La guerra tiene razones que la razón no entiende

Sabemos que las guerras son una constante desde que tenemos noticias informadas sobre el comportamiento humano. La paz y armonía en el interior así como la seguridad en el exterior han sido aspiraciones colectivas, tanto en Occidente como en Oriente. Sin embargo, la historia de las relaciones internacionales nos muestra una sucesión de guerras que, nada paradójicamente, han sido habitualmente justificadas como medios de preservación de la paz.

Para entender la política internacional, la historia resulta imprescindible. La historia no cuenta todo, pero sin la historia no se entiende casi nada. Hay que entender, por ejemplo, por qué muchas paces han sido efímeras, o por qué la diplomacia entre poderes es más eficiente después de las guerras que en el momento de evitarlas. Expresar incluso sinceramente que se desea la paz no dice nada sobre la capacidad de proveerla.

El primer tratado de paz de que disponemos, el Tratado de Cadesh (1259 a C.) entre los imperios hitita y egipcio, se incumplió pocos años después de firmarse. La Paz de Nicias entre Atenas, Esparta y otras ciudades (421 a C.) en el curso de la Guerra del Peloponeso fue establecida por cincuenta años, pero duró seis. Y parece que los recientes Acuerdos de Minsk entre Ucrania y Rusia (2015), avalados por Alemania y Francia, fueron papel mojado desde el mismo momento de su firma.

A pesar de los avances institucionales realizados tras las dos guerras mundiales (Sociedad de Naciones; Naciones Unidas; Tribunal Penal), las relaciones internacionales siguen atrapadas en el ‘dilema de la seguridad o trampa de Tucídides’: el historiador griego señala el miedo a los lacedemonios ante el expansionismo ateniense como causa de la guerra. Algo parecido dice Polibio (s. II a C.) sobre la necesidad de expansionismo de la República romana en el Mediterráneo.

De hecho, las relaciones internacionales siguen teniendo bastante que ver con lo que decía Hobbes (siglo XVII) sobre el estado de naturaleza. A principios de la época contemporánea, Hegel, un filósofo que habla más de cómo es el mundo que de cómo debería ser, insistió en que la política no se piensa bien desde planteamientos moralistas. Los humanos no somos ajenos a las relaciones contradictorias de las colectividades en las que nos socializamos, ni a los intereses e identidades que nos individualizan. No todo es «una cuestión de voluntad política». Hay factores que no dependen de la voluntad de los gobernantes: crisis climáticas, demografía, progreso tecnológico, expansiones comerciales, divergentes percepciones de los equilibrios de poder, ambiciones de territorios hasta entonces marginales, etc.). Los principios ideales de la «paz perpetua» kantiana –republicanismo, ciudadanía universal y liga de naciones– marcan un vector deseable de futuro, pero siguen presenciando una sucesión de guerras.

La evidencia empírica muestra que en un mundo políticamente fragmentado las ambiciones de seguridad y de hegemonía son inseparables. También hay multitud de ejemplos de la sutil frontera que existe entre la aspiración de seguridad y la obtención de más poder o más beneficios para asegurarla. A menudo el miedo se mezcla con el interés; la seguridad con la codicia.

Y sabemos que los conflictos armados son proclives a la demagogia, a esgrimir razones desde una frivolidad interesada. Por ejemplo, utilizando paradójicos nacionalismos imperiales ilustrados con un lenguaje universalista. Sin embargo, sabemos que la realidad ha falsado tanto la idea del internacionalismo socialista como la idea de Benjamin Franklin de que «la causa de Estados Unidos es la causa de la humanidad».

La diversa percepción de los actores de un conflicto hace difícil llegar a consensos sobre quién es el agresor y quién es el agredido. Hay muchos ejemplos históricos de que lo que un bando percibe como una agresión foránea y una guerra defensiva propia, el otro bando lo percibe como una defensa basada en una agresión previa o en la ruptura de un pacto. Con ojos occidentales, Putin es un agresor, mientras que con ojos de los dirigentes rusos la agresión es la política expansionista previa de la OTAN aprovechando el derrumbe del imperio soviético. Todos los actores, eso sí, hablan de seguridad y justicia, otra constante histórica. Y cada bando ve al otro como perverso e hipócrita.

Parece difícil que Rusia pueda perder, sólo ella, la actual guerra. Pueden perderla los dos bandos. Creo que acorralarla no resulta demasiado inteligente. Pretender conseguir su derrota en el campo de batalla puede acarrear consecuencias nefastas, también para actores que hoy se autoperciben como seguros. Desescalar para llegar a una paz aceptable, aunque no sea simétrica, parece prudente. Rusia no debería quedar aislada después de la guerra. De hecho, Putin intentó una aproximación a Occidente en los primeros años de su mandato, pero le cerraron su puerta.

La Unión Europea ha sido un éxito para evitar guerras entre sus miembros. Sin embargo, cada día que pasa se convierte en un actor más empequeñecido y prescindible a escala global. Y esto seguirá sucediendo si se mantiene en un cómodo letargo de bienestar y no desarrolla un proceso efectivo de integración política que le permita una política exterior y de defensa proporcionales a su peso económico, científico y tecnológico.

En la escena internacional el progreso se da a trompicones. Por el momento, las instituciones internacionales son muy deficitarias para evitar guerras. Pero en el estadio actual, el mundo parece evolucionar hacia una situación más multilateral, con potencias globales y regionales que establecerán nuevos equilibrios de poderes… hasta que previsiblemente este equilibrio se rompa de nuevo y aparezcan nuevos conflictos. Los equilibrios de poder son etapas fructíferas para conseguir unas décadas de paz, pero sabemos que inestables. Ahora el reto consiste en intentar aprovechar el ‘mientras tanto’ después de la guerra actual para ampliar y refinar unas instituciones internacionales que dificulten estos conflictos. En términos históricos existe progreso, pero es lento y discontinuo.

Cabe recordar que en política no hay nada irreversible. China espera.

ARA