Lo que sabemos con seguridad es que, día tras día, los diarios están anunciando un futuro que se ve cada vez más deprimente: océanos desbordantes, estaciones del año que desaparecen (dentro de muy poco, al parecer) e impagos económicos –tanto así que el hijo de mis amigos, de 10 años, después de escuchar a sus padres hablar del destino del mundo, rompió a llorar y preguntó: “¿Es que no hay nada agradable en el futuro?”
Para consolarlo, podría citar numerosas profecías catastróficas a lo largo de la historia, dado que en siglos pasados era bastante común hacer tales predicciones terribles. He aquí un pasaje del teólogo francés Vincent de Beauvais, en el siglo XIII: “Después de la muerte del Anticristo… el juicio final será precedido por múltiples señales reveladas en el Evangelio…. En el primer día, el océano aumentará 40 cúbitos sobre las montañas y su superficie se elevará como un muro.
En el segundo día, se hundirá tan profundamente que será difícil verlo. En el tercer día, monstruos marinos aparecerán la superficie del océano y su rugidos se elevarán hasta el firmamento. En el cuarto día, el mar y todas las aguas se incendiarán. En el quinto día, el pasto y los árboles exudarán un rocío de sangre. En el sexto día, los edificios se desplomarán. En el séptimo día, las rocas se estrellarán unas contra otras. En el octavo día, habrá un terremoto universal. En el noveno día, la Tierra se aplanará. En el décimo día, los hombres emergerán de las cuevas y vagarán, sordos y mudos. En el undécimo día, los huesos de los muertos emergerán nuevamente. En el duodécimo día, las estrellas caerán. En el décimotercer día, los sobrevivientes morirán y resucitarán con los muertos. En décimocuarto día, los cielos y la tierra arderán. En el décimoquinto día, habrá un nuevo Cielo y una nueva Tierra, y todos resucitarán”.
Como puede verse, incluso en fecha tan remota como el siglo XIII, la gente ya estaba pronosticando tsunamis y otros efectos del cambio climático que nos amenaza hoy en día.
Si se me permite pasar por alto los siguientes seis siglos de proclamaciones fatales, he aquí a Honorato de Balzac en 1839: “La industria moderna, trabajando para las masas, continúa destruyendo las creaciones del arte antiguo, las obras del cual eran tan personales para el consumidor como para el artesano. En la actualidad tenemos productos; ya no tenemos obras”.
Según la advertencia de Balzac, la gente creadora de esos “productos” carentes de cualquier valor artístico hubieran incluido al poeta Giacomo Leopardi, quien escribió La Ginestra (La escoba) en 1836, y Alessandro Manzoni, quien, más o menos por esa época, estaba trabajando en una segunda edición de Los novios. En 1839, Chopin estaba componiendo su Sonata para piano No.2 en B-flat Menor, Opera 35. Cerca de 20 años después, Flaubert publicó Madame Bovary. En la década de 1860 hicieron su aparición los Impresionistas, y en 1879 ocurrió la publicación de Los hermanos Karamosov de Fyodor Dostoyevsky. Evidentemente, es parte de nuestra naturaleza sentir un gran temor por el futuro.
Pero quizá, por otra parte, los malos tiempos están llegando ahora –particularmente si, como lo señala la tradición, una de las señales más reveladoras del fin de los días es que el mundo estará de cabeza.
En el pasado, por ejemplo, los pobres viajaban en tren y sólo los ricos podían darse el lujo de volar: ahora, viajar en avión es más barato (y los asientos más baratos hacen pensar en los vagones de ganado durante la guerra), en tanto que los viajes en tren ofrecen tipos de servicio más caros, exclusivos y lujosos que nunca antes. En la misma forma, hubo un tiempo que los acaudalados vacacionaban en la Riviera Adriática, en Riccione – o, en el peor de los casos, en Rimini _mientras que las islas del océano Indico estaban habitadas por poblaciones profundamente pobres o eran destinadas a albergar colonias penales. Hoy, los políticos de alto rango van a Las Malvidas, y Rimini queda reservada para los »muzhiks’’ rusos que sólo recientemente fueron liberados de su servidumbre.¿Qué es lo que está ocurriendo con el mundo?