¿Alguien le puede escribir un discurso inteligente al rey de los españoles?

Escucho las palabras de Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia en el Parlamento Europeo, con esa dicción convincente y la postura inteligente que caracteriza la casa de Borbón, me aclara todas las dudas sobre la complejidad de la diversidad humana.

Mohammed es nacido en Ceuta, Ceuta es una ciudad españolísima llena de rusos y Mohammed no puede ser nunca un africano, es claramente europeo, los rusos que están en el puerto de Ceuta con sus barcos de guerra no son europeos, ¿o quizás sí?

Claudio es nacido en la Patagonia, tiene una abuela italiana y el abuelo inglés y por lo tanto es europeo, hasta que los británicos hagan un referéndum y salgan de Europa, quién sabe si entonces será central porque un bisabuelo era de Asturias y por lo tanto ¿podrá ser europeo otra vez o no? Pero si es también argentino ¿no será americano? ¡No! ¡Es europeo!

Juan es andorrano, ha nacido en Europa, pero como no es español, no será europeo, pero ha hecho un matrimonio de conveniencia con una francesa y ahora resulta que es europeo sin ser español.

El Papa Francisco es argentino, pero ahora tiene también un pasaporte vaticano, que parece ser un Estado que está en Europa, pero parece que el Papa no está muy interesado y dice que él tiene relaciones muy altas y es lo que quiere, hace lo que quiere y no pide permiso a nadie, que por eso es Papa y Rey.

Yo soy catalán con pasaporte español, pero resulta que estoy casado con una catalana que no tiene pasaporte español, lo tiene italiano que curioso, con lo que yo tengo también pasaporte italiano vía matrimonial, por lo tanto tengo dos pasaportes europeos ¿o no? Puedo cambiar dos pasaportes europeos por uno alemán? El alemán también es europeo ¡pero mola mucho más!

Por suerte el rey de los españoles lo tiene claro «Soy europeo porque soy español» un aplauso para Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, también conocido como Felipe VI, del que sabemos que su padre nació en Roma y la madre en Psykhikó cerca de Atenas, por tanto podríamos deducir que el nuevo propietario de los Palacios Reales en Madrid quizá tiene algunas dificultades identitarias, ¡calla tonto! El heredero de la Casa Borbón es el único que lo tiene claro, él es todo y todos vosotros no sois nadie. De momento.

GEOPOLITICA.CAT

http://www.geopolitica.cat/algu-li-pot-escriure-un-discurs-intel%C2%B7ligent-al-rei-dels-espanyols/

 

 

ARA

El déficit de verdad real

ANTONI BASSAS

Los discursos reales no desbordan nunca las líneas que trazan los gobiernos de turno, lo que les acaba quitando cualquier presunción de interés, porque el rey no suena nunca a árbitro imprevisible sino aparte. La deriva batió todos los records cuando su antecesor afirmó que «no se obligó a nadie a hablar en castellano». Este miércoles, en Estrasburgo, Felipe VI ha dicho que «España se siente orgullosa de su diversidad». No dudo de que el rey se sienta así, pero lo que es la ley, seguro que no. Un ejemplo entre mil posibles: en el Parlamento Europeo un eurodiputado no puede hablar en catalán. Ni en el Congreso. ¿De qué orgullo habla? Un discurso real puede sonar vacío, pero, como mínimo, se debe conciliar siempre con la verdad. Porque, además, no es cuestión de orgullo, sino de derecho y de poder.

 

 

VILAWEB

Cuanto más corto nos aten, más peligro tendrán

Por: Pere Cardús Cardellach

Jueves 08/10/2015 02:00

«Porque habrá un día en que no podremos más y entonces… lo podremos todo

Estellés

Decía Aristóteles que el peor efecto de las leyes malas es que contribuyen a formar hombres, peores que estas leyes, encargados de ejecutarlas. Si no pensaba en Rajoy y en toda la pandilla de gobernantes y magistrados españoles encargados de obedecer y hacer cumplir la constitución, poco le debía faltar. De buena fe, algunos habíamos llegado a pensar que España había dedicado los últimos cuarenta años a construir una democracia y nos hemos dado cuenta que los ha dedicados a construir un Estado. Ya hace algunos años que nos hemos dado cuenta de ello. Pero la constatación más grande de todas ha llegado cuando se ha producido este hecho tan escalofriante: han encausado y juzgarán a un presidente por haber puesto urnas con el propósito de que los ciudadanos expresaran una opinión.

Abocados como estamos en el mano a mano diario, puede que no nos hayamos dado cuenta de cuán grave es este encausamiento del presidente Mas, Irene Rigau y Joana Ortega. Y quizá por este frenesí que acompaña el proceso no hemos hecho el ejercicio de contar qué políticos han expresado un rechazo enérgico al procesamiento judicial y cuáles han callado vergonzosamente. Lo digo con la contundencia que lo pienso: no creo que ninguno de los que han callado pueda ser considerado demócrata. Porque ser demócrata es defender los valores del voto, de la palabra y del ejercicio de la libre decisión siempre, aunque un hecho concreto vaya contra tus objetivos, deseos o esperanzas.

Con la tristeza de descubrir que en nuestro paisaje político hay menos demócratas de los que pensábamos, debemos decidir cómo seguimos avanzando. Y para ello hay que ser conscientes de la jugada del adversario. Y la jugada es doble: por un lado, la promesa de una España diferente; por otro, la asfixia calculada, premeditada y sistemática. Proyección de una esperanza de cambio y esfuerzo constante de aniquilación. Zanahoria y palo. Un clásico. ¿No era Cánovas del Castillo, promotor de la constitución española de 1876, quien dijo que sólo había dos maneras de gobernar a los pueblos: por la fuerza o por la farsa? Por desgracia, ha tenido buenos seguidores.

Nosotros hemos decidido, sin embargo, hacer caso del consejo del griego Anaxágoras que dice: «Si me engañas una vez, la culpa es tuya; y si me engañas dos veces, la culpa es mía». Hemos decidido no volver a caer en la trampa de la política y la historia españolas. Bueno, tal vez hay un 11% de los que votaron el 27-S que aún no han leído a Anaxágoras. Pero pronto lo leerán.

Y nosotros ¿qué debemos hacer a partir de ahora? Lo primero, salir de este compás de espera que ha abierto el resultado del 27-S. No tengo ninguna duda de que unos y otros encontrarán la mejor manera de salir del mismo, como ya han hecho con todos los escollos que hemos encontrado por el camino. Una muestra de esta capacidad de salir adelante ha sido el silencio que han impuesto todos juntos desde el viernes. Escucharemos con atención la propuesta que haga esta noche la CUP. Seguiremos con esperanza los pasos que tome Juntos por el Sí.

Una vez superada la situación actual, los pasos siguientes serán decisivos para el avance a buen ritmo de todo lo que vendrá. No nos cansamos de repetir que esto que vendría después del 27-S sería más duro que todo lo que ya habíamos pasado. El encausamiento de Mas con voluntad de inhabilitación es un primer ejemplo. Y el anuncio de suspensiones cautelares por el Tribunal Constitucional de algunas leyes y decretos de fuerte carácter social es un aviso de que no podemos pasar por alto. El Estado español despliega todos los tentáculos que tiene para detener lo que algunos creemos que es inevitable.

No creo que los frene nada. Pero hay algo que los cerebros de la estrategia española también deberían calcular. Si en la represión de la voluntad de libertad de los catalanes hacen demasiado esfuerzo, pueden hacer añicos su estrategia de zanahoria y palo. Aprovechando que mañana es el Nueve de Octubre y que el País Valenciano avanza decidido, bastaría con escuchar la voz del poeta de Burjassot: ‘Porque habrá un día que no podremos más y entonces lo podremos todo’. O, si lo quieren hacer más pasable y les da pereza el leer, pueden escuchar una canción que ya es himno y avisa: ‘Cuanto más corto nos aten, más peligro tendrán.’

@Pere Cardús (perecardus), periodista

 

 

EDITORIAL AFERS-VILAWEB

Vicent Flor: ‘Ofrecer nuevas glorias a un Estado que te trata mal, es masoquismo’»,

por Andreu Barnils

Vicent Flor (Valencia, 1971) es un joven sociólogo y ensayista. Este año ha publicado el ensayo ‘Sociedad Anónima. Los valencianos, el dinero y la política’ (Editorial Afers). Hace un retrato demoledor de los efectos de la crisis en el País Valenciano y aborda el mal financiamiento de las instituciones valencianas. También apunta, de refilón, los efectos que tendría la independencia de Cataluña sobre el país. El libro no está pensado para convencidos, sino para gente por convencer. De hecho, Flor militó en Unió Valenciana, el partido ‘blavero’, cuando era joven, porque lo había mamado en casa. Desde entonces ha ido evolucionando políticamente hasta el nacionalismo. ‘Sociedad Anónima’ es su segundo libro. El primero, ‘Nuevas glorias a España, anticatalanismo e identidad valenciana’ (Editorial Afers) analizaba el blaverisme en Valencia. A la ultraderecha no le gustó. El señor Flor atiende a VilaWeb telefónicamente, desde Valencia.

 

-Su libro retrata crudamente los efectos de la crisis en el País Valenciano. Por ejemplo, ha habido empresarios que han vendido la fábrica para poder hacer más dinero con el terreno. Espectacular.

-A eso se llama «pan para hoy -mucho pan para algunos- y hambre para mañana». Una parte de la clase dirigente valenciana ha pensado que los beneficios se doblaban en dos años y que serían para siempre. Decían que no hacer estas inversiones era ser idiota. Ladrillo y turismo es un modelo de dependencia. Propia de países en vías de desarrollo. Simplificando, convierte a los valencianos en los camareros y albañiles de los europeos. Y ahora lo pagamos.

 

-Otra: por primera vez en la historia, en el año 2013, los excedentes empresariales han superado las rentas del trabajo.

-Eso implica que la desigualdad en Valencia crece. A la clase dirigente valenciana le ha ido muy bien estos últimos años, pero a la mayoría de valencianos, no. Hablamos de un 33% de pobres. Un millón y medio de personas. No a todos les ha ido igual de bien, no. La reducción de rentas del trabajo es un fenómeno que no se da sólo en el País Valenciano, sino en todo el estado, pero en el País Valenciano es especialmente significativo.

 

-Dice: «Las empresas del Ibex 35 han tenido 25.000 millones de beneficio. Y, a la vez, han echado a 120.000 trabajadores».

-Estos son los datos que no circulan mucho por determinados medios de comunicación. Son escandalosos. En general en el Estado español la desigualdad de renta ha crecido. Es uno de los estados donde más ha crecido. Es un escándalo que en un contexto de crisis las empresas del Ibex 35 vayan tan bien, y eso hace entender la alianza política entre el PP y los dirigentes del Ibex 35. Una alianza que tiene consecuencias en el País Valenciano pero también en Cataluña, con el proceso independentista, donde defienden sus intereses.

 

-En el País Valenciano «somos más pobres porque nos sobran casas».

-Parece paradójico. Pero compara, por ejemplo, el País Valenciano y Navarra. En Navarra, donde hay mucha más riqueza, hay menos posesión de casas, y menos casas vacías. En el País Valenciano tenemos muchas casas y un gran endeudamiento. Y el endeudamiento en casas es no productivo. Genera una deuda que no se ha destinado al nivel educativo, que luego puede dar rendimientos. Somos una sociedad con muchas segundas residencias. Y eso, paradójicamente, nos ha empobrecido.

 

-País Valenciano y Navarra. ¿Por qué esta comparativa?

-Por dos cuestiones. Navarra y el País Valenciano tienen un elemento común. Una minoría importante de su población ha luchado contra el nacionalismo vasco y catalán, respectivamente. Utilizándolos. Y digo que el españolismo en Navarra, sin querer justificarlo, tiene una cierta base económica. En Navarra viven muy bien. Tienen un nivel de bienestar muy avanzado. En cambio en el País Valenciano… quienes defienden ‘ofrecer nuevas glorias a España’, como dice el himno oficial, que se lo hagan mirar. Las cifras dicen que España nos trata muy mal. Me encantaría equivocarme, pero los datos oficiales muestran la evidencia. El gobierno foral de Navarra triplica prácticamente la inversión por habitante a la del País Valenciano. Esto debería llevar a algún tipo de reflexión en la sociedad valenciana. Encuentro yo.

 

-A uno de fuera le explicas que los catalanes pagan más porque son más ricos y aún compraría la idea. Pero es que los valencianos pagan más… ¡y son más pobres!

-Es la demostración de que es falso que España sea una nación solidaria. Se presenta como tal, pero es falso. Recomiendo a los ciudadanos de Cataluña que utilicen el caso valenciano para demostrar que esto es falso. Un país como el valenciano, que se ha empobrecido, y que ahora está por debajo, en el 90%, de la renta media española, ¡recibe una financiación inferior a la media! Y nos castigan con los peajes. Germà Bel, en su libro, dice que es muy parecido a una extracción colonial de rentas. Lo dice literalmente. Y yo estoy de acuerdo. Esto que pasa en el País Valenciano es lo que hacían los países colonialistas: expoliar a los pobres. Al País Valenciano se le expolia, o se le trata mal, un país que desgraciadamente es pobre.

 

-Varufakis también habló de colonia. No es habitual.

-Yo digo que se parece a la extracción colonial de rentas. No hay un proceso militar directamente, pero en el aspecto económico sí que se parece a los procesos coloniales. Lo que es impresentable, porque teóricamente los ciudadanos valencianos son iguales que los del resto del Estado. Y esto no es así.

 

-La pregunta sale en el libro: ¿ha sido beneficioso continuar ofreciendo ‘nuevas glorias a España’?

-Ofrecer nuevas glorias a España es un mal negocio. Ofrecer nuevas glorias a un Estado que te trata mal, en psicología tiene un término: masoquismo. Y políticamente parece, en el mejor de los casos, poco inteligente.

 

-En su libro he aprendido que el conde duque de Olivares dijo que a los valencianos «tenémosles por más muelles» [más débiles].

-Eso dijo, sí. Es la idea histórica de que Cataluña ha plantado más cara al centro y el País Valenciano no tanta. No es verdad que no se haya plantado cara. Ahora, también es cierto que no es un proceso mayoritario y hegemónico como lo es en el Principado. Pero estamos aquí. Y en el libro, yo no lo niego, tiene esa pretensión: explicar a los valencianos la realidad objetiva de los datos y que ellos saquen conclusiones. Yo ya las he sacado: es mal negocio.

 

-También he aprendido que el empresario valenciano Vicente Boluda, expresidente del Real Madrid de fútbol, dijo que quería pacto fiscal.

-Como la Generalitat está endeudada hasta el cuello, la clase dirigente valenciana ya no tiene la parte de lo que le correspondía. Y ahora son más conscientes de la nefasta situación fiscal. Bienvenidos sean. Pero no pasemos por alto que han sido colaboradores necesarios de este modelo. El, como dirigente de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE), publicó un libro en 2007 llamado «La gran ocasión», donde explicaba que Valencia era prácticamente un territorio perfecto. Un paraíso, según las citas del presidente Camps que utilizan. No es verdad. Antes de la crisis el País Valenciano perdía renta y competitividad. Y ellos, como dirigentes empresariales, lo sabían. Son datos públicos.

 

-Es curioso que gente así ahora reclame Pacto Fiscal.

-Sí, es curioso. Y también es curioso que digan eso, y luego digan que la solución sea Ciudadanos. Paradójico, porque Ciudadanos ha dicho que del pacto fiscal no hay nada que hablar. Una paradoja o contradicción más de la clase dirigente valenciana. Ahora, a mí me gustaría que fuesen en esa dirección. Serían bienvenidos y se establecería un diálogo con ellos. Pero permítame que sea escéptico, atendiendome a su trayectoria.

 

-José Vicente González, de la patronal Cierval, dijo que estaba harto, de ofrecer ‘nuevas glorias a España’.

-Probablemente este es otro caso. Es un industrial, él, y sí que ha sido consciente de las limitaciones del modelo. Las declaraciones en las que denigraba el anticatalanismo y se manifestaba contrario a la idea de ofrecer ‘nuevas glorias a España’, eran esperanzadoras. Pero soy cauteloso. Prefiero ver hechos y no quedarme con las declaraciones

 

-¿Cómo puede afectar a los valencianos el proceso catalán hacia la independencia?

-Yo valoro muy positivamente el proceso independentista por una cuestión básica: creo que los pueblos tienen el derecho de decidir su futuro. Y punto. Y en el libro digo que parece obvio que, en caso de una hipotética independencia de Cataluña, como valencianos, deberíamos reflexionar en qué situación quedaremos. Yo creo que, probablemente, estaríamos aún peor tratados dentro del Estado español. Creo que habría una vuelta neocentralista aún más fuerte. Y se podría ver en el terreno cultural, económico y político. ¿Cómo reaccionarían los valencianos si esto fuera así? Es una incógnita. Pero esto es una reflexión. Y evidentemente que el respeto a la libre voluntad de los catalanes lo mantengo. Faltaría más.

 

-Fuimos perdiendo la libertad a trozos: País Valenciano, Cataluña, y las Islas. Trescientos años después, quizás la recuperaremos también en trozos, y no de golpe.

-Puede ser. Soy muy reacio a hablar de futuro, porque no hay nada escrito. Es posible. A mí me gustaría que la sociedad civil valenciana fuera consciente de que el Estado en el que nos ha tocado vivir no nos trata bien. Y por lo tanto es lógico pensar en una modificación o en una ruptura. Frente a la idea de algunos de que el Estado es una creación de Dios inamovible, una ciudadanía democrática considera que un Estado es una estructura política que debe estar al servicio del bienestar de los ciudadanos. Y si el Estado no está al servicio del bienestar de los valencianos habrá que preguntarse si es útil.

 

-¿Cómo Valora el nuevo gobierno valenciano?

-Es pronto, no tienen un camino fácil y no me gustaría estar en su piel. La caja vacía, un endeudamiento brutal y un montón de demandas desatendidas por el PP. La situación no es fácil. De entrada hay indicios esperanzadores. El cambio de cultura política. Más abierta, más transparente y más honesta. Esto no es poco. Iniciativas de muy buena traza: escolarización infantil gratuita de 0 a 3 años o la recuperación de los derechos sanitarios para los inmigrantes, que era una cuestión de justicia. El gobierno tiene tres meses. Ahora es pronto. Más adelante veremos si han conseguido los objetivos.

Andreu Barnils

Vilaweb (8-X-2015)

 

 

CONVENIO-CONCIERTO

El baile y el concierto,

de Enric Juliana en La Vanguardia

el 8 octubre, 2015

OPINIÓN

Valencianos y andaluces abren el debate sobre el cupo vasco-navarro; Bilbao y Pamplona no callarán

Otras cosas que pasan. La Brigada Aranzadi se pone a bailar, siguiendo los pasos de Miquel Iceta, indiscutible triunfador mediático de la campaña electoral catalana. Simpática escena de Soraya Sáenz de Santamaría, que ha conseguido un buen spot. Ese tipo de mensajes pueden parecer muy banales, y así lo perciben muchas personas formadas en la primera modernidad, cuando todo iba “muy en serio”, pero forman parte de la nueva normalidad.

La banalidad es el sujetador de las actuales democracias. Contiene, canaliza y desvía las periódicas aproximaciones al drama. El socialista Iceta, un tipo intuitivo, triunfó en la campaña catalana porque su simpático bailoteo invitaba a desdramatizar una situación demasiado estresante para mucha gente. Aquella frase de André Gide que tanto le gustaba repetir a Josep Pla: “Lo más profundo que posee el hombre es su piel”.

La vicepresidenta baila porque el Partido Popular se ha propuesto ganar las elecciones generales con la ayuda de la televisión, después de cuatro años de acuartelamiento administrativo. La Brigada Aranzadi se dispone a bailar como si fuera un regimiento de húsares de la Viena imperial. Operación Simpatía.

La derecha española salió traumatizada de las elecciones municipales y autonómicas del mes de mayo, en las que recibió un bastonazo tremendo y perdió muchas más posiciones de las que creía en peligro. Con notable habilidad, la nueva izquierda había conseguido capitalizar el súbito interés de los canales de televisión por el debate político, como consecuencia de la crisis económica. Los mejores polemistas televisivos eran los jóvenes partisanos de Podemos, enfrentados a una tropa conservadora, entre pintoresca y agresiva, que disgusta al público joven. En las elecciones de mayo, el PP constató, con pavor, que la gente menor de 45 años les está abandonando, tentados mayormente por Ciudadanos. Los recientes resultados de Catalunya confirman totalmente esa apreciación. El renovado círculo marianista, con Pablo Casado, Javier Maroto y Andrea Levy en primera línea mediática, intenta romper el aura de un PP envejecido, inmovilista y antipático, con cápsulas de Twitter y simpatías televisadas. Los pasos de danza de Soraya son la respuesta a los dardos de José María Aznar. Quedan ochenta días de baile.

Otras cosas que pasan. La presidenta de Andalucía, Susana Díaz, acaba de abrir en Madrid, con mucha intención, el debate sobre la equidad del concierto vasco y el convenio navarro.

Latente desde hace mucho tiempo, esta discusión difícilmente podía mantenerse encapsulada, ante la firmeza y gravedad de la protesta catalana. En honor a la verdad, ha sido el nuevo gobierno valenciano de izquierdas el que ha roto el silencio, al situar en el centro de su programa la disconformidad con el actual reparto del esfuerzo fiscal. Valencia viene a decir lo mismo que Catalunya desde el autonomismo. Y Baleares, reconciliada con el idioma catalán, se expresará en los mismos términos, con lo que ya tenemos todo el arco mediterráneo inflamado.

Díaz, lista, señala a vascos y navarros para fortificar la posición andaluza. En Bilbao y Pamplona no se van a quedar callados. Ellos también hablarán claro.

El baile se anima.

 

 

Concierto vasco, el cascabel del gato

de Javier Caraballo en El Confidencial

el 8 octubre, 2015

OPINIÓN

Era un tema tabú. Quizá lo sigue siendo todavía. Sencillamente, no aparece en el debate. Ni se podía discutir siquiera. ¿Qué piensa del cupo económico vasco y navarro? “Ese tema no toca”, suelen responder con la pose repelente que utilizan algunos dirigentes políticos para mutilar los problemas y restringir la conversación solo a los asuntos que les son cómodos. Por eso, en estos días, cuando algunos dirigentes del PSOE, con más torpeza que acierto, han sugerido la necesidad de revisar los privilegios de financiación del País Vasco y Navarra, los presidentes de las dos comunidades han saltado como un resorte; que nadie remueva ese avispero. “Promoveremos un frente común” en defensa del concierto navarro, ha anunciado la presidenta Uxue Barkos: “Navarra va a defenderlo con voz propia, rotunda y contundente”. En el mismo sentido, el ‘lehendakari’ vasco, Íñigo Urkullu, se ha cruzado de brazos: “Cualquier modificación unilateral del concierto económico es una línea roja que no podemos permitir que se traspase. Y asistimos a una campaña institucional y política que pretende cuestionarlo”. ¿Ven? Ni cuestionarlo.

Como en tantas ocasiones, la reacción contraria que se suscita es directamente proporcional a la importancia del asunto que se quiere ocultar. Se niega que el concierto sea un privilegio, pero el anuncio encendido de un “frente común”, esas “líneas rojas” que se pintan en el debate para que no se vuelva a hablar del asunto, lo único que desvelan es que se trata, en efecto, de un privilegio que no se quiere perder. La forma en que se quiere ahogar toda discusión, cegar de raíz la polémica, es la mejor demostración de que esa, y no otra, es la piedra angular del debate reformador que debe abordarse en España, con la financiación de las autonomías como primer paso. El propio ‘lehendakari’ Urkullu, quizá sin darse cuenta, lo deslizó ayer en su discurso: “El concierto económico es la clave de bóveda del autogobierno vasco”. Y, ciertamente, es así.

Desde que se instauró, los conciertos vasco y navarro solo han tenido un sentido político: intentar aplacar con dinero las desavenencias de esas dos regiones. Con los altibajos de la historia, la realidad es que desde el final del carlismo se instauró esa lógica en España, como un tributo que había que asumir como un riesgo menor. En cada época histórica, desde entonces, hay matices distintos, supresiones y restauraciones de los derechos forales, pero es posible establecer una línea continua. Lo que sucedió con la llegada de la democracia es que se entendió que los privilegios de financiación del País Vasco y de Navarra eran necesarios para intentar apaciguar la terrible y sangrienta amenaza de ETA; lo conveniente era dotar a las dos autonomías de un sistema económico especial, el concierto vasco y el navarro. Un privilegio económico ‘indiscutible’ en el debate político que ha permitido al País Vasco y a Navarra una mejor financiación, y un mayor desarrollo de los servicios públicos, en comparación con el resto de comunidades autónomas. Y como se trataba de evitar un mal mayor, por la amenaza de la banda terrorista, todo el mundo lo aceptaba así. Tema tabú. No se habla.

¿Por qué, entonces, se remueve ahora ese avispero? Por la confluencia de tres factores esenciales: la derrota de la banda terrorista etarra, la amenaza independentista de Cataluña y los recortes impuestos por la crisis económica en el sistema general. La confluencia de esos tres elementos ha provocado que salten las costuras del modelo de financiación vigente en todo este tiempo en la España de las autonomías, y que se ha mantenido pese a las críticas periódicas de unos y otros. Los conciertos vasco y navarro han sido durante todo este tiempo una anomalía en el sistema de financiación de España, una distorsión consentida. Y ahora que, por las circunstancias mencionadas, se plantea la necesidad de establecer un nuevo modelo, más estable, más igualitario, estalla la contradicción de que se ha consolidado la idea de que de ese tema no se discute pero, al mismo tiempo, se tiene la evidencia de que nada sólido ni viable se puede construir sobre una anomalía.

Pero ¿quién le pone el cascabel al gato vasco y navarro? Hasta ahora, solo UPyD y Ciudadanos se habían mostrado abiertamente en contra del concierto vasco y del navarro, pero la controversia no ha estallado hasta que se han pronunciado algunos barones regionales del PSOE. Ocurre, sin embargo, que la empanada ideológica en la que está instalado el PSOE cada vez que aterriza sobre el modelo territorial de España impide que ninguna de sus propuestas sea, al menos, inteligible. Con más torpeza que eficacia, han agitado el avispero sin saber muy bien a dónde quieren ir. Entre contradicciones, rectificaciones y matizaciones, a lo máximo que han llegado la presidenta andaluza, Susana Díaz, y el presidente de Valencia, Ximo Puig, es a decir que el concierto económico se tiene que “modular”. ¿Y eso qué quiere decir? ¿Piensa lo mismo Pedro Sánchez o en el fondo se trata de un nuevo frente interno para removerle la silla de secretario general? Si al PSOE, que cada vez que se ha pronunciado sobre el Estado autonómico ha sido por un interés electoral, se le une el silencio espeso del Partido Popular y del Gobierno de Rajoy, para no complicarse con nuevos frentes, se podrá aventurar ya que lo único que acabará imponiéndose de nuevo es el tabú del riesgo menor. Como en el último siglo y medio.

Sostiene Urkullu que lo que no se puede entender es “este ataque deliberado a un sistema histórico, pactado, legal, solidario y eficaz, que solo redunda en beneficio de la ciudadanía”. Interesante reflexión. En España es curiosa la consideración que se otorga a leyes e instituciones con el paso del tiempo. Al mismo tiempo, el paso de los años puede revestir a una ley o a una institución de un carácter histórico, algo que debe preservarse, y, en sentido contrario, esos mismos años convierten algo en vetusto, anacrónico, algo que debe reformarse. ¿Se dan cuenta? Por ese absurdo, nos encontramos ahora con que la Constitución española, con menos de medio siglo, ya se ve desfasada y, sin embargo, los derechos forales del País Vasco y de Navarra, que se remontan a la tercera guerra carlista, de finales del XIX, se consideran intocables. Como para entenderse y confiar en un gran acuerdo.

 

 

El camino de Damasco de Putin,

de Andréi Kolésnikov en La Vanguardia

el 8 octubre, 2015

OPINIÓN

Cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, habló ante la Asamblea General de la ONU el 28 de septiembre, sabía que captaría la atención del mundo y eclipsaría al presidente Obama con su llamamiento a crear un frente unido en la lucha contra el Estado Islámico. Pero Putin se estaba dirigiendo a los rusos también, plenamente consciente de la necesidad de distraerlos de las aflicciones económicas cada vez más evidentes de su país.

El año pasado, la distracción era la anexión de Crimea, seguida del apoyo a los separatistas prorusos en el este de Ucrania. El reciente envío por parte de Rusia de aviones, misiles y unos miles de tropas a Siria es un sustituto patriotero de aquel proyecto Novorossiya fallido. Los críticos de Putin ven su aventura siria como una apelación más a la nostalgia rusa por el pasado soviético: la URSS era poderosa –y Putin sostiene que Rusia puede tener, y efectivamente tiene, el mismo poder–.

Pero ¿con qué objetivo? Poner en una posición desfavorable a EE.UU. y a Occidente puede ser una buena táctica a corto plazo, pero no parece haber una visión a largo plazo de los intereses que el poder ruso supuestamente debe atender, más allá de preservar el poder de las élites.

En los primeros años de este siglo, la combinación de precios del petróleo elevados y crecimiento económico atenuó el apetito de las elites por el pensamiento estratégico y les permitió ignorar el subsiguiente deterioro de la atención médica, la educación y las reformas en el campo de la asistencia social. El régimen y la población hoy consideran que la situación actual es más o menos normal –una “crisis que no es una crisis”–. Como la percepción moldea la realidad, todo es normal, no hay nada para hacer y Putin puede disfrutar de una tasa de aprobación de más del 80%.

Para Putin, restablecer la dignidad de Rusia es lo mismo que resucitar su “condición de gran potencia” luego del colapso de la URSS y su derrota humillante a manos de Occidente en la guerra fría. Ejercer el poder externamente al parecer compensa el hecho de que la dignidad en el interior del país dista de haberse restaurado: el ciudadano ruso de hoy sigue indefenso ante sus jefes, las compañías de servicios públicos, los tribunales y la policía –y, aun así, sigue estando orgulloso de su nación y de su líder–.

Además, quienes no pueden valerse por sí mismos naturalmente recurren al Estado en busca de ayuda –y es poco probable que muerdan la mano de quien les da de comer–. Lo que los occidentales denuncian como abusos de los derechos humanos es algo que probablemente el ruso medio elogie como políticas para liberar al país de las prácticas “extranjeras” y proteger a la mayoría de la minoría “subversiva”. La hostilidad del régimen hacia los homosexuales y las lesbianas puede ofender a Occidente, pero toca una fibra empática entre la mayoría de los rusos.

Como esos mismos rusos consideran la guerra en Ucrania como algo defensivo y justo, la guerra se torna justificada; las oscuras páginas de la historia se reescriben, y el lenguaje hostil se vuelve la norma.La consecuencia es un país dividido entre leales y desleales, patriotas y antipatriotas –es decir, entre aquellos que siguen la línea del partido y aquellos que se niegan a hacerlo–. Si las encuestas son precisas, los leales y obedientes son una clara mayoría –al menos hasta el momento–. Esto explica el respaldo a los separatistas en la región Donbas del este de Ucrania y la intervención de Putin en Siria. Si EE.UU. no acepta esta realidad, simplemente prueba que EE.UU. insiste en la hegemonía, ya sea en Europa, a través de la OTAN, o en Oriente Medio.

Esta lógica está apuntalada por la reinterpretación egoísta que hace Putin de la historia, que justifica la guerra de Invierno de 1939 contra Finlandia, el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939 y la invasión soviética a Afganistán en 1979. La Fiscalía se ha venido ocupando, incluso, de un análisis retrospectivo absurdo de la decisión de 1954 de transferir a Crimea de la jurisdicción de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia a la de la República Socialista Soviética de Ucrania.

¿Adónde conducirá todo esto? Como en la era soviética, los gobernantes de hoy se equiparan al Estado. El Estado así se reduce al círculo íntimo del líder y al escalón superior de las élites financieras y políticas, que tienen su poder asegurado porque los ciudadanos comunes han sido engañados para creer en una forma no crítica y extrema de nacionalismo.

Los opositores acosados por Putin pueden predecir, sin equivocarse, un largo periodo de estancamiento político, económico e intelectual –hasta las elecciones parlamentarias del próximo año y las elecciones presidenciales dos años después–. El estancamiento probablemente se prolongue también al próximo ciclo político. Pero no puede durar para siempre: en algún punto, la supervivencia del régimen exigirá ofrecerle algo al pueblo además de nacionalismo y nostalgia. El interrogante es si Putin, que hoy profundiza la participación de Rusia en otra aventura militar extranjera, lo entiende de la misma manera.

Andréi Kolésnikov, presidente del Programa de Instituciones Políticas y de Política Doméstica, Centro Carnegie, Moscú

©Project Syndicate, 2015

 

 

Con una voz en Madrid,

de Francesc-Marc Álvaro en La Vanguardia

el 8 octubre, 2015

OPINIÓN

Todavía no lo han decidido pero no pueden tardar. Los dirigentes de CDC y los de ERC tendrán que decir pronto si quieren repetir o no la experiencia de Junts pel Sí a las elecciones españolas del 20 de diciembre. La respuesta oficial que ahora dan es que están demasiado ajetreados para pensar en ello, debido a las negociaciones con la CUP para sacar adelante la investidura, la gobernabilidad y la hoja de ruta. Por lo que sé, hay opiniones diversas. En ERC, hay un poco de todo: unos quieren repetir la coalición, otros prefieren ir por separado, y unos terceros especulan con la posibilidad de imitar a la CUP y no tomar parte en estos comicios. Mientras, en CDC, domina la idea de exportar al Congreso y al Senado la filosofía y la práctica que ha inspirado Junts pel Sí.

Barcelona es, después de Madrid, la provincia que envía más diputados al Congreso español. En total, Catalunya envía 47, sin contar a los senadores. ¿Puede el soberanismo –con independencia del resultado alcanzado el 27-S– prescindir de este instrumento? Estoy seguro de que no. Aunque la actitud de los dos grandes partidos españoles es hoy totalmente contraria a pactar un referéndum al estilo escocés, el soberanismo no se puede ausentar de un terreno de juego institucional donde –según todas las previsiones– habrá una mayor fragmentación y, por lo tanto, un nuevo mapa de mayorías y minorías. No es que me haga ilusiones. No espero cambios inmediatos de mentalidad sobre Catalunya, pero el soberanismo debe defender los intereses de la sociedad catalana en Madrid, tanto si la desconexión avanza con rapidez como si lo hace con lentitud. Mientras no exista un Estado catalán independiente, nuestra política también se hace allí. Recuerden a Joan Fuster: toda política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros. Lo que ha cambiado respecto del paradigma autonomista es el objetivo y la actitud, pero no la importancia de estar donde todavía controlan el grifo.

Si el soberanismo central de Junts pel Sí consiguiera un número de diputados importante, este hecho tendría por sí solo una fuerza innegable de cara al Estado español y también ante la opinión pública internacional. En las generales del 2011, CiU obtuvo 16 diputados y ERC consiguió 3. ¿A qué resultado podría aspirar Junts pel Sí en un contexto de fuerte rechazo al PP en Catalunya y de caída continuada del PSC? Considerando que Unió se presentará en solitario y que la CUP tiene por principio no concurrir a las españolas, ¿cuál sería el posible radio de acción de una coalición como la que ha ganado en las catalanas? Además de independientes y de socialistas y democristianos soberanizados, una lista de Junts pel Sí al Congreso podría explorar –sería inteligente hacerlo– una apertura a sectores de ICV descontentos y a entornos a medio camino de ERC y la CUP.

¿Les parece una mezcla demasiado indigesta? No tanto. Hay un precedente histórico importante. La candidatura de la Solidaritat Catalana, que triunfó en 1907 en 41 de 44 distritos y que significó la irrupción del catalanismo político en las Cortes españolas, reunía de todo: regionalistas, carlistas, monárquicos autonomistas, republicanos de varias ramas, federales e independientes. Bajo el mismo paraguas, estaba la derecha y la izquierda. Gente tan diferente como Cambó y Macià fueron juntos. Por cierto, la media de edad de los solidarios era de 33-34 años, muy joven para la política de aquella época, dato que pone en evidencia la ola de cambio que representó aquel movimiento.

Hago de abogado del diablo. Los resultados de las catalanas no tienen por qué trasladarse automáticamente a las españolas. Por ejemplo, no sería extraño que Podemos tuviera un resultado mucho mejor en Catalunya que el de la lista de Rabell, de la misma manera que es imaginable que el voto socialista recupere posiciones. Con todo, una candidatura de Junts pel Sí con un cabeza de cartel potente tendría un grande atractivo para el elector independentista, y evitaría la sensación de retorno al pasado que comportaría ver a CDC y ERC compitiendo para hacer un papel parecido en Madrid mientras aquí van de la mano. Todo el mundo sabía que la apuesta del 27-S contenía dos tiradas.

Nada será fácil en los próximos meses. Mantener la unidad del campo soberanista en varios frentes no es un asunto anecdótico. La reconfiguración del mapa español de partidos impactará sobre el proceso, no sabemos cómo. Solidaritat Catalana no duró mucho, desgraciadamente. Salvando todas las enormes distancias, iría bien no repetir ciertos errores. El profesor Jordi Casassas Ymbert acaba de publicar un libro –La nació dels catalans (Editorial Afers)– que da claves muy lúcidas para comprender el papel del nacionalismo catalán y su interacción con una sociedad que abraza la modernidad a la vez que se afirma en la diferencia. “Desde el último cuarto del siglo XIX –apunta Casassas–, el catalanismo ha tenido una presencia y una repercusión pública y política que sobrepasa con mucho su potencial estricto. Es evidente que, por su naturaleza, el catalanismo se alimenta también de la fuerza magnificadora que le confieren sus enemigos y contradictores”.

Si dudan, piensen que lo que menos quieren los poderes del Estado es que haya 30 o más diputados catalanes que hablen en Madrid con una sola voz.

 

 

PAGINA 12

Presente

Por Noé Jitrik

Creo entender que a Macedonio Fernández le preocupaba lo que podemos denominar “angustia del presente”. Lo manifestó claramente en ese breve relato titulado “Cirugía psíquica de extirpación”. Cósimo Schmitz, el herrero, disconforme con su pasado, que no le depara ninguna promesa de interés para el presente, se somete a una operación para sustituirlo por otro más apasionante; correlativamente, pierde el sentido, o el sentimiento, del futuro. Perdido el pasado, liquidado el futuro, vive en un presente absoluto que, desde luego, no logra comprender. ¿Cómo lo comprendería si no hay empresa capaz de asirlo, si se escapa apenas está, si el instante desaparece apenas aparece?

Angustia, por cierto, que tenemos todos: el presente se esfuma, es muy rara su índole, tanto que se podría afirmar, tanto temporal como sentimentalmente, que no existe, porque “ya no está” y no hay forma de aprisionarlo. Lo que no quiere decir que mientras creemos o sentimos que está no ocurran cosas que se fijan en un lugar que se conoce como “memoria”. Pensamos, entonces, que lo que existe es, en realidad, el pasado al que en ese instante fugaz evocamos como lo seguro, lo que está y nos está esperando para avisarnos que no todo se nos había escapado. Así, pues, si el presente es motivo de angustia el pasado es de confirmación. De aquí que el tiempo verbal más usado, presente de indicativo, decir por ejemplo “soy”, cuando en verdad “fui” hace un instante, tenga menos solidez afectiva que el pasado perfecto, al que nos aferramos para confirmar que existimos, somos porque somos un depósito de imágenes y sombras que nos confieren identidad, somos porque recordamos que somos.

Es claro que los seres humanos, únicos que pueden sentir esa angustia, tratan de paliarla mediante concesiones intelectuales a esa evanescencia que han dado lugar a arduas construcciones. Consideran que cierta cantidad de instantes que se desvanecen configuran una cadena a la que designan como segundo, minuto, hora, día, semana, año, década, siglo, milenio y de ahí historia, una entidad medible, amenazada por “prehistoria”, una entidad temporal inconmensurable que nos indica que existe el tiempo, desde un siempre que nos esforzamos en comprender o al menos comprender su comienzo, envueltos en su duración. Del mismo modo que sentimos el dramático final de la duración en la instancia de la despedida tras la cual la separación hace de cierre: es cuando entra en escena pero como remate la funesta palabra “adiós” que clausura el ilusorio presente de un estado.

Como consecuencia de ese modo de aprisionar al tiempo para comprenderlo, se afirma que “ahora” es algo que tiene consistencia, que está sucediendo, no importa que esté socavado por un “ya fue”. Pero como también “ahora” es insuficiente, en ciertos lugares se condensa en “ahorita” y, tampoco satisfactorio, en un “ahoritita”, diminutivo casi atómico, nanoinstante, que da idea de una desesperación.

De este modo, o pensando así, puede decirse que eso que se designa como presente es solo una manera de decir respecto de un flujo acotado, definido de entrada como para ser comprendido y aceptado. Así, un día es un día y se espera el siguiente que se cree que será presente mientras que el que ya no está, rotulado como “el de ayer”, habrá perdido el nombre de presente y sólo será objeto de rememoración: “no hay nada más viejo que el diario de ayer” proclaman algunos sabios con una certeza absoluta. Sin embargo, nos parece real el hecho que de esta noción fugitiva se desprendan entidades que no se evaden y que, al ocupar nuestro pensamiento, nos hacen creer que comprendemos; por ejemplo la idea de lo “actual”, que no se mide por unidades precisas, no estrictamente hablando del instante ni del día ni de la semana, sino que supone un conjunto operante que “no se va” o que dura lo que dura, que puede ser descrito y calificado, y cuyos efectos sobre la afectividad, el pensamiento, la interpretación, la conexión con lo real, parecen indubitables; al ser comprendidos y compartidos generan una comunidad, un acuerdo de bases aparentemente sólidas.

Esa expresión, lo actual, no deja de tener consecuencias. Ante todo, define una inserción o inscripción en un universo de valores que surgirían del instante en el que se vive y cuya ignorancia sería condenable: quien no se identifica con lo actual es anacrónico, pasado de moda si se trata de opiniones o de atuendos.

Pero, por otra parte, contrasta con la noción de “época”, que es más amplia y está investida, “espíritu de época” se dice, como si lo que se piensa y siente en un momento y lugar, y lo que ha ocurrido ahí, apreciado en su significación, pudiera ser calificado y reconocido como diferente a lo que se pensó y sintió en otro momento y lugar, o sea a otro espíritu de época. Época, entonces, como entidad témporoespacial cuya invocación, “en esa época”, permite apreciar fenómenos o comportamientos o productos que no se reconocen en la época en la que se está invocando.

Estas derivas de la noción de “presente” son previsibles y harto manejadas, vivimos con ellas y hasta cierto punto, el punto de un cese o un repliegue, nos convierten, fugazmente, en conocedores y reductores de la angustia básica y permanente.

De ella tenemos que seguir hablando pues no nos abandona, el modo en que el “presente” está “presente” no termina de ser comprendido por más que se lo acote y, precariamente, se lo defina o se exija que lo que está confinado en ese acotamiento sea aceptado como presente, validado como tal y aceptado en un “como sí” tan fuerte como se lo afirme.

Debe haber muchas maneras de sentir o pensar que se está capturando el presente; está, entre otras, la desiderativa: cuando se hace presente alguien o algo que uno esperaba y puede exclamar ¡por fin! Instante luminoso, no se puede negar, impresiona, en el sentido de que marca y, luminosamente también, detiene la rueda del tiempo. Es un ejemplo pero me atrevo a conjeturar que hay otras instancias en que eso, detener el tiempo y conferirle densidad al instante es posible; me atrevo a decir que hay tres que me parecen privilegiadas: el amor, la escritura y la otredad. Audaz propuesta que quedará en eso puesto que, contradiciendo numerosas creaciones de ciencia ficción, la imaginación humana no ha llegado, ni, creo, llegará, a inventar máquinas para que el amor, la escritura o la otredad suspendan el devenir, detengan el instante y hagan del presente algo tan consistente como lo es el pasado. A menos que se crea que la fotografía lo logra o el congelamiento de una imagen dinámica apretando un botón lo consiga. De modo que no queda otra cosa que tratar de explicar lo que esta afirmación implica porque, sea como fuere, algo implica. Así, lo que se puede entender por amor en algún punto se vincula con la perturbadora frase que acuñó Freud acerca del orgasmo: “pequeña muerte”. Verdadera y profunda, sin duda: nada hay tan presente como la muerte, así sea la breve de la descarga. Pero la idea del amor no termina ahí ni realmente pensé en eso cuando pensé en relacionarla con el presente; más bien, se trata de intensidad, de espera, de fusión probable y deseada: cuando se siente todo eso el presente se detiene. Pero tampoco es sólo eso: creo que se comprende sin necesidad de entrar en inventarios, suspensión, expectativa, temblor, el tiempo detenido, el instante recogido y el sentido tembloroso y vacilante pero asible, sin compromisos con el futuro, sin ataduras con el pasado.

La escritura es muchas cosas, no sólo la punta del lápiz sobre el papel en blanco aunque también lo sea y privilegiadamente: escribir, como un acto concreto retiene al tiempo o, tal vez, mejor, lo hace olvidar; quien escribe traza y mira y lo demás, los ruidos del transcurso, desaparece y eso, verdad de una experiencia o falsedad de una creencia, detiene al tiempo así sea porque lo demás se desvanece. Pero es algo más, es todo trabajo que implica un enfrentamiento entre un productor y su tarea y comprende, por lo tanto, a innumerables oficios, para qué enumerarlos, sólo es suficiente señalar el instante en el que se trazará un signo de cualquier índole y que en ésa y por esa acción quedará fijado. La firma que rubrica un trabajo es como un círculo que ilumina el instante y lo llena de sentido.

Y lo que llamo “otros” es la voz que se escucha, el cuerpo que se registra y se desea, la comunidad que se establece, la solidaridad que se convierte en ética, la compasión y la amistad, la admiración y el aprendizaje, el recuerdo de los muertos y el grito de “presente” que los trae al instante, la vida de la sociedad y la paz que sobreviene a ese distanciamiento que se conoce como la guerra, la palpitación de la especie, y el salirse de sí y del temor a la muerte. El vasto campo, en suma, de la otredad que hace del instante un instante privilegiado, lo más parecido que se puede concebir como presente, esa flor que se marchita apenas nace.

 

 

La ingratitud de los pueblos

Por Lluís Foix

La ingratitud de los pueblos

Se podría atribuir a De Gaulle, a Churchill o a Nixon. Cualquiera de ellos pudo haber dicho al abandonar inesperadamente el poder que la virtud de los grandes pueblos es la ingratitud. Fue Goethe quien dijo en sus conversaciones con Eckermann que “cuando alguien hace algo por amor al mundo ya se encargará el mundo que no lo haga por segunda vez”.

La crisis de los refugiados en Alemania ha situado a Angela Merkel en los niveles más bajos de los sondeos desde su reelección en septiembre del 2013. Ha hecho una pequeña remodelación del Gobierno para gestionar la llegada de cientos de miles de sirios que huyen de la persecución, el hambre y la guerra. Mientras en muchos estados de la Unión se regatean las cifras de refugiados, Merkel ha ofrecido hasta 800.000 entradas para este año.

El precio que está pagando es alto. Pero en política hay momentos en los que los principios deberían pasar por encima de las tácticas a medio plazo y jugarse el cargo si es preciso. Merkel sigue gozando de popularidad pero en ciudades como Dresde y otras capitales de la antigua República Democrática Alemana los movimientos xenófobos como Pegida (Europeos Patrióticos contra la islamización de Occidente) se manifiestan por millares semanalmente desde hace más de un año.

Merkel se la juega en una cuestión que considera prioritaria y que tiene un componente ético considerable. Su mismo partido le pone dificultades y le pide que disminuya su solidaridad con los refugiados sirios. El tema es complejo y tiene grandes repercusiones políticas y sociales. Pero Europa debería mostrar su cara más humana y no dejar a la intemperie a tantos miles de personas que cruzan fronteras, alambradas y muros en el sur y en el oriente.

Bismarck ganó tres guerras al frente de Prusia, llegó victorioso a París y en Versalles proclamó la unificación de Alemania. Puso en marcha un programa de reformas sociales, algunas de las cuales todavía perduran, pero fue destituido por el káiser Guillermo, que lo despreció y lo quiso enviar al olvido.

Helmut Kohl sufrió también la ingratitud de los suyos tras más de 17 años como canciller alemán y tras haber promovido la segunda unificación tras el derribo del muro de Berlín. Bismarck y Kohl pueden ser discutidos pero hay que reconocer que supieron tomar decisiones difíciles sin tener en cuenta sus consecuencias electorales. A Merkel le podría ocurrir algo parecido en la cuestión de los refugiados. Merece un respeto al margen de lo que decidan los alemanes de hoy.

De Gaulle se fue en 1969 en medio de la ingratitud de los franceses. Pero su figura es una referencia al igual que Churchill lo es para los británicos. No importa tanto la permanencia en el poder como el trabajo bien hecho. Tarradellas hizo lo que debía en muy poco tiempo.

Publicado en La Vanguardia el 8 de octubre de 2015

 

 

REBELION

Cronopiando

Cuando el juego se hace adulto

Koldo Campos sagaseta

El juego es una de las actividades que, desde niños, más nos ayuda a entender la necesidad de establecer y respetar normas. De hecho, todo juego colectivo, la mayoría de los juegos lo son, perdería su esencia, su sentido, si no estuviera sujeto a reglas y si los jugadores no las respetáramos.

Así sean juegos de mesa o de calle, no importa que sean conocidos o los improvisemos, para dar inicio al juego el primer paso consiste en establecer y aceptar las reglas por las que debe regirse. Obviamente, esas reglas tienen que ser las mismas para todos. Nadie aceptaría jugando al parchís que uno de los jugadores, dependiendo de lo que le convenga, cuente de más o de menos, o que pretenda tirar dos veces el dado en atención, por ejemplo, a que es el dueño del tablero.

El fútbol, uno de los deportes en los que más pesa el factor colectivo, también está sujeto a reglas. Cuando niños, antes de dar inicio al partido en la calle o en la escuela, los dos jugadores más cotizados se encargaban, tras escrupuloso sorteo, de ir eligiendo alternativamente a los componentes de los dos equipos hasta que en igualdad de condiciones comenzaba a rodar la pelota. Como niños exigíamos que el juego dispusiera de normas, y hasta en nuestro modesto partido de fútbol, a pesar de no disponer de árbitro que decidiera qué era y no era falta, discusiones al margen, el juego transcurría sujeto al respeto que debíamos a esas reglas establecidas y que buscaban la mayor equidad posible. Nadie habría consentido que una de las porterías fuera más grande que la otra o que un equipo contara con más jugadores que el rival. Si alguien hubiera pretendido entonces jugar al fútbol al margen de unas reglas de común y obligado cumplimiento, no habría habido juego.

Curiosamente, lo que como niños nos resultaba inaceptable, lo que como niños nunca permitíamos, como adultos, más tarde, hemos ido olvidando o disculpando, y ya no sólo en relación al juego.

¿Se imaginan, por ejemplo, que el equipo palestino en un mundial de fútbol le marcara un gol inobjetable a Israel y el gol no subiera al marcador porque un hipotético Consejo de Seguridad del Arbitraje lo vetara? ¿Imaginan que en cada partido, anexo al campo, tuviéramos sentados a los 5 representantes del Consejo de Seguridad del Arbitraje con derecho a vetar cualquier arbitral resolución según su conveniencia? Ningún niño aceptaría jugar un partido en esas condiciones.

De más está recordar cuantos millones de adultos ciudadanos en absoluto cuestionan que el organismo que en las Naciones Unidas se ocupa de mantener “la paz y la seguridad de los países” compuesto por cinco naciones permanentes: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, China y Rusia, pueda usar el veto en contra, incluso, del sentir general de la humanidad. No hay más que repasar las últimas votaciones de ese organismo con respecto al bloqueo a Cuba. En patética demostración de hasta qué punto derecho y justicia se han hecho adultas, Estados Unidos, Israel y las islas Marshall pesan más que el resto de las naciones del planeta.

¿Alguien concebiría que en un partido de fútbol una decisión arbitral quedara sin castigo? ¿Es posible imaginar un partido en el que el árbitro le sacara la tarjeta roja a un jugador y éste, haciendo caso omiso de la decisión arbitral, siguiera jugando como si nada y hasta reiterando las faltas por las que fue expulsado? Ningún niño aceptaría, dado el caso, que el partido pudiera continuar mientras no saliera del terreno de juego el sancionado. Tampoco hace falta recordar cuántos Estados han preferido mirar para otro lado ante el centenar de resoluciones y condenas que Israel acumula en su larga trayectoria al margen de la ley y el derecho.

¿Es admisible figurarse un partido de fútbol en el que un equipo, a diferencia de los demás, no esté sujeto a ser penalizado por el árbitro? ¿Es imaginable suponer que en un mundial, los jugadores de los Estados Unidos gozaran del privilegio de no ser sancionados con tarjetas amarillas o rojas no importa cuantas piernas y cabezas rompieran? Ningún niño toleraría semejante desacato. Sin embargo, eso que llaman comunidad internacional acepta que ningún militar estadounidense pueda ser presentado por crímenes de guerra ante una Corte Penal Internacional que sí puede juzgar a serbios, africanos o jugadores de equipos del Tercer Mundo, pero no de los Estados Unidos.

Tampoco es comprensible para la lógica de un niño que el entrenador del equipo contrario sancione o elimine a su rival porque supone que sus jugadores se aprestan a dar patadas, o que disponen de un masivo arsenal de artimañas para causar estragos antideportivos en los jugadores contrarios. En primer lugar porque ese entrenador no tendría autoridad para hacerlo, y en segundo lugar porque mientras no se produjera la falta no cabría la sanción. Resultaría inadmisible que en un mundial de fútbol, un árbitro castigara a un equipo con un penalti “preventivo” o le señalara faltas de “rutina”, como los bombardeos que Estados Unidos ejecuta en no pocos países y cuyos presidentes califican de “rutinarios”.

La dialéctica adulta sí concibe tales dislates. Por ello es que sobre Iraq, Afganistán y otros países ocupados, sometidos a guerras preventivas, se llevan a cabo bombardeos de rutina o se invaden pretextando armas inexistentes. Por ello es que resultan más peligrosas las armas nucleares que Irán no tiene que los arsenales nucleares de los que Israel dispone.

Impensable sería que en un mundial de fútbol fuese el entrenador de un equipo el que, por propia decisión, se ocupara de realizar los exámenes antidoping a los jugadores de los equipos contrarios, extendiendo certificaciones según su parecer, y hasta sancionando a conveniencia supuestos positivos.

Pero otra vez semejante desatino traspasa las fronteras del juego para hacerse mayor. Así es que Estados Unidos, el país que más drogas consume y demanda, y en donde, al parecer, nunca ha existido un solo cártel del narcotráfico, se atribuye el derecho de homologar qué países cumplen sus disposiciones al respecto y cuáles, Panamá por ejemplo, pueden ser bombardeados e invadidos. El que en plena era de Ronald Reagan y Oliver North, Estados Unidos traficara con cocaína y con armas, a espaldas de su propio Congreso, para asfixiar la revolución popular sandinista, todavía espera su imposible sanción.

Figurarse que en un mundial de fútbol ciertas selecciones que ganado su derecho a participar no puedan hacerlo por no haber la Federación Internacional validado su propia acreditación, también parecería inconcebible. En el peor de los casos, esa federación ya habría sido destituida por inoperante, por inepta o por ambas razones. Se le habría acusado de atentar contra el espíritu olímpico y habría sido disuelta de inmediato. Lo que en el juego parece evidente en la vida no lo es. Países como Palestina o la República Árabe Saharaui tienen largas decenas de años esperando el permiso para saltar al campo y las Naciones Unidas todavía les sigue reclamando más tiempo y más paciencia.

Y ello para no hablar de la posibilidad de que ciertos equipos fueran bloqueados, confinados dentro de su área, impedidos de salir de ella, de elegir sus propios capitanes, de poder hacer cambios; o de que se autorizara para algunos jugadores la sanción de la bolsa en la cabeza o la picana; o de que pudieran desaparecerse jugadores contrarios o disparar impunemente contra los aficionados que desde las gradas animen a equipos catalogados como “ejes del mal”.

El fútbol es, sin duda, un buen escenario para entender hasta qué punto la vida carece de normas, de reglas básicas. Frente a aquella indignación infantil que no habría tolerado el irrespeto, se impone la madura indiferencia de quienes aceptan que podamos jugar con normas pero vivir sin ellas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

 

 

EL MON

La implosión del café para todos

«La presidenta andaluza tiene miedo de una hipotética limitación del déficit fiscal catalán/valenciano/balear y ya ha vuelto los ojos hacia la excepción vasco-navarra, que en caso de cambios podría complementar el superávit andaluz»

por Salvador Cot

7 de Octubre 2015

El principal bloqueo del régimen español pasa por el reparto de los recursos entre el Estado y las diversas comunidades autónomas. En este ámbito, el Estado ha utilizado el dinero como herramienta principal de intervención política, como juego de contrapesos para conseguir equilibrio de un sistema político muy débil y con una legitimidad de origen más que dudosa. Esquematizando mucho, el centro ha sobrefinanciado la España meridional e interior a partir del drenaje de recursos de la fachada mediterránea.

Este engranaje ha permitido fijar el bipartidismo español, clientelizando Andalucía desde el PSOE y dejando las diversas Castillas sindicadas y en manos del PP. Cada renovación del sistema de financiación ponía en competencia a ambos partidos, en beneficio del que tuviera el gobierno de Madrid a su favor.

De esto escapaban el País Vasco y Navarra, con un pacto propio, y Cataluña, que tenía que buscar los recursos por la vía del pájaro en mano, complementando obligatoriamente las mayorías alternativas de PSOE y PP. Así el sistema quedaba fijado y bloqueado en favor de los gestores del régimen del 78.

Pero ahora hay nervios. La presidenta andaluza tiene miedo de una hipotética limitación del déficit fiscal catalán/valenciano/balear y ya ha vuelto los ojos hacia la excepción vasco-navarra, que en caso de cambios podría complementar el superávit andaluz. La sola mención de esto ha hecho que el lehendakari Urkullu haya hablado de «línea roja», lo mismo que ha dicho la navarra Uxue Barkos.

La paradoja es que un reparto diferente de los recursos derrocaría el edificio político del café para todos, pero  la continuidad del statu quo también acabará expulsando a los catalanes de España. Para España, el dilema es endemoniado porque, sea como sea, Cataluña siempre ganará marchando.

 

NACIÓ DIGITAL

El falso problema «territorial»

«Hablamos de factores suficientemente sólidos como para que nadie siga pensando en el independentismo minoritario, a veces romántico o prepolítico de tiempo atrás»

Josep Lluís Carod-Rovira

De hecho, no somos pocos los que nunca hemos pensado en España como una solución a nuestros problemas, sino como el primero de estos. La batalla de las palabras es muy importante y, a fuerza de ir repitiéndolas, se acaban instalando en el cerebro de la gente y la mentira se convierte en verdad, la duda en certeza y la insinuación se convierte en dogma. Es lo que sigue pasando, ahora mismo, después de la incuestionable mayoría parlamentaria de signo independentista, obtenida en Cataluña el 27 de septiembre.

La prensa española y, curiosamente, también la vasca, se refiere una y otra a lo que llaman la cuestión territorial o el problema territorial. En realidad, el debate sobre el falsamente llamado modelo territorial está más vivo que nunca. Y es así porque no se trata de una cuestión puramente técnica -de qué manera se ordena el territorio en un espacio geográfico determinado, de forma que esta planificación sea respetuosa con el entorno, la naturaleza, la flora, la fauna, etc.- como si se tratara de un tema puramente ecológico o conservacionista.

El eufemismo ‘modelo territorial’ acoge, esconde o desdibuja, según la intensidad de la intencionalidad ideológica de quien emplea la expresión, una realidad que no tiene nada ver con la geografía, la ingeniería técnica o la planificación territorial y sí, por el contrario, con la política: la realidad o composición plurinacional del Estado español actual. Plurinacional, es decir, también pluricultural y plurilingüístico. «En España existe un Estado y hay varias naciones», afirmó hace un siglo el escritor de Monover José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín, en un artículo en el diario español ABC. Pero cien años no parecen ser demasiados para tomar en serio la afirmación del prosista valenciano, ni siquiera para proponerse ir un poco más allá de las tres primeras letras del alfabeto, en cuanto a la comprensión y aceptación de la realidad plurinacional del Estado.

La eclosión del movimiento independentista en Cataluña y su diversificación ideológica democrática, desde la derecha hasta la izquierda antisistema, comprende todo el arco parlamentario, de progresista a conservador. Pero aún hay más: por un lado, su ampliación hacia todos los sectores de la sociedad catalana, por el otro la incorporación a la idea independentista de ciudadanos de las diversas oleadas migratorias llegadas al país, a lo largo de las últimas décadas, procedentes de los más variados orígenes geográficos, nacionales, culturales, religiosos y lingüísticos. Hablamos de factores suficientemente sólidos como para que nadie siga pensando en el independentismo minoritario, a veces romántico o prepolítico de tiempo atrás, sino de algo nuevo, merecedor de análisis cuidadosos y no el montón habitual de tópicos, tales como las descalificaciones de la especie sectores radicales, a menos que la radicalidad pueda abarcar millones de personas de toda edad y condición y a toda una mayoría parlamentaria, ganada limpiamente en las urnas. Con un simple paseo por cualquier ciudad o pueblo del Principado basta para darse cuenta de la vitalidad, actualidad e importancia del independentismo catalán, expresado, de forma espontánea, con miles de banderas esteladas que ciudadanos anónimos exhiben en balcones y ventanas y hacen volar por azoteas. Y que vuelven a sustituir, pacientemente, cuando la fuerza persistente de todos los vientos son dañadas. Cataluña ha cambiado, pero España sigue negando la realidad, despreciando las evidencias, ignorando los sentimientos de la gente. España sigue haciendo como siempre, inmutable, contraria a reconocer la diversidad y a valorarla positivamente. Por este camino, pueden acabar pasando de un territorio «donde nunca se ponía el sol», a otro que de tan minúsculo que hará falta trabajo para que llegue a salir.