Aparte de la independencia, ¿qué modelos territoriales podrían resultar hoy sugestivos para una mayoría de ciudadanos de Catalunya? Para responder esta cuestión, un tanto compleja, hay que tener presentes como mínimo tres elementos básicos: las teorías federales aplicadas a sociedades plurinacionales, los casos prácticos que ofrece la política comparada, y las características concretas del caso a analizar (históricos, institucionales, principales actores, cultura política).
La pregunta anterior remite a la posibilidad o no de combinar la perspectiva de una unidad política federal, que normalmente predomina entre los grupos nacionales mayoritarios de los estados, y la perspectiva de una unión política, de cariz confederal, que predomina en naciones minoritarias. Estos dos tipos de entidades suelen basar sus posiciones en conceptos y valores que, pese a usar a menudo las mismas palabras, tienen significados diferentes. Resumiendo mucho, esta diferencia expresa dos concepciones clásicas contrapuestas del federalismo.
Por una parte, la concepción madisoniana pone el centro de gravedad en el gobierno de un Estado-nación, destacando la supremacía del poder central sobre los poderes federados ( J. Madison, Federalist Papers, 10, 51). Aquí la federación es más importante que las entidades que se federan. Es el tipo de federalismo defendido habitualmente por los nacionalismos de Estado. Por otra parte, la concepción althusiana, más confederal, pone el centro de gravedad en el gobierno de las entidades que se federan (Althusius, Politica Methodice Digesta VIII). Es el tipo de federalismo a menudo defendido por nacionalismos no estatales. La primera concepción ha dominado en las federaciones clásicas. La segunda ha sido puesta al día por académicos y políticos de contextos plurinacionales las dos últimas décadas. Según en cuál de las dos concepciones nos situamos, tendremos distintas conclusiones, normativas e institucionales, en relación al reconocimiento nacional y en todos los ámbitos de la división de poderes.
Los análisis de política comparada muestran que los retos sobre derechos, instituciones y reglas de decisión son más complejos en las democracias plurinacionales que en las democracias uninacionales. También muestran que el marco madisoniano del federalismo presenta graves deficiencias al ofrecer instituciones y reglas liberaldemocráticas de reconocimiento y protección de las naciones minoritarias. El nacionalismo de Estado y la prevalencia del poder central estimulan jerarquizar el sistema político, especialmente cuando las instituciones y actores políticos del Estado se caracterizan por la ausencia de cultura política federal y, sobre todo, de cultura política plurinacional.
En el caso español sólo se avistan dos posibles respuestas a la pregunta formulada al principio de este artículo: 1) un modelo de partenariado, situado entre la independencia y unos acuerdos de carácter confederal (jefe de Estado tipo Commonwealth, pasaportes compartidos, unos pocos impuestos específicos…); 2) un modelo plurinacional con rasgos confederales y asimétricos que incorpore técnicas de opting in y de opting out, derecho de veto territorial en instituciones compartidas, un autogobierno muy amplio –incluso competencias en el ámbito internacional– y jurídicamente “blindado” de injerencias externas en todos los ámbitos decisivos (económicos, sociales, fiscales, europeos, culturales, deportivos), así como el derecho democrático de secesión. Las técnicas existen. Sólo falta voluntad de aplicarlas.
Se trataría, así, de que Catalunya fuera en la práctica una entidad independiente (primer modelo), o bien fuera una entidad dentro de un sistema con rasgos fuertemente confederales y asimétricos en relación tanto al reconocimiento nacional como al autogobierno (segundo modelo). En este último caso, el punto clave es la inclusión del derecho de secesión. Sin este derecho no habría garantía de que el poder central y las instituciones del Estado respetaran los acuerdos establecidos en una hipotética nueva Constitución. La desconfianza permanecería. Y el tema básico seguiría sin resolverse. Es una conclusión extraída de los más de 30 años transcurridos desde la Constitución de 1978. Hoy sólo uno de estos dos modelos resultaría sugerente, es decir, “comprable” como “tercera vía”, por la mayoría de ciudadanos de Catalunya. Aparte de estos dos modelos, la tercera vía es una vía muerta.
Pero, ¿alguien se imagina a PP y PSOE pactando una reforma constitucional que estableciera uno de estos dos modelos para Catalunya? La última “propuesta” del PSOE (Granada, 2013) queda muy lejos del segundo modelo. No sale de la lógica regional y jerárquica de estilo jacobino de la izquierda tradicional española. No es ni una propuesta federal y aún menos plurinacional. Además, tendría que pactarla con el PP (!). Resulta una propuesta al mismo tiempo muy insuficiente y nada realista. Mera retórica para el consumo interno socialista.
La independencia se revela como una vía mucho más realista para que el país pueda emanciparse y proyectarse en el mundo globalizado desde su personalidad colectiva. En poco tiempo Catalunya puede ser uno de los estados con unos índices más altos de bienestar económico, social, cultural y de solidaridad internacional.
La Vanguardia