recién llegados, si estos tienen suficiente con detectar su marginalidad viendo el distintivo? El distintivo, lejos de seducir, actúa como elemento disuasorio a la hora de dar el paso para aprender la lengua. Pongámonos en el lugar del médico partidario de la ley del mínimo esfuerzo: «¿Por qué tengo que esforzarme en aprender catalán, si nada me lo exige? Si alguien me habla en catalán, le diré: ‘¿No ve que no llevo el distintivo?’”». Sin embargo, el mensaje subliminar del distintivo no se detiene aquí. También se dirige a los catalanes diciéndoles dos cosas: una, que no hablen en catalán si no ven el distintivo”, y dos, que el derecho de ser atendidos en catalán no tiene ningún valor, por lo que hay sólo algunos sanitarios que voluntariamente lo hacen. Es el mismo mensaje que transmiten los bancos u organismos que tienen una ventanilla especial para las personas mayores poco familiarizadas con el mundo tecnológico. Una ventanilla que, por razones biológicas, espera que deje de tener sentido en pocos años.

Pero el mensaje más perverso que el distintivo dirige a los catalanes es el de la autoinferiorización. Los hace dóciles, sumisos, apocados, indolentes, pusilánimes. Les hace sentir que son una especie a extinguir, como una reserva india, a los que, benévolamente, se les asignan funcionarios ‘especiales’. Los regímenes dictatoriales, clasistas o racistas, tienden a señalar a los colectivos díscolos que se apartan de la “normalidad” impuesta. Así lo hacía la Alemania nazi con los judíos, obligados éstos a llevar un distintivo que les identificaba como «diferentes» y que les mostraba como una carga social conflictiva. Y, mira por dónde, así es como España percibe al pueblo catalán, como un pueblo conflictivo por el simple hecho de querer ser quien es y no quien España quiere que sea.

Habría que reflexionar sobre estas cuestiones, porque existe el firme propósito de aniquilar definitivamente la lengua catalana –la lengua es la prueba irrebatible de que España y los Países Catalanes son civilizaciones completamente diferentes–, y el lingüicidio irá a más. ¡A mucho más! Por eso, ante esta situación límite, la idea de señalarnos a nosotros mismos como seres anómalos mediante un distintivo en la ropa, es un gravísimo error de consecuencias letales. Sin darnos cuenta, con la mejor intención, con la intención de apaciguar la discriminación lingüística institucionalizada que sufrimos, caemos en la trampa de mostrarnos como una rareza cuando resulta que es todo lo contrario. La persona rara, la persona anómala, es aquella que habiendo decidido libremente vivir en un país determinado se niega a hablar la lengua propia de ese país. Ésta sí que es una actitud reprobable que se sirve de los poderes de un Estado colonizador para imponer su ideología supremacista.

El colectivo ‘Sanitarios por la Lengua’ dice cosas muy sensatas, como que “el sanitario debe poder atender al paciente en su lengua cuando habla en una de las dos lenguas oficiales”, o “que el paciente se exprese en el su propio idioma es beneficioso para una buena diagnosis”, o “que el paciente catalanoparlante tiene todo el derecho de ser atendido en catalán, al igual que todo otro ciudadano europeo en la lengua propia en su lugar de nacimiento”, o que la expresión de cualquier dolencia debe poder ser hecha en la lengua con la que se vive, siente y piensa”. Es lógico y justo, porque estamos hablando de derechos humanos. Por tanto, sería mucho más efectivo que el colectivo sanitario se plantara contra esta violación de los derechos humanos, que es también una violación del juramento hipocrático. No se entendería que con toda razón dieran jaque a las direcciones hospitalarias, a las consejerías y a los gobiernos con huelgas por razones de sueldo y que no las hicieran por razón de derechos humanos. Los distintivos en la ropa, lejos de ser una solución, son un reconocimiento de la propia inferioridad y de la excepcionalidad que supone hablar en tu tierra la lengua de esa tierra.

EL MÓN