¿Qué hacer?

Ramon Cotarelo

Es el título de uno de los más famosos panfletos de Lenin, publicado en 1902. Reproducía literalmente el de una entonces aún más famosa novela del filósofo Nikolai Chernichevski, un ‘best seller’ publicado en 1863. Ambas obras trataban el problema de la conciencia revolucionaria del pueblo y si ésta debería surgir de forma espontánea del seno del mismo pueblo o era necesario esperar que viniera ya elaborada como teoría por un estamento intelectual sobre los trabajadores, campesinos o proletarios.

Siempre que se vive algún tipo de descalabro social, un momento de “subversión de todos los valores”, habrá intelectuales que propondrán sus reflexiones. Chernichevski y Lenin, coincidían en la necesidad de una teoría que, elaborada desde el exterior, conformase la conciencia revolucionaria. Para Lenin, ésta era la labor del partido revolucionario, constituido en vanguardia de la clase a lo que uno de sus discípulos consideró como “el príncipe moderno” (1). La cuestión, siempre la misma: la espontaneidad de la gente o la teoría de los dirigentes.

Los efectos del terremoto del 1-O no pueden esconderse en modo alguno, ni pasando miles de páginas. La prueba son las tres elecciones con mayorías absolutas independentistas. Y la contraprueba, el hecho de que los gobiernos surgidos de ellas no han hecho nada por la independencia.

La consecuencia es la actual situación de marasmo del independentismo, del sentimiento de independencia que, sigue mayoritario, digan lo que digan las prospecciones. Detrás de una actualidad a ritmo enloquecido, late una opinión que está decepcionada y se siente defraudada por los “príncipes modernos”. Los partidos no elaboran propuesta alguna para hacer efectiva la independencia; por el contrario, desmovilizan.

El episodio del espionaje ha puesto de manifiesto la doble alma del independentismo partitocrático. La unidad independentista pone para la historia al más alto nivel una foto en Bruselas para denunciar otra agresión del Estado español. Pero desaparece cuando se trata de ponerse de acuerdo sobre cuáles serán las medidas que deben tomarse para darle una respuesta. Es decir, cuando se trata de contestar a la pregunta de “¿qué hacer?”.

Para Oriol Junqueras hay que insistir en la mesa del diálogo, ahora convertida en “bandera del diálogo”. Un diálogo que radica en la mutua confianza, hoy algo dañada por la impropio e ilegal charlatenería del Estado, que deberá tener alguna consecuencia. Sin olvidar, por supuesto, que la mutua confianza lleva a admitir la hipótesis de que el Pegasus se haya hecho valer también para espiar al ‘gobierno’. Un caso del ‘arrosseur arrossé’.

Por otra parte, el president Puigdemont pide que se ponga fin a la farsa de la mesa del diálogo; que se exija la dimisión del ‘gobierno’; que la Generalitat rompa relaciones con el Estado. Suena radical y parece apuntar a una propuesta de vía hacia la independencia, aunque no esté claro qué pasos deberían hacerse para romper. Sin embargo, la propuesta no es nada creíble, pues afecta a un partido que forma parte del gobierno que debería romper, pero no rompe. Y no solo no rompe, sino que mantiene pactos inadmisibles con el partido con el que quiere romper, como es el caso de la Diputación de Barcelona, símbolo de la corrupción partitocrática y terreno en el que se ve la falsedad del discurso independentista de los ‘príncipes modernos’, de los partidos.

Entonces, ¿qué hacer?

El fracaso de los partidos llamados independentistas arrastra también las formaciones partidistas extraparlamentarias más pequeñas, cuya multiplicidad favorece la resignación del voto útil, también conocido como “voto con la pinza en nariz”. Porque estamos hablando de elecciones; nadie habla de otro tipo de acciones colectivas a no ser para prevenirlas.

La cuestión, pues, parece ser si es posible construir una opción que no sea vista como otro partido con vocación extraparlamentaria. La fórmula es conocida, un movimiento que, a pesar de constituirse como partido por razones legales, sea un compromiso ciudadano, transversal, sin partidos, con el único objetivo de conseguir la independencia. Una lista de país con vocación mayoritaria.

El punto débil de esta propuesta es su credibilidad, que debe estar sostenida por una legitimidad por encima de cualquier duda. Sólo con esta legitimidad se puede mantener un liderazgo capaz de llevar al pueblo su liberación nacional.

(1) Antonio Gramsci

EL MÓN