Chipre, la tan llevada y traída isla de Afrodita, se ha convertido en el paraíso nupcial por excelencia de los libaneses. En una céntrica avenida de Beirut hay colgado un gran cartel publicitario en el que una agencia de viajes anuncia su programa de Matrimonio civil en Chipre, que organiza para las parejas ansiosas de casarse a través de esta vía legal. Organiza la ceremonia con todas sus formalidades, la traducción de documentos, los visados, los viajes en avión, el banquete, la estancia en el hotel…
El negocio en todas las estaciones es floreciente. Cada año miles de libaneses contraen matrimonio en la isla mediterránea. «Diga simplemente sí —preconiza el anuncio— y nosotros nos encargaremos de lo demás».
En El Líbano, como en muchos países árabes, la ley no establece el matrimonio civil. Al final de su mandato en 1998, el presidente Elias Haraui impulsó este proyecto, pero debido a la enérgica oposición de la jerarquía religiosa, tanto musulmana como cristiana, nunca fue sometido a la votación del Parlamento. Esta modalidad de matrimonio solo es reconocida por las autoridades civiles si se contrae en un país extranjero. Las diversas Iglesias no lo aceptan. Debido al sistema comunitario o confesional en vigor, los contrayentes solo pueden casarse por sus diferentes ritos religiosos, sean musulmanes, cristianos o drusos, ya que su estatuto personal en materia de derecho de familias y de sucesión es competencia de sus propios tribunales.
Es frecuente el recurso al matrimonio civil para evitar las coacciones legales y sociales acostumbradas. Parejas mixtas de musulmanes y cristianos, de libaneses y extranjeros, prefieren este procedimiento. Una diputada de la comunidad griego ortodoxa, de una potente familia beirutí, contrajo matrimonio recientemente en Nicosia con un popular presentador chií de televisión. Y hasta el cónsul español acreditado hace muy poco tiempo en Beirut prefirió casarse por lo civil en Chipre con su novia cristiana libanesa.
Las parejas musulmanas, sean suníes o chiíes, que contraen enlace por este procedimiento quedan sometidas en caso de litigio sobre el estatuto personal a la ley islámica de la charia y no al ordenamiento del país donde se contrajo matrimonio. Como en Chipre se establece el principio de comunidad de bienes entre los cónyuges, hay que firmar un documento notarial en caso de preferir el régimen de separación de bienes. Las bodas civiles tratan, ante todo, de mantener un espacio de libertad individual en un país confesionalizado hasta el extremo, no sólo en los asuntos de participación en el poder del Estado y la administración publica, sino en los ámbitos jurídicos privados.
Además, se busca una forma de zafarse de los onerosos gastos para conseguir anulaciones y divorcios. No quieren caer en manos de las ávidas jerarquías religiosas. A veces estas ceremonias se celebran casi en secreto, y otras están muy concurridas por invitados procedentes del Líbano. Todo esta tan bien organizado que las parejas sólo necesitan pernoctar una noche para cumplir con las formalidades exigidas. Pero la mayoría de familias libanesas no aceptan el matrimonio civil.
Chipre, europea y mediooriental, ha sido y es base militar, privilegiado nido de espionaje en los años de la Guerra fría, a veces palestra de la soterrada lucha entre árabes e israelíes. Ahora hace también de Las Vegas en Oriente Medio.