Ahora es hora

Nunca antes nuestro pueblo había hecho una acumulación de fuerzas democrática y popular como la que se ha conseguido en el proceso que estamos viviendo. La movilización social en la calle ha provocado un giro estratégico, acelerando los acontecimientos que estaban larvados en movimientos asociativos y populares, con la perspectiva de lograr la independencia de nuestro país. Cientos de miles de ciudadanos, con orígenes y procedencias sociales diferentes, han ido convergiendo y manifestando de manera abierta su sentimiento independentista y de catalanidad en las masivas manifestaciones de Barcelona de los años 2012, 2013 y 2015 y en la Vía Catalana de 2014. Nunca un proyecto interclasista e intergeneracional había posibilitado el que se vislumbra: la consecución de la República Catalana a corto o medio plazo.

El ejercicio de la autodeterminación como fórmula para preservar los derechos de los pueblos y su identidad es un derecho democrático e inalienable. Nosotros la hemos ejercido. Querer ser nación y tener estado es una voluntad democrática en el marco de los derechos universales. La negación de un referéndum de autodeterminación en Cataluña propiciada por las oligarquías españolas es un síntoma del funcionamiento anómalo de los gobiernos del Estado al servicio de los intereses de estas élites económicas. Sin embargo, se llevó a cabo una consulta transformada en proceso participativo que tuvo una participación extraordinaria.

Este amplio movimiento social, coordinado por la Asamblea Nacional Catalana, Òmnium Cultural, la Asociación de Municipios por la Independencia y otras entidades soberanistas, ha sido capaz de ampliar la base del catalanismo social en muy pocos años a través de la reivindicación de los derechos democráticos incuestionables del pueblo catalán, y de la denuncia del maltrato económico, social y cultural que recibe Cataluña. Las fuerzas políticas independentistas recogen este anhelo popular y esto nos lleva a ganar las elecciones plebiscitarias del 27-S con una mayoría absoluta en el Parlamento. La CUP, candidatura a la que di mi apoyo, y JxSí tienen la obligación de hacer realidad este impulso revolucionario aceptando el mandato popular con el objetivo de construir la estructura que nos lleve a la creación de la República Catalana, con la consiguiente aprobación de una Constitución nacional. No hay marcha atrás, hay que aceptar y obedecer la democracia representativa que ha surgido del mandato popular.

El 9 de noviembre el Parlamento aprobó por mayoría absoluta la declaración que abre el camino hacia la independencia y la construcción de la República Catalana. A la vez, continúan las negociaciones para llegar a un acuerdo político. A partir de esta aprobación, los reproches mutuos, la falta de sintonía y la división dentro del proyecto independentista se visualiza públicamente cada día más. Teniendo en cuenta el momento histórico que estamos viviendo, estas actitudes y escenificaciones públicas son impropias de políticos adultos. Y, por tanto, no se deberían dar, no porque las negociaciones se alarguen, sino porque hay que defender los intereses de los que hemos votado de manera unívoca y mayoritaria la voluntad de construcción de un nuevo Estado. Queremos un gobierno fuerte que lo haga posible, queremos soluciones y no divisiones ni problemas.

Soy un federalista convertido en independentista. Nunca nacionalista, sí comunista y catalanista. Precisamente, mi apoyo a la independencia surge de la necesidad de transformación social de nuestro pueblo, de la defensa de las clases populares y medias dentro de las que me incluyo. Pienso que una mayoría social espeluznante está incluida. Por ello, teniendo en cuenta esta coyuntura, defiendo una alianza con los nacionalistas. Desde mi punto de vista, es imprescindible para lograr la transformación social y avanzar hacia la República Catalana.

Los condicionantes que rodean las negociaciones no son los más propicios. Es complicado hacer converger fuerzas que ideológicamente están en las antípodas. La corrupción, los recortes, la política de alianzas y pactos con las fuerzas políticas más españolas y reaccionarias llevadas a cabo durante muchos años, no son un panorama que permita hacerlo en buenas condiciones. A pesar de todo, lo que tenemos que conseguir ahora desde la unidad de acción soberanista consciente y responsable es que estas situaciones no se puedan repetir.

La izquierda independentista tiene que empezar a gobernar el proceso para que la hegemonía no sea sólo nacionalista y al servicio de otras élites. Tenemos que trabajar para formar parte de la hegemonía. No podemos perder la oportunidad. Algunas posturas dogmáticas e infantiles en defensa de estrategias de nuestra izquierda me inquietan. También me inquietan algunas posturas de la derecha independentista que quieren volver a una situación autonomista e inicial del proceso.

Hay que mantenerse unidos y fuertes contra el centralismo y su fuerza centrífuga. Tenemos que ser coherentes con la determinación y no arrugarnos ante la adversidad. Precisamente, por ser comunista e internacionalista, antes de hacerme independentista sólo era de izquierdas y catalanista; no catalanista de izquierdas. Esta ha sido mi historia. Ahora, como veterano militante y activista social de izquierdas, exijo que los 72 diputados independentistas que formáis la mayoría social del Parlamento pacteis un programa social y popular que nos permita avanzar hacia una nueva situación. El mandato no se lo hemos dado con el objetivo de convertir la elección del presidente en un juego, sino para buscar un acuerdo global que permita formar gobierno. La CUP debe participar en la construcción de la hegemonía independentista y popular. Es hora de que se moje y se haga adulta como organización. Toca ser responsables, lo que no significa claudicar. Los representantes votados por el pueblo deben ser leales a su ideología, a su voluntad de ser, pero por encima de todo debe ser leales al pueblo de Cataluña, que es quien os ha votado con el objetivo de construir la República Catalana .

Reclamo que formeis gobierno a partir de este programa político que necesita pactar y acordar. Ir a unas nuevas elecciones sería el peor escenario posible: cuestionarían las que ya hemos ganado. Si no lo hacéis, la historia os pasará necesariamente la factura de la insolidaridad con el pueblo que os ha escogido.

ARA