El espionaje nos ha encontrado desarmados

Salvador Cardús

La lógica del poder, que responde a quien tiene más fuerza y ​​no a quien tiene más razones, es implacable y cruel. Lo acabamos de ver con el ‘Catalangate’, el escandaloso caso de espionaje masivo. En lugar de llenar de (más) razones al independentismo y de fortalecerlo políticamente, según mi punto de vista lo que ha hecho es abocarlo a una debilidad aún mayor. O, dicho de otro modo: el hecho de no poder responder más allá de hacer cuatro aspavientos de indignación ha mostrado la absoluta impotencia a la que nos han abocado las estrategias políticas seguidas desde octubre de 2017. Una por sumisa, la otra por vacía y otra por poner la independencia al servicio de su revolución. En definitiva, y me duele tener que decirlo, me temo que el ‘Catalangate’ ha acabado de desnudar el independentismo.

Lo que hasta octubre de 2017 habría sido el empuje definitivo a la esperanza secesionista, ahora lo ha puesto frente a su propia miseria. No es extraño que la ministra de Defensa se haya sacudido cínicamente el problema de encima, dando la vuelta a la sospecha que cae sobre el CNI con el argumento de que, pobrecitos, ellos son los desvalidos que no se pueden defender por razones de seguridad. Y -me gustaría equivocarme- el gobierno español y el resto de instituciones del Estado se nos pitorrearán como lo ha hecho la prensa española. Mientras la prensa internacional se hacía eco y, escandalizada, lo condenaba, los medios de comunicación españoles -y el colaboracionismo de aquí- lo han minimizado, a no ser que hayan considerado que espiarnos todavía era poco.

¿Y por qué un hecho de tanta potencia se nos ha vuelto en contra? Pues, sencillamente, porque no disponemos de fuerza alguna para aprovecharlo. Ahora ha quedado en evidencia que lo que aquí se presentaba como un ejercicio de fuerza, en el fondo lo era de debilidad. Facilitar la elección de Pedro Sánchez nunca fue una victoria, sino una rendición. Sánchez lo habría logrado de todas formas. Si optó por el apoyo de ERC y Bildu es porque le era la opción más barata, por no decir que sabía que le saldría gratis. Y para ERC, el apoyo a Sánchez, más allá de negociar el indulto de los líderes, disimulaba su irrelevancia en Madrid. Luego se ha visto cómo se tragaba todos los sapos que le servían: el del supuesto blindaje del catalán en la escuela, el de las supuestas cuotas de catalán en las plataformas de televisión y, obviamente, el de la mesa de diálogo que nunca se ha llegado a preparar.

Pero lo mismo puede decirse de la posición de Junts: la estrategia de la confrontación sólo puede ser eficaz si demuestras alguna capacidad verdaderamente ofensiva. Si no, más allá de agradar a los oídos de los que añoramos los tiempos en los que nos temían, a medida que pasa el tiempo esta retórica se va convirtiendo en un discurso de fantasma bocazas. Y, reconozcámoslo, tampoco somos capaces desde la sociedad civil de articular una respuesta a la altura de las circunstancias. Ya podemos ir exigiendo y pidiendo responsabilidades al gobierno español, que sabe que no tenemos ninguna capacidad real de amenazarle. ¿Alguien piensa que realmente tenemos en las manos derribar a su gobierno? Al menos tratemos de no hacer el ridículo.

La gravedad del espionaje masivo no es sólo por el hecho de que se hayan vulnerado derechos fundamentales, sino que ahora mismo no sabemos qué información -política y privada- tienen de los espiados y de todos aquellos con los que han tratado. De modo que de nada serviría derribar un ‘cabeza de turco’ si no hay garantías de que el Estado se deshaga de toda la información acumulada. Entretanto, nuestros espiados son gente atrapada y vulnerable.

El problema actual del independentismo, pues, no es el de si está poco o muy desanimado. Es que está desarmado. La convicción está viva, la ambición se mantiene, las razones no paran de crecer. El independentismo no está muerto, como quisiera el adversario. Pero no hay capacidad para plantar cara. Y el caso de espionaje masivo, el ‘Catalangate’, ha terminado de ponerlo en evidencia.

ARA