Agustí Colomines: «Puigdemont ha hecho lo que tocaba hace seis años: decir ‘aquí negocio yo’»

 

El historiador, que publica «¡Amnistía y libertad!», afirma que «el independentismo debe aprender a hacer política» y juzga que «lo peor que le ha pasado a ERC se llama Junqueras»

La cita con Agustí Colomines (Barcelona, 1957) es en el jardín del Ateneu Barcelonès, rincón ideal para pensar y analizar sobre el momento político justo cuando se conoce el acuerdo para la investidura entre Junts y el PSOE. ¡Colomines acaba de publicar ‘Amnistía i llibertat!’ (Rosa dels Vents), donde a partir de un episodio como la detención de los 113 de la Assemblea de Catalunya -ahora se han cumplido los 50 años-, recrea con mucha documentación qué supuso ese movimiento unitario del antifranquismo.

Colomines, profesor de Historia Contemporánea en la UB, dirige la Cátedra UB Josep Termes de ‘Historia, Identidades y Humanidades Digitales’. Termes y Josep Benet han sido dos de sus referentes. Ha sido profesor visitante en las universidades de East Anglia (Reino Unido), Boston y Stanford (EE.UU.). Fue también director de la fundación de CDC CatDem (2007-2013), lideró la ‘Casa Gran del Catalanisme’ y dirigió la ‘Escuela de Administración Pública’. Lo cesó el 155 y se alejó de la política institucional.

-Explique cuál fue la trascendencia de la Assemblea de Catalunya para un lector que no haya vivido en aquellos años.
-Éste es un país muy historicista, pero que le interesa muy poco la historia. Es algo rarísimo. Ésta también es una gran diferencia entre los políticos de ahora y los de antes, que estaban más bregados. El antifranquismo fue una escuela para mucha gente, como lo fue también el marxismo, que te hizo leer muchas cosas que, si no, no hubieras leído. La principal trascendencia de la Assemblea de Catalunya es que superó la Guerra Civil. La lástima es que tuvieran que pasar tantos años para que esto fuera así. No es hasta el año 1971 cuando se crea la Asamblea, lo que quiere decir es que se han pasado muchos años discutiendo sobre el pasado. El anticomunismo era muy fuerte. A veces pensamos que vivimos fuera del mundo, pero se vivía en la Guerra Fría. En Stanford encontré mucha documentación de Estados Unidos sobre aquellos años. Yo estaba en Estados Unidos porque estaba trabajando una biografía de Joaquim Maurín.

-Otra figura hoy desaparecida.
-Desconocido. El 5 de noviembre se cumplían 50 años de su muerte. Ahora lo curioso es que la CUP quiere recuperarlo, pero sin tener demasiada idea. Porque Maurín es el padre de las ideas de Jordi Solé Tura sobre el catalanismo. Que la CUP quiera recuperarlo me parece estrafalario. Maurín, además, se fue a EEUU y después se convirtió en un anticomunista visceral. En lo que hablaba sobre la Guerra Fría, Maurín dijo que si EEUU tenía que elegir entre Franco y la Pasionaria estaba claro a quién elegirían. Si hubiera habido una fuerte oposición liberal o socialdemócrata quizás sí hubieran hecho otra elección, porque desde los años cincuenta en Washington pensaban en posibles alternativas. En la documentación que he movido se habla mucho de Gregorio López Bravo.

-Hombre, López Bravo fue ministro de Franco, era miembro del Opus Dei y se definía como un liberal reprimido.
-De alguna forma, la Asamblea de Cataluña representa esta oposición liberal. Pero se da el caso de que no se podía cambiar a España desde una parte. Es algo que el catalanismo ha tardado mucho en entender. El independentismo crece por esa convicción de que tiene mucha gente, que es imposible la reforma del Estado desde la periferia. Pero la Assemblea de Catalunya es un paso fundamental porque es realmente unitaria, va desde el carlismo a la extrema izquierda. Es también territorial, por primera vez se extiende por el territorio y no es algo de élites. Y después ha implicado el tejido profesional y civil, a través de colegios profesionales, asociaciones de vecinos, sindicatos clandestinos. Y por último, se consigue sintetizar en forma de eslogan lo que se reivindica: «Libertad, amnistía y Estatuto de Autonomía». Quien está en contra de esto queda muy al margen. Yo sostengo en el libro que esto es posible porque los comunistas cambian y adoptan el principio del derecho de autodeterminación, y los independentistas también cambian, convirtiéndose en vasos comunicantes.

-De alguna forma, el PSUC y grupos independentistas se encuentran.
-Sí, en el PSUC había gente que había vivido la guerra, como Pere Ardiaca y Josep Solé Barberà, pero la figura fundamental en el partido era el Guti, que no había vivido la guerra. Y en el Frente Nacional de Cataluña, una figura importante era Joan Colomines, mi padre, que era un adolescente durante la guerra. Éste es un factor importante que ayuda a que la Asamblea tuviera éxito. Es Joan Colomines quien pide, en su sesión constitutiva, un minuto de silencio por la muerte de un trabajador.

-La clase obrera está muy presente en su libro. Fue un actor importante.
-Y parece que no queramos reivindicarlo, pero la Asamblea convoca actos por el Primero de Mayo, se implica en las movilizaciones obreras. Intentar contar el antifranquismo sin la agitación popular y de barrio es imposible.

-El libro profundiza en la famosa detención de los 113, en 1973. Unos 113 que son bastante representativos de la diversidad de la Asamblea. Las mujeres eran una minoría, pero tuvieron un papel relevante.
-Sí, había 95 hombres y 18 mujeres, y he separado las dos listas. Las mujeres, además, lo pasaron peor que los hombres, con las monjas ‘Cruzadas de Cristo Rey’ en la prisión de la Trinidad. Magda Oranich habló de ello en el acto que se celebró en Palau. Hombres y mujeres. Y estudiantes, obreros, ingenieros, médicos, campesinos, todo tipo de gente. Viejos y nuevos catalanes. Gente de todas partes. Mucho se ha hablado del franquismo sociológico, pero en Cataluña, gracias a la Asamblea, quien sale reforzado es el antifranquismo sociológico. A nosotros nos vencen los Martín Villa y los Sánchez-Terán por tener la fuerza del Estado, pero desde el punto de vista social predomina el antifranquismo. Por eso hay tanta gente aquí que no ha reivindicado que era franquista. En España sí.

-La Assemblea de Catalunya consiguió un gran movimiento unitario con una plataforma reivindicativa de mínimos. ¿La mejor manera de sumar fuerzas no es ésta? Lo digo porque da la sensación de que dentro del independentismo se pretende alcanzar metas a base de fijar objetivos de máximos. ¿Lo hacen al revés?
-Depende a quien te dirijas. Si lo miras con perspectiva, los tres elementos que se reclamaban, Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía, eran de máximos en ese momento. Tenían de frente un régimen que había reprimido, que había hecho una guerra civil, y se estaba intentando restituir algo que quizás para nosotros, los independentistas, fuera poco, pero en aquel contexto era muchísimo. El problema del independentismo actual es que ha querido hacer dos cosas a la vez, como en la Guerra Civil, ganar la guerra y hacer la revolución, y esto es muy difícil. Esta competición interna nos ha terminado matando. Y ahí las culpas están repartidas. Lo que sí creo es que la CUP, siendo tan minoritaria, ha acabado condicionando excesivamente el ritmo de lo que estaba pasando, y haciéndolo de forma sectaria.

-¿Cuál ha sido uno de sus principales errores?
-Hombre, cargarse al president Mas ha sido una tontería de unas proporciones máximas. Pensaría exactamente lo mismo si se hubiesen cargado a Oriol Junqueras. No puedes avanzar en una lucha eliminando a personas porque entonces estás restando. El problema no es si son objetivos de mínimos o no, sino cómo se actúa políticamente. Lo que no existe en este país es sentido político. Lo que diferencia a Junts y ERC es la acción política y quieren plantearlo en términos ideológicos. Esquerra, que se ha moderado, y Junts, que se ha radicalizado, son muy difíciles de distinguir ideológicamente. Diría que Aurora Madaula [vicepresidenta de Junts] quizá sea más de izquierdas que el president Aragonés.

-Esto me recuerda a lo que se decía de los dos grandes partidos nacionalistas irlandeses, Fianna Fail y Fine Gael, que lo único que les diferenciaba era lo mucho que se detestaban. Pero en uno de sus artículos más recientes echaba más culpas a ERC que a Junts.
-Sí, por la actuación en otoño de 2017. Yo he sido censurado por Junts y por Esquerra. A Junts no les gusta lo que digo porque no me ahorro la crítica. Este tipo de articulismo ‘hooligan’ que se produce en este país es tremendo. Como decía un profesor mío de la facultad, castellano, Vicente Cacho Viu…

-Muy importante y muy arraigado aquí en el Ateneu, por cierto. Tiene un estudio sobre el catalanismo y su vínculo con Europa que es fundamental.
-Era miembro del Opus Dei, pero recuerdo que un día me dijo en el despacho, a mediados de los ochenta, que en España se debía votar al PSOE y en Cataluña a CiU, porque era lo moderno. Pues eso venía por otra cosa que me decía: «Usted fíjese en los ejemplos de más alto nivel, la realidad ya le pondrá en su sitio». Pues yo lo intento. Me he tomado la libertad de pensar en Eugeni d’Ors o Josep Pla, escribir de una manera libre, aguda y analítica. Ya sabemos que cada articulista tiene su público y somos como una especie de folclóricas. Pero debes intentar ser justo.

-¿Pero por qué le echaba más responsabilidad a ERC que a Junts?
-Porque Esquerra fue la que inició esta actitud de pensar que ahora es el momento de joder a los demás independentistas. Y no, hombre, no, ahora no es el momento, ¡ya vendrá! Es como el tripartito, al que recuerdo que yo me opuse mucho y ahora hay que decir que, al menos el primer tripartito, era necesario.

-Sobre las disputas ERC-Junts, ¿no habría que tener también en cuenta que una parte del proceso viene cuando Convergència se hace independentista porque ERC ya lo es y está creciendo? ¿En Convergència no hubo la actitud propia del converso, que de repente se hace más radical que nadie?
-No sé si es así. No niego que dentro de CDC hubiera gente como ésta. Pero hace muchos años recuerdo que una señora me detuvo saliendo del Museo del Exilio y me dijo que hasta que los convergentes no se hicieran independentistas no había nada que hacer. Y ésta fue en buena parte la razón por la que acepté liderar la ‘Casa Gran del Catalanisme’. Me pareció que existía la oportunidad de salir de una situación que a mí me había producido una gran incomodidad, que eran los pactos de CiU y Pujol con el PP. Me pareció un gran error y así lo escribí y firmé un artículo hecho por siete personas en el ‘Avui’, entre ellas Albert Sáez, Pere Martí, Francesc-Marc Álvaro y otros, que se titulaba ‘Ara toca, president’. Y pedían un acuerdo con Esquerra Republicana. Pujol siempre se defendía diciendo que no se fiaba de los republicanos, pero no lo tengo claro. Artur Mas, que no era independentista, se fue convirtiendo porque la realidad le ha ido convirtiendo en independentista. Él planteó algo paulatino, cartesiano. Sólo se equivocaron en un momento en el que hicieron oportunismo puro y duro.

-¿Cuándo fue?
-Cuando convocaron elecciones en el 2012. Yo recuerdo que les dije si creían que iban a aumentar la mayoría habiendo hecho los recortes que habían hecho, obteniendo rédito de una dinámica independentista. No, hombre, no. El rédito lo sacó Esquerra. Yo creo que en ese momento se dieron cuenta de que algo tenían que cambiar. Y entonces vino lo peor que le ha pasado a Esquerra, llamado Junqueras.

-¿Lo peor que le ha pasado a Esquerra? No lo dirá por los resultados electorales.
-Lo digo con sinceridad. Junqueras les ha hecho crecer. Quizás sí que sin su liderazgo ERC se habría liquidado, pero una cosa es que él haya sido un salvavidas, y otra es que sea un líder para la independencia o liderar un partido.

-¿Qué es lo que no le gusta de Junqueras?
-Su sectarismo, muy alto. Es un personaje muy sectario. Y necesitamos figuras más dúctiles. Carles Puigdemont es una persona que se ha encontrado con un liderazgo al que creo que no aspiraba. Algo que también le ha generado muchas dudas. Pero Junqueras sí aspiraba al liderazgo y debía ser más estadista. Y si lo hubiera sido, probablemente sería ahora el líder indiscutible.

-¿Ve estadistas en el proceso?
-No muchos. Todos son como unos ‘work in progress’, individuos que se van haciendo a medida que van actuando. ¿Tienen unos planteamientos estratégicos o tácticos? Ponen nombres muy rimbombantes a las cosas, eso sí, como estado mayor. Yo me he encontrado en reuniones donde yo era el mayor, con 10 años más que el resto. Llevo 50 años en el negocio y, como mínimo, que te escuchen un poco también está bien. Y ves que todos inventan la pólvora.

-¿Puigdemont le parece más estadista?
-Bien, yo creo que los seis años de exilio lo han forjado. Y ha podido hacer algo muy importante, que es aislarse del día a día tan histérico que vivimos aquí.

-Pero ha intervenido mucho.
-Debería haber intervenido más. Primero, poniendo orden en su partido. Junqueras eso sí lo ha logrado: disciplinarlo. Fíjese que ahora ha hecho lo que debía haber hecho seis años atrás, decir: aquí negocio yo.

-Tenemos acuerdo finalmente. ¿No se ha tardado demasiado?
-Yo creo que no.

-¿No se ha dado mucho tiempo al adversario, con todas las reacciones que se están produciendo en el ámbito judicial?
-¿Por qué no le da la vuelta a esta mirada? Nosotros lo miramos como si tuviéramos que salvar al Estado o al PSOE. Nosotros debemos ver qué es lo que nos conviene a nosotros. Hay una discrepancia muy grande entre Esquerra y Junts, que es legítima. Esquerra ha llegado a la misma conclusión que Bildu, que es la que tiene el ‘copyright’, que para cambiar España necesitas reforzar la izquierda española y eso hará posibles unos cambios estructurales. Le cuesta poco pactar con el PSOE. Junts, que ya ha llegado a la conclusión -enmendando una tradición histórica del catalanismo- que no hay remedio, considera que esta alianza es circunstancial. Por tanto, debemos sacar rédito político. Se ha presentado el acuerdo político, que es el marco, y ahora faltan todos los flecos de la amnistía. Contrariamente a lo que se decía, que Junts buscaba básicamente la amnistía, lo que buscaba era ese acuerdo político que le justificara romper la promesa electoral de que no votarían a Sánchez. Y esto requería tiempo. Diré otra cosa: todas las movilizaciones en España han acabado favoreciendo al independentismo.

-¿Y eso?
-Porque han debilitado la posición del PSOE. Es como el pacto avanzado de ERC y el PSOE, que dio una ventaja a Junts. Creo que ahí Bolaños se equivocó.

-Eso de decir que da igual el PSOE o el PP o de pensar que cuanto peor, mejor…
-Yo no digo que cuanto peor mejor, sino que Junts no distingue quién es peor, si PSOE o PP.

-¿Pero esto no es relato? El acuerdo se ha hecho porque Sánchez necesitaba los 7 votos, pero ¿es imaginable un acuerdo así con el PP?
-Históricamente, el conservadurismo español a veces ha abierto más la mano que el jacobinismo español.

-¿Qué quiere decir? Le iba a preguntar si este acuerdo de investidura no cuestiona ese lema que tan a menudo se repite, citando a Pla, que lo que más se asemeja a un español de derechas es un español de izquierdas. Con la derecha se hizo el Pacto del Majestic, sí. Pero si vamos a la República o a la Mancomunidad, se hizo con un gobierno del liberal Canalejas.
-Esto es como John Major. Todo el mundo dice que fue Tony Blair quien puso las bases de los acuerdos en Irlanda del Norte. Mentira, fue el primer ministro anterior, el conservador John Major.

-Pero esto es en el Reino Unido.
-Y aquí igual. La Mancomunidad fue aprobada por Canalejas, pero la preparó el conservador Maura. Las bases de la administración local las hizo él.

-Aquí no estaríamos de acuerdo. Maura hizo la ley de administración local, pero cuando se plantea la Mancomunidad, Canalejas la aprueba y los conservadores están en contra.
-Lo que quiero decir es que, ya en el contexto actual, el PSOE no se opuso al 155. Si se hubiera plantado, estaríamos en otra situación. Pero nadie le dio garantías a Puigdemont.

-El proceso ha generado muchas evoluciones ideológicas. En 2006 fue usted uno de los impulsores de la plataforma «Estatut, yo sí».
-Fui su impulsor junto con Rosa Cullell. Socialistas y convergentes idearon la plataforma, el PSC propuso a Rosa Cullell para conducirlo y los convergentes me lo propusieron a mí. Felip Puig me pidió si yo estaba dispuesto a encabezar esto y yo me di cuenta de que el paso de Convergència al independentismo era a base de estaciones y aquella era una. Yo en ese momento era asesor bajomanga de Jordi Portabella, entonces teniente de alcalde de Barcelona. Me acogí a la frase de mi maestro, Josep Termes: «Soy tan radical que puedo votar moderado».

-¿Se pilló los dedos?
-Hombre, profesionalmente me costó el trabajo. Era director del Centro Unesco de Cataluña y Esquerra me echó.

-¿Qué ocurrió?
-Hicieron retirar 600.000 euros del departamento de la Presidencia al Centro Unesco. Yo dije que iba a dejar el trabajo, pero que volvieran a poner el dinero. Es lo que ocurrió. ¿Me pillé los dedos? Sí.

-Usted ha defendido la negociación entre Junts y el PSOE. ¿No teme volver a pagarlo?
-No, menos ahora. Además, soy funcionario español [en la UB] y, si permite la humorada, España «me protege» de cualquier opinión política que tenga. Lo que me ha pasado es que he desaparecido de los espacios públicos desde 2016. Solo salía en un canal marginal que ha desaparecido, 8tv. Y no culpo sólo a Esquerra, eh, también a Junts.

-¿Cómo cree que debe volver el president Puigdemont?
-Como líder nacional, no de partido. Como un líder que se marchó para preservar una idea, como hicieron todos. Yo creo que deberían haberse marchado todos, pero ahora eso da igual. Una de sus misiones debe ser tener un sentido mandeliano.

-¿De Mandela?
-Sí. Con un elevado sentido. Porque este país necesita muchas esperanzas, optimismo.

-Pero, ¿lo ve factible con todas las trifulcas que ha habido?
-Ya se verá cuál será su papel. Yo creo que su actuación va a ser limitada porque también tiene derecho a vivir.

-¿Cree que el independentismo debe actuar independientemente de lo que ocurra en las calles de España?
-En España sucederá lo que tenga que pasar independientemente de lo que nosotros hagamos. Lo único que ellos quisieran es que no apeáramos del burro. Y del burro no nos podemos apear.

-¿Qué sería apearse del burro?
-Decir que queremos un nuevo Estatut o renunciar a la unilateralidad. Que no puede hacerse porque es un patrimonio del pueblo. La desgracia es que lo han convertido en algo partidista. Nosotros lo que debemos aprender es a hacer política. El independentismo debe aprender. Uno de los propósitos que tuve en la Escuela de Administración Pública no era simplemente formar funcionarios sino formar personas que pudieran tomar decisiones políticas. La ley de reforma que propuse no prosperó por la falta de reformismo de los mismos que me designaron.

-Estuvo en la ‘Casa Gran del Catalanisme’ y siguió muy de cerca los cambios en el espacio convergente. ¿Se siente uno de los enterradores de Convergència?
-Convergencia debía transformarse. La corrupción fue determinante. De hecho, es un rasgo estructural del régimen del 78. Todos los partidos grandes y con poder han tenido casos de corrupción, lo que ocurre es que los partidos estatales se han protegido más. Cuando los partidos catalanes se posicionan por la independencia teniendo fallecidos en casa, se les levanta la alfombra. Y muertos los había. Todos los que estaban relacionados con la economía de Convergència no son agua clara. No quiero poner nombres, pero Convergència también ha tenido a sus Bárcenas. Lo que sí siento es haberlo tenido al lado y no haberme dado cuenta. Y que Mas no hubiera tenido suficiente carácter para hacer limpieza.

-¿Qué quedará del legado de Artur Mas?
-Algo que me ha sorprendido es la revalorización que mucha gente está haciendo del personaje. Como gobernante tenía seriedad, pero le ocurrió como a otros gobernantes, que no son capaces de ordenar el partido que les apoya. Y creo que se equivocó siguiendo con todo detalle los consejos de Mas-Colell, que no es que no fueran buenas sino que eran inoportunos. Los recortes me cogieron en el hospital y recuerdo que habían quitado el yogur y las galletas de media tarde. La gente estaba indignadísima. Habían cerrado también la planta de arriba, pero todo el mundo hablaba del yogur. Se lo dije a Mas y se quedó muy parado. Mas-Colell es un sabio pero mal político.

-¿Se revalorizará la figura de Mas?
-Creo que sí. Ahora se le está poniendo cara de senador romano. Pero en este país hacemos cosas raras y hay políticos que se retiran muy jóvenes.

-Y con una mirada de historiador, ¿cómo se evaluará a Jordi Pujol?
-Lo que dijo Paola Lo Cascio en la tesis que le dirigí sobre los 23 años de Pujol, cuando no decía las cosas que ahora dice. Decía que era un dirigente que construyó un país prácticamente socialdemócrata, tuvo un liderazgo fuerte con un partido muy poroso que se deterioró y al final se equivocó muchísimo. Ella tiene la tesis que en parte comparto: mientras CDC fue un partido amplio y nacional, la cosa fue bien. Cuando se decantó, resultó fatal.

-¿Qué le queda a Junts de Convergència? Aunque ha dicho que el acuerdo que ha cerrado con el PSOE es muy distinto a los pactos convergentes, ¿muestra alguna pervivencia de ADN convergente?
-Tienen cierta habilidad para el pacto. Siguen siendo un partido territorialmente bastante extendido, y en eso se parece bastante a CDC. E ideológicamente dentro cabe una muchedumbre de cosas. De hecho, ERC ha intentado copiar esto, con la única diferencia de que fichan a personas de derecha y resulta que se convierten en los más ‘progre’ del mundo mundial, como son Carles Campuzano y Francesc-Marc Álvaro, con los que éramos amigos y ahora hace tiempo que no nos hablemos.

-¿Por qué esto?
-Entre otras cosas porque no se lee a sí mismo, y entonces toma actuaciones que no son coherentes con lo que había escrito antes. Tú no puedes decir, aunque busques títulos comerciales, que hemos ganado y después de 2017 decir que hemos perdido. Siempre le decía que era un exagerado.

-Ahora, usted a veces ha sido muy bruto.
-Sí, es verdad. En ocasiones es un elemento reactivo. Por ejemplo, en el mundo universitario yo siempre me he sentido desplazado. Cuando todos llevaban ‘El País’, yo llevaba el ‘Avui’. Cuando entré en la facultad, los sindicatos independentistas apenas existían. Pero me sabe mal haber perdido amistades. En la facultad a veces te encuentras con compañeros de historia y no nos saludamos. Cuando hice la presentación del libro en (la librería) Ona quise que estuviera Joan Subirats, a quien conozco de hace muchos años y representa algo político, Miquel Sellarès, que representa otro, y Àngela Vinent, que representa en parte al mundo socialista, aunque ahora es independentista. Debemos recuperar el espíritu de tertulia del café del Ateneo.

-Está bien esto que dice.
-En un libro anterior, ‘Tot el que el cor s’estima’ (‘Todo lo que el corazón ama’), una especie de dietario, explico lo que me dijo una persona: que el estado de ira no es el opuesto de la calma, puede haber una calma airada pero siempre debe ser calmosa. Esto me ha costado mucho entender. Pero he tenido algo claro que repito muchas veces: no necesité que mataran a Ernest Lluch para rechazar radicalmente la violencia. Con los vascos siempre he mantenido una distancia porque nunca me ha interesado nada de eso. El que condenara a los GAL, está claro. O que denuncie la dispersión de los presos.

-¿Se ha sentido mercenario alguna vez?
-Sí. Me sentí algo mercenario cuando dirigía la fundación CatDem, al darme cuenta de que algunos teníamos un proyecto y otros tenían en mente otra cosa. Me he sentido utilizado. Me han dicho: «¿Usted no sabía qué pasaba? Pues mire, no» [se refiere a los casos Palau y del 3%, de financiación irregular de CDC]. Lo que sí sabía es que nunca quise tener la dirección administrativa de la CatDem. Sólo la dirección política. Me pagaban por el trabajo que hacía. Pero ellos juraron y perjuraron que no volvería a ocurrir nunca más lo que en el fondo sucedió. Esto a mí me incomoda. Ya sé que en política no se hacen amigos, pero en política no puedes estar trabajando con alguien que te está jodiendo.

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