Los países que preparan su futuro con inteligencia son los que salen exitosos y fortalecidos de las crisis. Uno de lo ejemplos más sintomáticos lo tenemos en el caso de Dinamarca que supo prepararse de manera anticipada a la llegada del nuevo paradigma energético emergente. Un modelo que se basa más en la generación distribuida, en las energías renovables y en el ahorro y la eficiencia energética y que pretende eliminar progresivamente los consumos de hidrocarburos fósiles, incluido el consumo de gas natural.
A mediados de la década de los años 1980, las tarifas de electricidad en Dinamarca estaban consideradas como de las más altas de Europa. En aquellos años, el kWh llegaba a costar el equivalente a casi 0,10 € y las previsiones apuntaban a que, para el año 2005, este precio podría multiplicarse por siete. Se trataba de una estimación que, de resultar cierta, podría colocar en bancarrota a todo el país.
Al igual que en muchos países desarrollados hoy, en aquel momento Dinamarca tenía grandes centrales térmicas que eran insuficientes para cubrir la demanda de electricidad, por lo que el país danés se veía obligado a importar electricidad y gas natural desde Alemania y Suecia.
Sin embargo, tuvieron a su favor que este pequeño país europeo también estaba incrementando sus empresas especializadas en la generación de electricidad a partir de la energía eólica. Una decisión inteligente fue cuando, en materia de energía, optaron por hacer algo totalmente distinto a lo que venían haciendo.
Combinaron la producción eléctrica de sus recursos eólicos con la instalación de varias plantas relativamente pequeñas generadoras de calor y electricidad (CHP), plantas de gas natural que eran capaces de producir indistintamente tanto electricidad como vapor o agua caliente para la calefacción.
El sistema que se diseñó permitía compensar la disminución del viento aumentando la producción de electricidad en las plantas de cogeneración CHP —‘Combined Heat and Power’ Plant. Y así, con el paso del tiempo, a lo largo de los últimos 20 años, han pasado de tener unas pocas centrales térmicas grandes a tener un sistema energético muy distribuido. Utilizan plantas CHP de 4, 10 y 25 megavatios distribuidas geográficamente por todo el país.
Los daneses también distribuyeron las unidades energéticas integradas de generación, formadas por plantas cogeneradoras CHP y por parques eólicos según diferentes niveles de voltaje —unidades de alta tensión y de baja tensión. El modelo híbrido de generación distribuida permite ordenar las unidades energéticas CHP-Parque eólico en células de generación que, a su vez, pueden combinarse radialmente con otras unidades energéticas, de acuerdo al tamaño y a las necesidades de cada zona.
En la actualidad, los consumidores de Dinamarca pagan 0,15 € por kilovatio hora. Es cierto que el país sigue dependiendo de fuentes externas de energía primaria como el gas natural pero cada vez lo hace menos y llegará a ser en pocos años una dependencia muy pequeña, cuando el despliegue total del coche eléctrico ya se haya realizado y puedan almacenar energía eléctrica. Por otro lado y, a su vez, ocurre algo paradójico frente a situaciones anteriores. En la actualidad, Dinamarca exporta electricidad a Alemania y Suecia.
La evolución de Dinamarca en el ámbito de la energía es uno de los mejores ejemplos de la colaboración entre el gobierno y el sector privado para transformar la generación, el transporte y la distribución de electricidad. Pero lo importante a destacar también es que se necesita un liderazgo institucional para impulsar y/o favorecer el cambio de modelo energético.
Los gobiernos deben apostar fuertemente por las energías renovables y no ceder a las presiones de las empresas energéticas convencionales —gasistas y eléctricas en especial— que ven que su obsoleta hegemonía está cada vez más puesta en cuestión a medida que crece el peso de las energías renovables. Las empresas energéticas convencionales se suelen comportar como empresas rentistas del sistema que quieren a toda costa mantener sus privilegios aunque para ello, la electricidad nos salga más cara, se impida el progreso tecnológico y se mantenga una dependencia energética cada vez más sangrante y onerosa.
Por ello, es fundamental que los gobiernos sepan mantener el pulso a las presiones de los lobbies e impedir —como hicieron en Dinamarca— que se frenen o desaparezcan los apoyos a las energías renovables. Queramos o no, los ciclos combinados están llamados a desaparecer, al menos en la forma que hoy los conocemos. Prolongar la agonía de estas centrales térmicas es prolongar también nuestro declive.