Apuntes históricos para una nueva revolución
Sólo entendiendo nuestro pasado podremos encontrar las pistas de cómo entender nuestro presente y afrontarlo… El momento actual que vivimos no es sólo el de una crisis económica, ya que no es sólo la infraestructura económica la que hace aguas sino también toda la superestructura ideológica así como las instituciones sobre las que se establece y aposenta toda la articulación social. Un momento histórico como el actual sólo podemos encontrarlo remontándonos varios siglos atrás, en concreto a la caída y destrucción del Imperio Romano de Occidente, tras la invasión de Roma, y a los siglos posteriores en los que se intentaron desarrollar las alternativas al vacío y el caos: Al-Ándalus y los sarracenos, y el Imperio Carolingio y el feudalismo; cada una estructurada desde una comprensión diferente de la realidad y del ser humano, y que con el tiempo se vendrían a considerar como Islam y Cristianismo… Hemos idealizado nuestra imagen de Al-Ándalus como la de la tolerancia entre tres culturas que entendemos como diferentes: la musulmana, la cristiana y la judía. Pero para las musulmanas y los musulmanes de todos los tiempos y lugares, la tan actual “tolerancia” o, por definición del diccionario: “llevar con paciencia las ideas, creencias y prácticas de los demás”; aplicada a la religión o, mejor dicho, a la diversidad de tradiciones espirituales, no tiene mucho sentido, desde una comprensión islámica del Mensaje del profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él.
Pero esto no ocurre porque dicha comprensión se base en la “intolerancia” como opuesto, sino porque nuestra comprensión de dicho Mensaje se basa en que el profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él, no trajo nada nuevo bajo el sol, sino que, al contrario, lo que hizo fue rescatar y restituir el Mensaje Único traído, tantas veces ya, por una larga cadena de mensajeros, algunos reconocidos al cabo del tiempo y otros no. El profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él, no fue el forjador de una religión con aspiraciones hegemónicas, sino el último mensajero de una única tradición, y cuya pretensión era, es y será, reparar y reunificar la diversidad a la que se había visto sometido el Conocimiento, el din, lo cual no implica la “tolerancia” del resto de las vías sino “la comprensión del origen único” de todas ellas y el trato basado en la “cortesía” y la “humildad” suficientes como para descubrir en todas ellas la perpetuación de, al menos, una parte del Mensaje cabal, y cuyo valor es, por tanto, en sí mismo excepcional. En otras palabras, para las musulmanas y los musulmanes, todas las tradiciones espirituales son perlas cultivadas en el tiempo a partir del Mensaje Único rescatado una y otra vez por todos los mensajeros, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con todos y cada uno de ellos, y el Islam es el hilo de oro que las engarza a modo de collar.
Otra situación diferente es la relación existente entre las demás tradiciones espirituales y el Islam, o, mejor dicho, entre las personas integrantes de las distintas vías con respecto a los musulmanes y las musulmanas. Para ellas y ellos, la convivencia con la población musulmana sí implica “tolerancia”, en el mejor de los casos, por cuanto, incluso para quienes admiten la existencia de una cadena de mensajeros, la interrumpen en algún punto que no admite en ningún caso la inclusión del profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él, entre ellos. Así se forja en las creencias del resto de la población que convive con la población musulmana la visión de ésta como con “ideas, creencias y prácticas diferentes”, surgidas en un momento y en un lugar determinado, a partir de un hombre que crea una tradición nueva y propia, y que pretendía convertir en hegemónica por la fuerza de las armas y la conquista violenta…
Pero incluso, esta interpretación del Islam, no deja de ser una novedad propia de nuestra época de “tolerancia”, ya que en los primeros siglos de su historia, muy al contrario, el Islam era reconocido como una exégesis cristiana por los propios cristianos, y así se consideraba basada en el unitarismo arriano, según algunos, o directamente en el paulicianismo, según otros; mientras los judíos lo rechazaban como un intento de abrir el judaísmo a los gentiles (los hebreos de Arabia jamás aceptaron que un no nacido de mujer judía pudiera ser profeta de Al-Lah, pues se consideraban, al igual que hoy en día, un pueblo cerrado y elegido de cuyo seno, solo, podían surgir los profetas). Esta misma visión, y fundamentalmente su comprensión como una forma de cristianismo unitario, y no como una originalidad o una “novedad”, y su apariencia de “continuidad” con el judaísmo nazareno, es lo que explica su rápida expansión en apenas un siglo desde la península arábiga hasta la península ibérica y Europa, y no la conquista ni la conversión por las armas, que, por otra parte, serían un atentado contra el propio Islam, estando prohibido en el propio Corán. Pero esto ya lo plantea Olagüe, de una u otra forma.
En verdad lo único que yo podría aportar a esta visión es mi propia reflexión al respecto, pero como una pequeña historia general, imaginada o intuida, de los hombres y mujeres de nuestra tierra. Y para eso necesitamos ponernos en situación con la máxima empatía posible, intentando suponer lo que sería sobrevivir en un momento en el que las estructuras sociales y de gobierno han sido destruidas, o mejor dicho, sustituidas por otras que se muestran como frágiles e inestables, con continuos cambios de poder que implicaban no sólo nuevas normas jurídicas y económicas, sino también a nivel de la superestructura con la lucha y las persecuciones de determinados sectores políticos y religiosos. Y, seguramente, como en todas las épocas de este tipo, con una mezcla constante de grandes ideales que después se traicionan más o menos, figuras heroicas que terminan convirtiéndose en mitos útiles tal vez para los fines más detestables, y pillajes surgidos de la avaricia, la necesidad e incluso de la hambruna y que acaban arropados por una especie de heroicidad teológica o justificando nuevos hurtos, nuevas contiendas, nuevas “cruzadas”…
Habría que acercarse como con el zum de una cámara a esos hombres y a esas mujeres que viven bajo la amenaza constante de las incursiones vecinas para robarles el pan, la libertad y la propia vida, mientras sus líderes justifican toda su incapacidad de garantizarles una mínima protección desde los más nobles principios. Así veríamos a los descendientes de los antiguos amos romanos, incapaces de asumir el fin de sus privilegios, soñando con recuperar el imperio perdido o haciendo todo lo posible para recibir de nuevo a las tropas bizantinas, mientras intentan defender las migajas de sus antiguas inconmensurables haciendas. Los viejos cuerpos de seguridad del imperio, de mayoría goda en su origen y ya asimilados con los antiguos moradores, intentando emular los gozos y privilegios de los pretéritos amos romanos, viendo cómo combaten sus líderes entre sí por extender su poder y su servidumbre, mientras ellos sufren las consecuencias y se ven obligados a aceptar un cuerpo clerical extraño y fanatizado. Los pocos o muchos descendientes de los primeros pobladores de la península, más o menos mestizados y adaptados a la esclavitud y la servidumbre, y que habían visto en el final del imperio romano el principio de una nueva vida, observan cómo se frustran sus esperanzas hasta el punto, tal vez, de recordar con cierta nostalgia la etapa anterior, la Historia con mayúsculas que les narran sus padres y abuelos.
Es un tiempo de caos político y económico que conlleva constantes beligerancias, persecuciones y delaciones, a veces incluso fratricidas. Pero lo peor es que aquello que había llegado como un grito de esperanza a los hombres y mujeres sometidos al yugo del imperio romano, el mensaje de un hombre nacido en Nazaret y que alimentaba los anhelos de una nueva forma de vida al ardor de una espiritualidad que había hecho tambalearse al propio imperio hasta obligar al propio emperador a la conversión, ahora se estaba convirtiendo en un engranaje más de la propia máquina de opresión que se estaba engendrando.
Así, el atanasianismo niceo o teodosionismo tertuliano (sobre el que se generó tanto el catolicismo cristiano como casi todo el cristianismo trinitario actual), surgido y fomentado desde las estructuras imperiales como una forma de reforzar al propio imperio, se convierte en el mejor aliado con las organizaciones de poder, no ya sólo por su capacidad de acabar con el Mensaje del profeta Jesús, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él, declarando que lo importante es creer en el Mensajero y en su naturaleza divina, y persiguiendo, por tanto, cualquier perpetuación y propagación de su Mensaje como una deslealtad y un atentado al propio mensajero, una “herejía”, hasta el punto de prohibirse hasta la lectura y traducción de los Evangelios aceptados por la Patrística; sino también, y sobre todo, por el corpus eclesiástico que conllevaba, con una férrea estructura vertical heredada del propio imperio romano, y la capacidad de sus séquitos clericales de extender el miedo y la conciencia de pecado, que unido a la imposición de la confesión como única fórmula de redención, les convertía en los mejores medios de control de información, con capacidad para crear opinión, o sea, una especie de superagencia de inteligencia y espionaje, a la vez que el mejor medio de comunicación y propaganda.
Lo cierto es que, tras desaparecer el profeta Jesús, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él, da la impresión de que no queda un documento o cuerpo doctrinal único y expresamente confiado por el profeta para su transmisión, sino la comprensión que cada uno de sus compañeros o “apóstoles” ha extraído durante el tiempo de convivencia con el profeta, traspasándose de la misma manera entre las siguientes generaciones de cristianos. De hecho, los evangelios se empiezan a crear al menos siglo y medio después y con tanta profusión como grupos cristianos se han ido constituyendo hasta entonces. Pero hay varias características que comparten todos ellos, como es su rápida expansión entre los gentiles no patricios del imperio romano, lo que nos hace suponer que efectivamente lo que hace tambalearse al propio imperio es el mensaje liberador que trae el profeta, así como su carácter espiritual y que escapaba por tanto al control de ninguna otra fuerza política ni económica… De ahí que cualquier poder hegemónico que quisiera imponerse hubiera de empezar por destruir tal mensaje, lo que estérilmente se intentó en un primer momento con una persecución sin precedentes dentro de la historia del pueblo romano, que hasta entonces había demostrado ser capaz de respetar e incluso adoptar a otros dioses y formas devotas, siempre que sus practicantes aceptaran el predominio romano…
Sin embargo, la forma más inteligente de acabar con un enemigo que se escapa a tus medidas, y por tanto contra el que resulta imposible enfrentarse, es convirtiéndolo de acuerdo al patrón y dimensiones que sí que se controlan. Idea que tuvo claramente el emperador Teodosio, creando un nuevo cristianismo capaz de responder a las necesidades del propio imperio a la vez que daba una nueva vuelta de tuerca a la vieja persecución… Esta nueva religión sería desarrollada y extendida por todo el extinto imperio romano, no obstante, por un ambicioso godo deseoso de resucitar bajo su caudillaje el antiguo señorío, un godo que terminaría por ser conocido como Carlomagno, y que encontró en la alianza con los líderes de dicha interpretación del cristianismo el mejor procedimiento para sus fines…
Pero a la misma vez, tal vez por la efervescencia espiritual de muchos personajes surgidos en toda la península y con cierta capacidad de liderazgo, a la manera que tiempo después será Ibn Masarra, tal vez por la conjunción del pensamiento filosófico alcanzado en las épocas anteriores y que aún permanece en el sistema de enseñanza y en las transmisiones orales, a lo que habría que unir la posible llegada de la noticia, a través de mercaderes y otros personajes llegados desde la otra orilla del mediterráneo, de lo que estaba ocurriendo en la península arábiga y en el norte de África; a la vez que todo aquel caos sin precedentes con el que se estaba generando un nuevo sistema social que actualmente conocemos como feudalismo, algo nuevo estaba también ocurriendo en la península cuando los llamados “manos vacías” o “sarra kenous”, nombre despreciativo como siglos después sería el de los “sans coulottes” o “sin calzones” en referencia a los revolucionarios franceses del siglo dieciocho; los sarra kenous o sarracenos, se atreven a levantarse contra sus señores y promulgar la libertad religiosa y humana, desde parámetros que significan la igualdad entre los individuos y la libertad de pensamiento, así como el derecho a la educación y al acceso a la cultura en lo que con el tiempo se convertirán en madrazas, y que permitirá que en Al-Ándalus nunca se pierda del todo la obra de Pitágoras, Empédocles, Platón, Aristóteles, Philón, Plotino y otros autores griegos, romanos y alejandrinos, ni se interrumpa el proceso que el pensamiento y el conocimiento científico había ido desarrollando en las épocas anteriores.
Y estos “sarracenos”, que aunaban a sefardíes, gnósticos, arrianos, priscilianos, nestorianos y adopcionistas, extendieron su revolución sin precedentes hasta Toulouse, y, aunque, casi medio siglo después, el fuerte empuje de las tropas bien pertrechadas de Carlomagno les robó una porción del territorio liberado que se intentaría rescatar de nuevo tiempo después, esta vez bajo el nombre de revolución albigense o cátara. Son estos mismos sarracenos quienes, armados con palos y piedras según las crónicas de la época, les derrotarán en el paso de Roncesvalles, a la vez que se irán reconociendo en el Islam mayoritariamente, siendo este hecho el comienzo del mito de la “invasión musulmana” que llevará a denominar como sarracenos a los musulmanes, a la vez que éstos son los mismos que se enfrentarán a la traición que supondrá el llamado califato, alcanzando su máximo exponente en Ibn Masarra…
Pues el surgimiento del califato de Córdoba sólo puede ser entendido como un precedente repetido al tiempo por Napoleón Bonaparte, tras el triunfo de la revolución francesa, una revolución bajo la influencia de valores semejantes, si no los mismos, a la andalusí, pero esta vez legados dichos valores a través de la francmasonería. A la vez que, al igual que la masonería, estos diversos grupos que comenzaron la revolución andalusí no constituirían iglesias independientes y claramente diferenciadas, sino que más bien se agruparían en una diversidad de grupúsculos organizados bajo la forma de “logia” o “tariq” y que serían vistas después como la articuladoras del proceso emprendido por los sarracenos, y a las que se uniría pronto la propia comunidad judía denominada como “caldea” o“musa”, dando con ello origen, seguramente, al mito de Tariq y Musa o a la confusión, siglos después, con el mito egipcio, como plantea Olagüe…
La masonería, los cátaros, Al-Ándalus, la rápida expansión del Islam, la caída del imperio romano y la extensión previa del cristianismo por todo el orbe, provienen de un mismo hecho, un Mensaje Transformador traído una y otra vez por cientos de mensajeros, de la misma manera que antes había ocurrido con la revolución teológica en el Egipto faraónico de Akhenatón y el posterior éxodo de los esclavos egipcios acaudillado por Moisés… Y si miramos más allá de las fronteras mediterráneas lo encontraremos de nuevo en la india con un príncipe que renunció a serlo y que se llamaba Siddhartha, en Krishná que acabó con la tiranía de Kamsa, en Rama que liberó a los nuevos hombres de los muchos dioses, y en otros muchos cuyos nombres borró la historia o cuyo Mensaje ha sido tan distorsionado que nos resulta ya casi imposible reconocerlo si no abrimos el ojo del corazón lo suficiente para ver más allá de la mera apariencia. Pues los enemigos del Mensaje han sido y son muchos, aunque sean minoría, y poderosos, aunque su poder se base en controlar la poderosa acción de los muchos. Y aún hoy en día luchan por tergiversar y perder el Mensaje con todas sus fuerzas, y no son enemigos quienes, honrados y confiados en Al-Lah, intentan seguir el Mensaje que les ha llegado de otro mensajero que no es Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él…
¿Acaso se puede creer el mito escéptico de que lo que creó la animadversión de los mequíes poderosos o quraish se basó en que un hombre se atrevía a decir que había un solo Dios y que para adorarLe no se necesitaban ídolos? ¿Acaso no decían eso los judíos y los cristianos, y todos los demás grupos monoteístas o hunafa’? ¿Y acaso no comenzó la persecución sobre aquellos que no tenían protectores y con los esclavos?… ¿Y no fue así como comenzó la persecución romana de los primeros herederos del profeta Jesús, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él? Todo esto nos hace comprender que ese Mensaje Único llegado de alguna forma desde Arabia hasta Al-Ándalus es rápidamente reconocido como Real por aquellos que aún guardaban el sabor de aquel que siglos antes había llegado desde Nazaret. De la misma manera que fue este Mensaje el que salpicó desde Al-Ándalus a la zona bajo la autoridad de la nueva exégesis teodosiana resultante de las reformas merovingia y carolingia, la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, influyendo en mayor o menor medida sobre cátaros, templarios, masones y rosacruces, entre otros, al igual que, interiormente, hizo sobre cabalistas sefardíes o el desarrollo del trinitarismo cristiano andalusí.
Pero si hablo de Mensaje es porque ningún mensajero trajo nunca una religión, eso fue una creación posterior ya que las religiones no son sino una ritualización mecanicista de lo que nosotros llamamos el din, bajo unas estructuras dogmáticas e ideológicas en el sentido más puramente marxista del término. El din, por el contrario, es más una actitud social, una forma con la que llegar a percibir lo Absoluto, la Realidad, en la que el individuo mantiene una relación directa con el Todo sin intermediarios, pues no hay separación entre el Todo y el individuo, de manera que Todo es Uno a la manera que una gota fundida en el interior del océano es indistinguible pues todo el océano en sí es una sola gota…
En el fondo, decir “ni dios ni amo” es una parte de la declaración de toda musulmana y de todo musulmán, es una parte de lo que nosotros denominamos shahada, pues esta frase en árabe sería “la ilaha”, pero le falta el “il-la Al-Lah”, que implica llegar a percibir la Unidad de lo que Es siendo Uno y que nos engloba, y a lo que nosotros unimos el reconocimiento de los mensajeros que han llegado a descubrir esto antes, trayendo ese Mensaje consigo, pues al reconocer a Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-Lah sean con él, como mensajero, reconoces a todos los demás mensajeros, ya que todos ellos están reconocidos en su Mensaje, recogido en el Corán. De todas formas no hay nada más inútil y perjudicial que intentar demostrar la esencia de Al-Lah, pues para quien desea hallarLe antes habrá de encontrarLe en la mirada de quien se le acerca un momento que en cien mil razonamientos abstractos, y para quien Le encuentra le resulta tan imposible explicar lo que su corazón lleva como al enamorado explicar su situación a quien jamás ha sentido el amor… En realidad hay quien se autodenomina ateo cuando en sus actos refleja lo contrario, pues el dios que él rechaza no es sino una entelequia, mientras otros se llaman a sí mismos creyentes aunque confunden lo que es de Dios con lo que es del Cesar, o como dice el refrán, están “a Dios llamando y con el mazo dando”…
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